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Bio-psicopolítica de la pandemia: la transición

Agentes de la Policía municipal, en tareas de control en el Puente de Vallecas. EFE/Rodrigo Jiménez

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El neoliberalismo, como una nueva forma de evolución, incluso de mutación del capitalismo, no se ocupa primeramente de lo biológico, somático o corporal. Por el contrario descubre la psique como fuerza productiva... porque no se producen objetos físicos sino informaciones y programas”- Byung Chul Han.

Estábamos en plena transición en la política, la economía y en las relaciones sociales, alejándonos progresivamente, unos con sensación de triunfo y otros como agravio, de lo que antes fue sólido y estable como la familia, el empleo fijo, la resistencia sindical o el partido, para adentrarnos en la sociedad líquida, del consumo, la precariedad, la incertidumbre y del riesgo. Estábamos en tránsito, entre lo biopolítico y lo psicopolítico.

Así, hemos ido transitando de la sociedad de la producción al modelo de hiperconsumo neoliberal. De la máquina y el carbono al silicio del mundo digital y ahora en camino hacia la robotización. Del empresario y el trabajador al emprendedor de sí mismo. De la familia a la individualidad. De la sociabilidad a las redes sociales y la sociofobia. De la ansiedad a la depresión. De la estadística al Big data. De la representación democrática y las instituciones intermedias al personalismo. Del Estado social a la privatización. De la democracia al populismo. De la globalización al nacionalismo y el proteccionismo.

Asistíamos, con todo ello, al lento proceso de cambio sanitario y del concepto de salud: de la llamada por Attali medicina de las máquinas a la digital y en el camino hacia la de medicina de los códigos y los robots. De la sanidad como técnica de reparación individual del enfermo, al cuidado de la enfermedad crónica. Por otra parte, íbamos a paso lento de la salud pública de los hábitos y los riesgos, a la de los determinantes sociales, laborales, culturales y ambientales. Y entre los sectores más digitalizados, se aceleraba la marcha hacia el autocuidado, el culto al cuerpo, el fitness y el coaching como expresión sanitaria de la psicopolítica del autocontrol, la autoexposición y la autoexplotación de uno mismo.

En eso estábamos cuando llegó la pandemia y se sumó a otras ya en marcha, como las enfermedades crónicas y los determinantes sociales y el cambio climático, en lo que ya es una sindemia del precariado y los empobrecidos. A partir de entonces, hemos tenido que volver la mirada hacia atrás, a lo biopolítico, y a nuestro pasado analógico. De nuevo hemos sido conscientes de la importancia de la sociedad productiva, la agricultura, las máquinas, los sectores productivos y valoramos en especial a los trabajadores manuales, a la clase obrera que daban por desaparecida, estos sí esenciales en la alimentación, la industria, los transportes y los servicios públicos.

Más tarde, llegó el descontrol del virus, y nos fuimos aún más atrás, a la medicina de los cuerpos, 'a designar y separar los cuerpos en peligro y peligrosos, a contener el mal'. Primero con el exorcismo de la culpa y la búsqueda del chivo expiatorio: el gobierno y los científicos. Más tarde, nos vimos forzados a protegernos tras las medidas medievales de los antiguos confinamientos, el aislamiento y el lavado de manos.

Otra vez el panóptico de la cuarentena, de la vigilancia, las prohibiciones y las multas de la policía sanitaria en el confinamiento. De vuelta del Big Data a la estadística y la demografía. A lo analógico y el carbono.

Y así fuimos retornando al pasado, confinados con miedo, ansiedad y sensación de fragilidad, paralizados ante la incertidumbre. A la nostalgia de la ley de emergencia y del Estado, a la relocalización ante el colapso de la cadena de distribución y comercialización de EPIs, test y respiradores. A aplaudir todas las tardes también a los servidores del Estado de bienestar de la sanidad, los servicios y la educación publicas. A confiar en la protección de los ERTE, el subsidio al desempleo y el ingreso mínimo vital.

De vuelta también a la vieja lógica de guerra contra las Pestes y a la medicina de guerra. A la retórica, las arengas televisadas y al señalamiento del virus como enemigo. A la reorganización de la atención primaria y los hospitales como un frente de batalla contra la covid19, a las EPI como uniformes y escudos, a los sanitarios caídos, a la última trinchera y la resistencia del paciente en la UCI. En el ámbito social, a las residencias de ancianos como nuevos Lazaretos y la selección de los supervivientes con la bioética clínica y de salud pública, a los himnos diarios de resistencia y los homenajes a los sanitarios e incluso al rechazo del confinamiento por parte de los negacionistas, sus caravanas y caceroladas por la libertad y el modo de vida resumido en barras y terrazas.

Psicopolítica

Sin embargo, mientas tanto, también continuaba activa y avanzando silenciosa la psicopolítica del neoliberalismo. Con el teletrabajo y con la educación y la sanidad súbitamente telemáticas, provocando nuevas brechas sociales y digitales con motivo de la pandemia.

Con el imperio de las redes sociales como vía de escape y exposición en el encierro. En el rastreo telefónico, las Apps y de nuevo el control digital. Con la Infodemia de los medios de comunicación. En la transformación del populismo nacionalista al de los expertos frente al ruido y la impotencia de la política y del Parlamento. Con la obsesión por la transparencia y el datismo sobre la pandemia. También en los influencers y la gimnasia de mantenimiento. El silicio.

Ya en el verano, con el fin del confinamiento, vuelve la retórica civil de la psicopolítica: la desescalada, la nueva normalidad, la convivencia con el virus y la respuesta temprana. Una relativa autonomía personal pero unida a la nueva responsabilidad que se torna solo normalidad entre la separación física, las relaciones a distancia y la mascarilla obligatoria junto a la vuelta al trabajo, a los transportes colectivos, las fiestas y las relaciones familiares. Con el rastreo telefónico como fetiche, con test masivos, aleatorios y en aguas residuales. Vuelve como al inicio el papel central de la salud pública y la atención primaria y con ello la sensación de impotencia ante sus grandes carencias. La culpa cambia de bando y es ahora de los jóvenes estigmatizados como nuevos bárbaros. Ya con los nuevos brotes y el descontrol, retornan las medidas preventivas de las prohibiciones del tabaco y el límite a los aforos, al ocio nocturno y las reuniones. El nuevo higienismo. Pero, a pesar de todo, continúa el olvido de la sindemia, de los determinantes sociales como la desigualdad, el trabajo precario e informal, el hacinamiento o la movilidad.

Y con la segunda ola, primero en España y luego en toda Europa, resuena otra vez la retórica de guerra, esta vez dirigida por los presidentes de las CCAA con viejos términos como los cierres perimetrales, los confinamientos quirúrgicos y al final con los toques de queda. También, por parte de los negacionistas, destaca la prioridad de la economía frente a la vida y con ella el señuelo de la inercia de la inmunidad de rebaño frente a la prevención y la salud pública. Y con la prolongación de la guerra llega el cansancio y sobre todo la decepción.

El futuro

El futuro se percibe en transición entre la biopolítica y la psicopolítica, con la pandemia como catalizador: entre la desglobalización y la relocalización industrial con la posibilidad de una globalización regulada (glocal). Con la crisis de gobernanza de los organismos internacionales y en este contexto, el futuro de la OMS es una incógnita inquietante y con ella el de la salud pública y las alertas ante la mayor probabilidad y letalidad de los nuevos virus.

Se acentúa también el pulso bipolar geoestratégico y la guerra fría comercial y digital entre EEUU y China. El primer dato sanitario está siendo la investigación y la producción de fármacos y las vacunas como arma geopolítica, y por tanto, la incertidumbre sobre su imprescindible reparto equitativo y sobre la necesidad de una salud global. Se puede prever asimismo la reconsideración de la hiper movilidad, el turismo masivo y la concentración urbana. Pero en sentido contrario, avanza la explosión de la desigualdad y de la brecha digital y con ellas un pulso decisivo entre el autoritarismo digital y un nuevo contrato social y ambiental. Entre un populismo nacionalista y la revitalización democrática. Asistiremos también a unas las nuevas relaciones sociales, hoy polarizadas entre la sociofobia y una nueva sociabilidad, y con ello a la incógnita de si se consolidará la actual distancia de seguridad, si el teletrabajo y una enseñanza y sanidad más digitales se generalizarán, o si por el contrario, estarán subordinadas a unas relaciones más humanas y a una atención más personal.

Un futuro entre la competencia y la colaboración.

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