Una historia de amor real para celebrar San Valentín en Chueca y Salesas
Si el año pasado aprovechábamos la celebración de San Valentín, patrón de los enamorados, para desvelar que la Iglesia de San Antón tiene el honor de albergar los supuestos restos óseos del santo, este año nos ponemos un poco más románticos recordando una historia de amor que tiene como protagonistas a dos personajes de la realeza: Bárbara de Braganza y Fernando VI.
Ambos monarcas fueron enterrados en uno de los edificios más bonitos y señoriales del barrio, la Iglesia de las Salesas Reales, que como ya comentamos hace algún tiempo en Somos Chueca, le debe su existencia a la esposa de Fernando VI, Bárbara de Braganza, que en 1748 mandó construir un edificio donde poder residir encaso de enviudar y estar alejada de su suegra, Isabel de Farnesio. Además del Palacio, el complejo se completa con una Iglesia y un Convento, que sirvió de residencia y colegio para las hijas de las familias nobles de Madrid.
Al no haber sido capaz de engendrar un heredero de la corona, cuando la reina falleció en 1758 no podía ser enterrada en El Escorial y su cuerpo se depositó en el entonces Real Monasterio de la Visitación, popularmente conocido como Las Salesas Reales, que ella misma había impulsado.
Como si del argumento de una historia de amor Romántico se tratara, dicen las crónicas de aquel tiempo que Fernando VI no consiguió superar la pérdida de su gran amor, Bárbara de Braganza, y tan solo un año más tarde fallecía, dejando como última voluntad que sus restos descansaran al lado de los de su esposa en lugar de en El Escorial.
Un acto de amor que su hermanastro, Carlos III, mandó recompensar con un monumental sepulcro cuando subió al trono de España. Diseñado por Francesco Sabatini, será Francisco Gutiérrez quien se encargue de construir el sepulcro de Fernando VI, el más rico de los dos homenajes funerarios, que se encuentra a la derecha del crucero según miramos al altar mayor, formando un ángulo recto con lo que hoy es el Altar del Santísimo.
La urna sepulcral, decorada con un relieve que representa al rey como protector de las Artes, se apoya sobre dos leones de bronce que están flanqueados por las figuras alegóricas de la Justicia, la Fortaleza, la Paz y la Abundancia, que representan las virtudes de su reinado.
Sobre la urna la figura del Tiempo, dos angelitos llorando y dos esferas del mundo con una corona real. Coronando el conjunto escultórico, un ángel y un querubín sustentan las armas reales en mármol blanco con el Toisón de Oro en bronce dorado.
En cuanto al de Doña Bárbara de Braganza, se levanta al otro lado del muro y de espaldas al de su marido, en el “coro bajo” de las monjas, que hoy es una capilla reservada. Mucho más sencillo que el de su esposo, la urna funeraria está situada sobre un gran pedestal y presenta cierta policromía en tonos dorados y ocres.
La urna descansa un almohadón y, sobre él, una calavera con una tibia y un cetro bajo una corona que marcan el carácter regio del sepulcro. Cerrando el conjunto dos angelitos sostienen un medallón con un retrato de la Reina, todo ello firmado por el escultor Juan León.
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