Barrio rico, barrio pobre: el negacionismo de Almeida
Hay quien lleva hasta las últimas consecuencias aquello de que la verdad es una ficción útil. El programa de gobierno de Almeida y sus compañeros de viaje se ha basado en la negación y en la destrucción del legado de nuestro anterior mandato. Tres años después de su toma de posesión, Almeida no ha sido capaz de abandonar el papel de oposición al anterior gobierno municipal y de orientar la mirada al futuro.
En el pasado, la derecha que gobernaba Madrid tenía un proyecto claro que desplegó sin escrúpulos y transformó la ciudad. Las consecuencias las pagamos (y las seguiremos pagando) durante décadas. Desde luego, no era un proyecto para transformar la ciudad teniendo en cuenta los intereses de las mayorías sociales, la protección del medio ambiente o un mejor acceso a los servicios públicos, pero, sin duda, había un proyecto de futuro.
El alcalde sufre una obsesión por el anterior mandato, es como si se hubiera creído su propia propaganda en las versiones más caricaturescas. Comparte, además, con la derecha radical en la que se apoya, un desprecio por los datos, por una aproximación científica y objetiva a la realidad. Es, en esencia, negacionista.
En esa línea, su último asalto y negacionista lo ha sufrido el Índice de Vulnerabilidad Territorial, elaborado por la Universidad Carlos III en base a diversos indicadores (tasa de inmigración, esperanza de vida, nivel de estudios, renta, tasa de paro, parados sin prestación, tasa de demanda de dependientes, familias perceptoras de renta mínima, entre otros). Dichos indicadores ordenaban los barrios de Madrid en función de su vulnerabilidad, es decir, de las circunstancias que concurrían y hacían que sus vecinos tuvieran menos oportunidades y servían para distribuir los recursos del Fondo de Reequilibrio Territorial. En base a ese índice, los cinco distritos más vulnerables de Madrid son, en ese orden, Puente de Vallecas, Villaverde, Usera, Carabanchel y Latina, y los barrios más desfavorecidos San Cristóbal de los Ángeles (Villaverde) y San Diego, Entrevías y Portazgo, todos ellos de Puente de Vallecas.
El actual equipo ha invertido 180.000 euros en sustituir el mencionado índice por otro nuevo que ha denominado Iguala. En teoría, el nuevo estudio ha permitido introducir nuevos indicadores y abordar con mayor precisión un problema tan complejo como este. Desde luego, lo lógico es que un gobierno mire al futuro y ponga el foco en mejorar la tarea de sus antecesores.
Sin embargo, el resultado que arroja Iguala ilustra hasta dónde llega esa obsesión de Almeida: los dos barrios más vulnerables de Madrid son, según este índice, Ibiza, que escala 101 puestos en el índice de vulnerabilidad con respecto al anterior índice y Sol. Qué duda cabe. Estos barrios tienen problemas, problemas serios. Sin ir más lejos, la excesiva y desordenada ocupación del espacio público por la actividad hostelera, un problema que, lejos de solucionar, el gobierno municipal ha agravado. Pero, por más empeño que se le ponga, ni Ibiza ni Sol son barrios más vulnerables que San Diego, San Cristóbal o el Alto de San Isidro.
Por más empeño que ponga el alcalde, no se puede decir que el barrio más vulnerable de la ciudad por superficie de zonas verdes es Ibiza, situado frente a las 118 hectáreas del Parque del Retiro, o que este barrio, con una renta media de 48.000 euros, sea más vulnerable que San Cristóbal, cuya renta cae a los 20.000 euros. Llama cuanto menos la atención que consideren que los barrios de Salamanca son los más vulnerables en cuanto al número de niñas y niños con necesidades especiales y percepción de ayudas sociales.
Cuando se entiende que “el mercado” es, en sí mismo, el mecanismo óptimo para distribuir los recursos y que la intervención pública en este reparto no es más que una distorsión indeseable, los mecanismos técnicos para dotar de solvencia y rigor a la intervención pública se vuelven superfluos. La devaluación a la que el gobierno de Almeida ha sometido estos instrumentos es una cuestión puramente ideológica.
La desigualdad en nuestra ciudad es un asunto serio. Tiene que ver con las oportunidades con las que nos encontramos en la vida. Madrid es una ciudad injusta en la que centenares de miles de vecinos tienen, en función del lugar en el que viven, menos oportunidades.
Décadas de experiencia nos dicen que el mercado por sí solo no hace más que radicalizar esta situación. Las instituciones públicas deben trabajar para solucionar este problema, y para abordarlo hace falta voluntad política, visión de largo plazo y rigor técnico.
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