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Por la noche al Carolina: el directo de Leño, el primer libro sobre La Movida y la segunda peli de Almodóvar

El  grupo Leño, que grabó su mítico disco en directo durante tres conciertos en el Carolina

Luis de la Cruz

11 de octubre de 2021 22:29 h

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No a todos las personas que pasan por el edificio de Bravo Murillo 202, donde desde hace tiempo hay una gran tienda de la cadena C&A, se les activan recuerdos que nada tienen que ver con la industria del textil. Pero a algunos sí. Los vecinos de más tiempo recuerdan en el lugar el Carolina, un cine de barrio de casi mil localidades que funcionó entre los años 1962 y 1979. En los bajos había una sala de fiestas llamada igual que el cine que sobrevivió a este unos pocos años convertida en antro moderno –discoteca y sala de conciertos– y que también recordarán sin duda una buena parte de los vecinos: aquellos que eran entonces jóvenes y salían a desgastar la noche de aquel Madrid inmerso en un cambio de época. 

En marzo de 1981 la sala Carolina iba a ser el lugar donde se grabara un disco histórico que, además, este año ha cumplido cuarenta años: el directo de Leño. La sala estaba muy cerca de los locales de ensayo de la calle de la Tablada –otro espacio protagonista de la historia del rock, que aun existe y reclama un artículo en este medio– y el trío patriarca del rock urbano eligió la gran sala de Bravo Murillo para registrar su sonido en concierto.

El disco se grabó durante tres noches. El jueves (primer día de concierto) no había “ni el tato. Bueno sí, allegados, súperseguidores, alguno que pasaba por allí y poco más”, recuerda El Pirata en ¡Siempre rock!: Los grandes momentos que la música le dio a mi vida. Con ayuda de la publicidad radiofónica de Vicente Mariscal Romero, el segundo día acudió más gente y el sábado “se petó”. Esta es la historia, también, de cómo sonó por primera vez en público el himno Maneras de vivir.

Los locales de Tablada también acompañan al Carolina en la nómina de escenarios de la época por los que aparecen en Laberinto de Pasiones, de Pedro Almodóvar (1982), los Imanol Arias, Cecilia Roth, Helga Liné, Concha Grégori o Fabio de Miguel, entre otros. Allí, sobre las tablas del Carolina, cantaron Almodóvar & McNamara el Suck It To Me. Distintos espacios de la sala también aparecen en la película en una secuencia anterior a una actuación en la que actúan Imanol Arias, Poch (Ejecutivos agresivos) o Javier Furia y Luis Auserón (ambos de Radio Futura).

Aunque no suele aparecer nada más que en los márgenes de la historia oficial de La Movida, la sala fue uno de sus escenarios periféricos más importantes. De hecho, allí se presentó el primer libro sobre la Nueva Ola. Y, sí, en 1981 ya se había escrito un libro sobre el asunto.

En la fiesta-presentación de La movida (historia del pop madrileño), de Paco Martín, actuaron Zombies, Fash Strato, Los Secretos, Trastos, Radio Futura, Roll Time (formados por gente de Alaska, Nacha Pop y Mamá), Mario Tenia y Los Solitarios, y Juanma el Terrible.

En el Carolina tocaron innumerables grupos de la época, unos de casa (Rubi y los Casinos o Aviador Dro) y  otros de fuera (como The Lambrettas), en una programación gobernada por Mikel Barsa.

La movida subterránea y rockera

Fuera de los focos, el local debió ser escenario de momentos nocturnos que hoy, en el Madrid postpandémico y del afterwork, suenan míticos. Sabino Méndez cuenta uno de ellos, ocurrido el mismo año de la grabación del concierto de Leño, en su libro Corre, rocker: crónica personal de los ochenta:

“Unos meses después [del golpe de Estado], en la madrileña sala Carolina, cuando estaba tocando con el grupo punk los Reprisex, se subió un tipo al escenario exhibiendo una documentación de guardia civil y pretendiendo que dejaran de tocar porque ”Ya estoy harto de vosotros, coño“. Los músicos, técnicos y responsables de la sala pasaron del émulo de Tejero en la noche madrileña.

Un año antes, en 1980, el periódico El País informaba del cierre gubernativo por dos meses de la sala tras una redada durante el horario de tarde en la que se encontraron “veinticinco menores, así como diverso material, consistente en cuatro navajas, cuatro jeringuillas hipodérmicas y doce barras de hachis, además de librillos de papel y un destornillador.” El periódico se lamentaba del cierre de “la única sala que en Madrid se dedicaba a la presentación de conciertos diarios de rock”.

El periódico informativo Villa de Madrid publicaba en abril de 1982 un artículo titulado La ruta de las discotecas firmado por T. Ugidos en el que se habla de Rock-Ola, Joy-Eslava, Pachá, Consulado, Topaz, Marquee, Amarello, Chapelet, Vede -Plata y otros “aparcaderos musiqueros”. El apartado dedicado al Carolina pretende ser despectivo pero estamos seguros de que a algunos lectores les despertaría las ganas de ir:

“La noche es joven y el Carolina a estas horas puede ser cosa fina. El Carolina es el off- Broadway total, perdido por los médanos de Bravo Murillo, Mikel Barsa convirtió la discoteca casposa para parejas vulgares –que eso era la sala en su anterior reencarnación– en este salón cutre, destartalado y ruidoso a fuerza de heavy y de una acústica que tortura los tímpanos y hace retumbar los sofás de foam. Por el lugar aterriza un personal híbrido: quinceañeros (de dieciséis años al menos, por supuesto) enrrollaos con el tate y con Johny Winter, jóvenes carrozas alopécicos, rockers de arrabal y progres de azote y pela corta. El Carolina es un club pobre y menesteroso que adorna el escenario con papel de plata arrugada e invita al personal a liar un chiri para aguantar mejor los decibelios desmadrados. La sala ha pasado del ska al rock pesado, lo que no ha cambiado es su aspecto ruinoso y cutre a tope. Pese a todo, y a que cae por donde da la vuelta el viento, conserva una parroquia bastante fiel”.

Aunque en 1982 se apagaría la luz del Carolina, en aquellos momentos debían pasar por allí grupos de rock urbano y duro, como Mazo, que se presentó en junio de aquel año. También seguían actuando grupos más en la órbita de la Nueva Ola, como Mermelada, y de melodías mod, como los F.B.I.

A bote pronto, cualquiera diría que la explosión juvenil de principios de los ochenta se bailó en el centro de Madrid –en Malasaña o en El Rastro, La Movida– y en las periferias proletarias –de Vallecas a Carabanchel, el rock– pero donde hoy se venden telas económicas, junto al metro de Estrecho, estuvo uno de los campos de juego de aquellas dos ligas nocturnas.

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