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Sobre este blog

eldiario.es presenta 'Operación Chanquete', novela veraniega por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila. Una mirada crítica a la nostalgia y la mitificación de los años ochenta, protagonizada por un misterioso grupo de jóvenes activistas, que con sus espectaculares acciones denuncian la falta de futuro. Una historia de intriga y humor llena de precarios, submileuristas, becarios y gente que no se ha enterado de que la crisis ya pasó.

Muy jevi

Muy jevi

Isaac Rosa / Manel Fontdevila

Ya me habían enviado otros SMS antes, por ser lo más retro que uno puede encontrar en un smartphone. El nuevo mensaje, que me llegó cuando salía de la redacción a última hora de la tarde, decía escuetamente: “Hey, Piraña, ¿nos vemos en el Madrid Rock dentro de media hora?”

¿Madrid Rock? Ya volvíamos a los acertijos? Di por hecho que sería algún bar de copas, rockero como su nombre indicaba, y que habría sobrevivido de los años de la Movida. Busqué en el Maps, pero no había nada con ese nombre en la ciudad. Así que pregunté a mi gurú ochentero: mi padre.

-¿Madrid Rock? Claro, joder. Anda que no eché mañanas allí. Hacíamos pellas en el instituto y nos íbamos a mirar portadas y escuchar novedades. Era una tienda de discos, mítica, en la Gran Vía. Ahora es una franquicia de ropa, para variar. ¿No has visto nunca a dos viejos jevis que todas las tardes están en una acera de Gran Vía, con sus chupas de cuero, vaqueros apretados y un montón de chapas?

-¿Dos heavies?

-No, hija, dos heavies no: dos jevis, que no es lo mismo.

Sí, recordaba haberlos visto en una acera de Gran Vía, pero los consideraba parte del espectáculo callejero del centro, como las estatuas vivientes, o los que en la Puerta del Sol se disfrazan de la Patrulla Canina.

-Los jevis esos son dos náufragos de los ochenta. Van todas las tardes al sitio donde estaba Madrid Rock para rendirle tributo. No faltan ningún día.

Allí me presenté, media hora después de recibido el SMS: en la puerta de una gran tienda de ropa. Y allí estaban los dos heavies, perdón, jevis, sentados en un banco con sus pintas, dejándose hacer fotos por los turistas.

Pasaron varios minutos, sin que apareciese nadie. La Gran Vía estaba llena de gente como siempre, no parecía probable que se presentase nadie con careta de Verano Azul. Yo misma no había traído la mía de Piraña, ni recordaba dónde la había dejado.

Estaba ya a punto de largarme, cuando oí que uno de los jevis silbaba una musiquilla, y no era precisamente de Metallica… Estaba silbando la sintonía de una famosa serie televisiva de principios de los ochenta cuyo título ya imagináis.

-Hola, soy Piraña –les dije, sintiéndome ridícula, un juego de contraseñas, como una mala película de espías.

-Yo soy Emilio –me respondió, y me hizo un saludo de cuernos, muy jevi él.

-Eso que estabas silbando…

-Una balada de Scorpions, ¿te mola? –me contestó, y se puso a silbar algo que ahora me parecía diferente.

-Perdona, creí que era la música de…

En ese momento alguien me agarró del brazo desde detrás y me susurró:

-Nos vamos, Piraña.

Y me colocó unas gafas de sol que estaban totalmente opacadas, no me dejaban ver nada.

Me dejé conducir unos pasos a ciegas, hasta que me ayudaron a subir a un coche, y arrancamos.

-¿Puedo quitarme ya las gafas? –pregunté. Por toda respuesta me pusieron en las manos un cartón con una goma, que me coloqué obediente. Volvía a ser Piraña. Al volante estaba Julia, y a su lado, de copiloto, Desi. Mi primera reacción al ver la careta de Desi fue de alivio, creyendo que era mi amiga Marina otra vez. Pero no. Quien estaba ahora tras la careta de Desi era un hombre, y lo mismo pasaba con Julia.

Llegamos a un lugar diferente al de la otra vez: un colegio mayor abandonado en Ciudad Universitaria, con ventanas tapiadas y cristales rotos, al que nos colamos por un roto en la verja que lo rodeaba. Avanzamos por un pasillo lleno de pintadas y olor a meado, con algunos carteles viejos de conciertos de jazz en “El Johnny”, que debía de ser el sitio donde estábamos.

Entramos a un destartalado salón con una gran mesa, a la que estaba ya sentado el resto del grupo. Pasé lista, estaban todos menos por supuesto Chanquete. Pero en seguida empecé a notar diferencias. No solo Julia y Desi habían cambiado y eran otras personas tras las caretas –la vez anterior eran chicas, ahora tíos-. Lo mismo parecía el resto: Tito no era ya la confidente policial a la que seguí aquel día, pues ahora se le veía barba bajo la careta. Quique en cambio era una mujer, por lo que tampoco era el joven cineasta que lió aquello del concierto de la EGB. Lo mismo con Pancho, que con toda seguridad no era ya el portavoz del sindicato de inquilinos, pues ahora era de piel negra y hablaba con acento extranjero. Y por lógica, tampoco sería el mismo Javi, ya que al anterior lo detuvieron cuando lo del juez del Supremo. Bea era la única que parecía seguir siendo la misma. Y yo, que volvía a ser Piraña. ¿Por qué habían cambiado todos los miembros del grupo? ¿Sería otro también Chanquete?

Salí de dudas en seguida. Quique sacó un ordenador portátil, conectó Skype y apareció la careta de Chanquete en la pantalla. Seguía siendo una mujer, y sí, reconocí su voz, era la misma de la otra vez.

La reunión transcurrió en un ambiente de euforia. Hicieron repaso de las acciones realizadas, todas habían tenido una gran repercusión y, más importante aún, consecuencias. Tanto, que cada vez había más gente que se ofrecía al grupo para próximas acciones.

-Por todas partes hay precarios con ganas de liarla –dijo Chanquete-.

-Tengo varios contactos en el BBVA –anunció Javi-. Becarios de una subcontrata del último verano. Por lo visto han conseguido algo de la Operación Chamartín. También tienen material sobre la relación de la cúpula del banco con Villarejo.

-No, no, olvida esa basura –dijo Chanquete-. Ya nos han llegado otras ofertas del entorno de Villarejo, quiere usarnos para dar salida a su mierda. Por ahora pasamos del tema, que esa rata enmierda todo lo que toca, es radioactivo.

-Yo estoy al habla con teleoperadoras de varios call centers –dijo Quique-. Han reunido material sobre sus condiciones laborales, y sobre las técnicas comerciales que les obligan a usar las compañías. Y proponen una difusión muy chula: llamar a los clientes y contárselo directamente. Estás en casa, te llama una teleoperadora y crees que va a ofrecerte cambiar de telefónica o contratar una alarma, pero en vez de eso te cuentan todo lo chungo que hacen esas mismas compañías. Suena potente.

-No lo veo –interrumpió Chanquete-. La mayoría de la gente les colgará el teléfono, o ni se lo cogerá. Démosle una vuelta más.

-Hablando de alarmas –intervino Desi-, tengo a varios ex comerciales de la empresa esa que mete miedo con campañas agresivas en radio y televisión. Han grabado a sus jefes dando instrucciones para vender, y dicen que dan más miedo que los anuncios. Proponen contratar al mismo locutor que hace las cuñas de radio, y que grabe unas cuantas con ese material.

-Yo casi tengo lista la acción sobre los CIE –contó Pancho, con su acento africano-. Las grabaciones son muy jevis, es peor que una cárcel. Y van a pasarme también un video de un centro de menores no acompañados.

Así siguieron un rato, contando posibles acciones, planes ingeniosos, propuestas que recibían de precarios de distintas empresas.

-¿Y tú, Piraña? –dijo de repente Chanquete, y todos los ojos, tras las caretas, se clavaron en mi cara redondita de Piraña.

-¿Yo qué? –pregunté, incómoda.

-Tu acción. No pensarás dedicarte solo a difundir lo que hagamos. Sospecho que ya te han entrado ganas de liarla tú también, ¿verdad?

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