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Entrevista

Rodolfo Serrano: “Los vecinos de Vallecas me dijeron que les había devuelto la dignidad en el cómic, pero ellos me la devolvieron a mí”

Rodolfo Serrrano

Luis de la Cruz

13 de agosto de 2022 22:34 h

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Antes de verano, llegó a las librerías Vallecas. Los años del barro (Hoy es siempre, 2022) para poner en viñetas lo que fue la vida en el barrio de Palomeras Bajas. Una colección de recuerdos duros y bonitos hilvanada por la mirada hacia el mundo de barro, miseria y dignidad de Carlos, el alter ego del periodista Rodolfo Serrano.

Muchos conocerán a Serrano por sus crónicas políticas en El País o sus artículos sobre Madrid en el diario Qué!, que le valieron el premio Mesonero Romanos. Quizá a otros les sonará por haber escrito la letra de alguna canción de su hijo, el cantautor Ismael Serrano (ahora metido a editor, este es un ejemplo de ello), o por sus numerosos libros de poesía y otros géneros. Su biografía ha estado íntimamente ligada a Palomeras Bajas y Puente de Vallecas, los barrios vallecanos donde ha transcurrido su vida familiar y el compromiso con los vecinos (estuvo muy vinculado a la creación de la Asociación de Vecinos de Palomeras Bajas).

En esta ocasión se ha aliado con el dibujante Ramón López-Cabrera para derramar un relato sobre la creación desde abajo de la periferia, a través de la sedimentación humana, la toma de conciencia ante la miseria compartida y el apoyo mutuo. Ambos están preparando ya la segunda parte de la historia, que abordará el momento en el que los vecinos empiezan a organizarse para luchar por la vivienda y sufrirán, de nuevo, la represión policial. Igual que en Los años del barro, no faltarán paisajes humanos, como los cines de verano del barrio, que amplíen la comprensión de las historias de vida de unos personajes que ponen alma a la historia colectiva. Rodolfo Serrano ha tenido la gentileza de interrumpir la recuperación de una reciente operación para atendernos y conversar un rato.

Hola Rodolfo, vamos a situarnos. ¿Cómo surge y se desarrolla el proyecto Vallecas. Los años del barro?

El proyecto surge porque Román López-Cabrera me mandó un cómic en el que hace una historia de nuestra España reciente a través de los cantautores –de Luis Pastor, Pablo Guerrero, y todos estos–. A mí me pareció una maravilla y le llamé para decirle que me parecía muy bonito. Él me preguntó: “¿Tienes tú algo para hacer?” Y le mandé las historias que tenía escritas sobre Vallecas, con la idea de que las iba a ver, sin más. De repente, empecé a recibir bocetos suyos. Ismael, que es el editor, se entusiasmó con la idea y nos animó. Y aquí estamos.

López-Cabrera ha plasmado magníficamente los ambientes de la época. ¿Cómo os organizasteis a partir de ese momento para trabajar?

Como te digo, los textos estaban hechos como pequeños relatos. Creo que se nota un poco, que quizá haya demasiado texto en ocasiones, pero no me importó. Eran relatos de amigos y gente que yo recordaba del barrio. No me dio tiempo a hacer un guion, él elaboró con ellos su propio storyboard. Lo hizo tan bien que no se me ocurrió meterme en su trabajo. Pero él no conocía el barrio, yo le tuve que explicar cómo era, mandarle fotos de entonces que tengo, historias del barrio y de cómo se hacían las casas… Se produjo una gran inmersión por su parte, la gente del barrio dice que parece que ha vivido en él.

Capta muy bien la psicología de los personajes, que son una parte fundamental del relato.

Se ha metido en la piel de los amigos que yo le decía. Incluso hay un personaje al que recuerdo con flequillo, con el cigarro en la boca, y lo ha dibujado así sin yo decirle nada. Una de esas casualidades preciosas.

Las historias son reales y la gente también. Pepe el Bruto, Enrique, los hermanos Balsera, son reales y algunos viven. Al comunista le pegaban todos los Primeros de Mayo, es real que el viejo comunista contaba que había comido hierba cocida, y la señora María se trajo a una chica del hospital porque estaba sola.

Fue muy emocionante cuando algunos de ellos vinieron a darme las gracias y a decirme “nos has devuelto la dignidad”, cuando me pareció que eran ellos los que me la habían devuelto a mí. Muchos siguen viviendo en el barrio porque, aunque se echó abajo, se reconstruyó para que la gente pudiera quedarse gracias a la lucha vecinal. Y siguen peleando en asociaciones como Vallecas todo Cultura y otras.

Me ha llamado la atención el uso de los olores en la narración. ¿Hasta qué punto los sentidos permanecen clavados en la memoria?

En mi caso los olores tienen mucha importancia en las historias. Recuerdo perfectamente el olor a humedad de la ropa. Cuando vives en un sitio donde hay humedad, por mucho cuidado que tengas al guardar la ropa, mantiene el olor. No es un olor desagradable, es olor a humedad. Luego, el olor de los regueros en la calle, o el recuerdo de cómo olía el bar de Eleuterio, donde nos reuníamos los chicos a tomar un vino…El olfato es uno de los sentidos que yo creo tiene más capacidad de nostalgia.

También me ha interesado mucho la figura de los vecinos que vivían en los bloques de Falange. ¿Podrías hablarnos un poco más de aquello?

Se trataba de los llamados poblados mínimos que hizo el Estado en distintas barriadas de Madrid como Pan Bendito, Vallecas o Caño Roto. Eran unas construcciones de dos plantas hechas con materiales muy deficientes para colocar a gente afecta al Régimen, normalmente falangistas. Perseguían que controlaran de alguna manera el barrio. Había gente buena también, no todos eran estos falangistas odiosos.

Como cronista de Madrid, ¿crees que la historia de los barrios y las gentes populares vive un mejor momento o que la ciudad sigue mirando demasiado al centro y a la corte?

Sigue faltando esa mirada a los barrios y apoyo para que los barrios cuenten sus propias historias. Una de las cosas que más me ha sorprendido es ver cómo ha recibido la gente el cómic. Tenía un cierto temor a que ya no recordaran, o pensaran que son cosas pasadas. Sin embargo, he recibido muchos mensajes para agradecerme que haya recuperado la memoria del barrio. Esto me lleva a pensar que es necesario recuperar la memoria de los barrios –todos tienen su propia historia–. Recordar que la periferia madrileña se levantó con el trabajo y el esfuerzo de mucha gente, algunos ya desaparecidos, otros ancianos y muchos herederos de aquello. No se debe perder, la gente ha de saber que fueron años duros en los que se consiguieron cambiar las cosas.

Al hilo de la idea de memoria. Hay un debate ahora sobre la nostalgia y su supuesta naturaleza conservadora. ¿Crees que las fronteras entre la nostalgia y la memoria son nítidas?

Creo que la frontera es muy tenue. Están muy unidas y deben estarlo: no hay memoria sin nostalgia ni nostalgia sin memoria. Aparte de lo de Sabina –o Pessoa–, aquello de que no hay peor nostalgia que lo que nunca sucedió. La memoria es lo que ocurrió y la nostalgia es el alma, el sentimiento, de lo que sucedió.

Para buscar realidades paralelas a las que describes en Los años del barro, quizá tendríamos que ir hoy a la Cañada Real. ¿Crees que se está atendiendo poco socialmente a lo que sucede allí?

No lo conozco de primera mano, pero por lo que he leído es una historia que merece su propia épica y ser contada. Es una situación muy parecida a la que vivimos en Vallecas entonces. La humedad, las infraviviendas, el sufrimiento, la falta de escuelas… Es terrible que tantos años después estén viviendo algo que nosotros vivimos hace sesenta años. Este es un Madrid que va dejando atrás muchos muertos y heridos.

Una pregunta como periodista de largo recorrido, con perspectiva. ¿Cómo ha cambiado el periodismo desde que compraste el primer periódico en el puesto de Antoñita?

Ha cambiado mucho. Recuerdo aquellos periódicos que eran el Evangelio. A pesar de las dificultades que tenían para informar, sobre todo a nivel político –eran años en los que no había obreros, había productores– era un periodismo que influía en la gente y se preocupaba por ella.

En el cómic nombro a Jesús de las Heras, periodista que ha muerto hace poco y se preocupó de contar lo que pasaba en el barrio. Habló con los vecinos y contó la dureza que estaban soportando, desde el periodismo. Porque creía en el periodismo. Yo creo que los periodistas ahora también creen en el periodismo, pero los periódicos ya no pertenecen a un señor sino a corporaciones cuyo mayor interés es ganar dinero. Cuando eran de una familia, como entonces, aún tenían una cierta carga humana.

He estado ahora en el hospital quince días por una operación bastante grave. Ves a las enfermeras, a los médicos, a los celadores, a todos desesperados porque no dan más de sí. Mi mujer y yo nos preguntábamos cómo es posible que los periódicos no abran todos los días con la situación de los hospitales en primera página.

Hay un poso de felicidad en el libro a pesar de contar vivencias duras. ¿Crees que ese tipo de vida en el que la gente tenía por obligación que vivir de cara a la calle tenía también aspectos positivos que se han perdido en nuestras actuales ciudades interclasistas?

Había un modelo de vida basado en la solidaridad y la ayuda mutua. Yo vivía en la calle Los González, donde está el Eroski, enfrente de la Asamblea de Madrid, y recuerdo la solidaridad de la gente, una humanidad que se va perdiendo. En parte por los medios de comunicación, que no se preocupan de dar a conocer realidades como la que comentábamos de la Cañada Real. Se ha perdido la identidad de los barrios, la gente va a tomar cañas al centro y al barrio a dormir. A lo mejor es la opinión de un viejo, pero yo creo que por ahí van las cosas.

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