El 'Barrio Latino' de Madrid y su bohemia en cinco puntos
La Universidad Central en San Bernardo como centro de la vida de un barrio. Y cafés, librerías, los próstibulos de la calle Ceres (hoy Libreros), imprentas, los billares como cruce de caminos de personajes diversos, redacciones literarias en pisos, estetas altivos que escribían a altas horas de la madrugada... El reflejo modesto del Barrio Latino de París se vivió, en las décadas que abrazan el tránsito del siglo XIX al XX, en lo que hoy podríamos identificar como el barrio de Universidad.
Los bohemios de la hornada inmediatamente anterior a la Generacion del 98 -Dicenta, Bark, Sawa, Nakens o Zamacois - fueron la salsa de aquel Barrio Latino. Se hicieron llamar a sí mismos Gente Nueva, y se les ha bautizado como la Santa Bohemia (o Heróica, o Auténtica), o Germinalistas, por tener la publicación Germinal como espacio central. Tenían, en general, vinculación estética con el Modernismo y política con el socialismo y el anarquismo.
Vendría luego una generación de bohemios más joven, la de Emilio Carrere o Eugenio Noel, en la que proliferó más el estereotipo de bohemio golfo que no escribía más que su propia vida de miseria y supervivencia. Son los Dorio de Gádex o José Iribarne (Zaratustra). Muchos anduvieron también por el Café de La Luna, entre otros lugares de nuestro trasunto de Barrio Latino.
1. La de la Madera: la calle con más literatos por metro cuadrado
En el número 51 de la calle de la Madera estuvo Las Dominicales del Libre Pensamiento, revista republicana y anticlerical donde escribieron muchos de los del grupo de la Santa Bohemia. También, en el caserón que más tarde albergaría el diario Informaciones, estaba en aquella época El País, donde Sawa hiciera una magnífica crónica del caso Dreyfus.
En el número 27 vivía Luis Ruiz Contreras, mecenas literario en cuya casa tertuleaban los miércoles, hacia 1896, Jacinto Benavente, Valle Inclán, Rubén Darío, José Martínez Ruíz, Pío Baroja, Manuel Bueno, Ramiro de Maeztu... Allí, en algún momento, se instalaron aparatos para hacer gimnasia, con los que entretenían el cuerpo, además de la mente, los contertulios.
Probablemente, el más mítico de los escondrijos bohemios de la calle fue la pensión de Hans de Islandia, hospedaje de mala muerte de donde pendía el lema Casa económica para pernoctar. No se fía ni a Dios. Alfonso Vidal y Planas, en su libro Memorias de un hampón, habla de veinte camastros para pernoctar por cincuenta céntimos, para los más pobres de aquellos escritores de la calle, que a menudo venían, como Pedro Luis de Gálvez, de los barrios periféricos. Habla de “cuerpos tronchados, cansinos; chupados rostros, pelambres sucias y desgreñadas, harapos”.
También estaba, en el número 24 de Madera, la casa de un bohemio señero, Joaquín Dicenta.
2. De estudiante en la Central a figura literaria... y a autor olvidado
Joaquín Dicenta estudió algunos cursos de Derecho y de Medicina. Un buen día vendió los libros para irse a vivir con una modistilla. El romance duró poco, pero marcó el paso a escritor vividor y frecuentador de los bajos fondos. De su vida escribió su amigo Eduardo Zamacois: “En su biografía hay puñaladas, un rapto, un suicidio. La vida de Dicenta es vendaval desatado; el demonio seductor de lo imprevisto guía sus pasos; todo le seduce; sobre sus noches y sus días, el desorden tiene encendida eternamente su lámpara roja”.
Su existencia cambió radicalmente a raíz del éxito de su obra teatral Juan José. Sólo el Tenorio fue más representado antes de Guerra Civil, a pesar de que hoy no es muy conocida. A raíz de aquello, pasó de ser un bohemio pobre a un bohemio de éxito. Fue uno de los escritores más famosos de la época, pero ha quedado fuera de los cánones posteriores.
Con el dinero que ganó pudo montar un periódico y una revista de pensamiento crítico, clave en la fundación de la Generación del Noventa y Ocho.
3. Una publicación muy bohemia...y muy politica
En 1895 un grupo de jóvenes, encabezados por Joaquín Dicenta, se juntó en un piso en la calle del Pez para crear un periódico llamado La Democracia Social. Eran los Ernesto Bark, Eduardo Zamacois, Miguel Sawa... El semanario duro apenas un mes, pero tiene la importancia de ser el prototipo sobre el que nacerá, a continuación, la mítica revista Germinal. En ella escribieron muchos de la Generación del 98 (Maeztu, Baroja o Valle Inclán, entre otros). En su redacción (en el número 26 de la calle Molino de Viento) encontraron hueco también los nombres de la bohemia que frecuentaban el barrio, como el propio Alejandro Sawa, Dicenta o Bark. El enfoque de la revista era republicano y trataban temas sociales, como indica el homenaje a Zola con que encabezaron la publicación.
4. La mujer en la bohemia. ¿Qué mujer?
Ernesto Bark escribió en Santa Bohemia un listado total de los bohemios de aquella gneración. Sólo se encuentra un nombre femenino en una lista de noventa: María Asenjo. De ella no se encuentra hoy mucha información. El propio Bark había escrito, a propósito de su cenáculo bohemio, que su finalidad era formar una piña de hombres y mujeres, pues necesariamente debemos ser feministas. En los escritos progresistas de estos escritores se encuentran tímidas referencias a la situación de la mujer, pero no es, a decir verdad, el feminismo una de sus mayores preocupaciones.
El papel de la mujer en la vida pública y en la cultura era aún muy exiguo. En la medida en la que los bohemios tomaron la calle como escenario de sus vidas, a menudo los rincones de vida más licenciosa, la mujer intelectual se ve excluida de sus espacios. El papel social de la mujer literata estaba, en el mejor de los casos, en los salones de sus casas. Es el caso de las tertulias en la biblioteca de la Pardo Bazán, en la cercana calle de San Bernardo. Existen, por supuesto, algunas excepciones, como la de Carmen de Burgos, vecina de la zona, que en 1903 se había convertido en la primera periodista española.
5. La prestancia bohemia en harapos
Alejandro Sawa, príncipe de la bohemia y problamente el más conocido de ellos tras ser inmortalizado como el Max Estrella de Luces de Bohemia, murió ciego y casi en la indigencia en su casa de la calle Conde Duque. Allí dictaba a su mujer la que fuera obra póstuma, cuya publicación financiaron Valle Inclán, otros amigos y, sobre todo, Rubén Darío, al que quizá le quemaba la conciencia por deberle el pago de unos artículos, que Sawa había escrito como negro del padre del Modernismo.
El triste final de Sawa, que había frecuentado a Verleine y a Víctor Hugo en París, y había dejado una buena producción periodística y literaria, bien puede representar la precariedad laboral a la que se enfrentaban con pose altiva muchos de estos periodistas y literatos. Esa que el relato romántico de esta generación a veces torna en ornamento.
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