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El feminismo y yo

El exportavoz de Sumar Íñigo Errejón.
29 de octubre de 2024 21:56 h

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“No basta con decir ”soy feminista“, no basta con estar en contra de las violencias machistas, no basta con estar a favor de la paridad o de las leyes feministas. Hay que estar dispuesto a revolverse entero. Y eso no es fácil, ni rápido. Pero se trata de eso”. (Beatriz Gimeno)

Desde que tengo uso de razón política, allá por los primeros ochenta, me he considerado feminista. Siempre he sido de izquierdas y, por lo tanto, siempre me he reconocido como feminista, porque si era de izquierdas tenía que ser socialista, feminista, ecologista, pacifista y lucir en la pechera todas las etiquetas en -ista homologadas por el standard progresista.

Eres de izquierdas, y por lo tanto entiendes y asumes racionalmente el feminismo. Piensas en feminismo. Pero un día, no hace demasiado tiempo, pero ya unos cuantos años atrás, te das cuenta de que no vives en feminismo, porque, aunque racionalmente aceptes las ideas del feminismo, vas viendo en tu día a día que no eres tan feminista como te crees. Y empieza a darte un poco de vergüenza autoproclamarte feminista, y dejas de hacerlo, y te llama la atención que tantos hombres de tus círculos, de tus partidos progresistas, se lo proclamen con tanta ligereza, porque los ves y los calas, y sabes que en lo intelectual son feministas, como tú, pero no lo son en la vida real. Y es que, como dice Beatriz Gimeno, “no basta con estar de acuerdo con los cambios, hay que encarnarlos”.

Y es normal esa contradicción. Tienes una edad, te educaste en los años 70, en el seno de una familia bastante tradicional, y tienes en la cabeza un montón de vicios y clichés que nunca te has preocupado de erradicar, porque no llamaban tu atención, porque formaban parte de ti, como tus dedos y tus párpados. Hasta que te das cuenta de todo esto, con compartir intelectualmente el feminismo era suficiente, pero empieza a no serlo.

No lo es, en realidad, porque, como dice una de las proclamas clásicas del feminismo “lo personal es político”, y si en tu día a día no luchas por identificar y eliminar esos clichés, algunos importantes, otros puramente simbólicos o menos importantes, pues no eres feminista, pero sobre todo no contribuyes a crear un mundo más justo e igualitario, porque una de las aportaciones más importantes del feminismo es que la revolución es primero interna. No hay cambio fuera si no hay cambio dentro. Da igual lo que diga la Ley, da igual que garantice la igualdad sobre el papel, si las personas que tenemos que cumplirla y aplicarla no nos lo creemos en realidad, incluso aunque creamos que nos lo creemos, que ese es el problema de los hombres feministas de izquierdas, que dan, que damos por sentadas cosas que no está tan claro que sean reales. Y te pones a ello. Es una lucha contigo mismo que yo llevo años librando. Y creo que me he depurado bastante, pero cada cierto tiempo descubro alguna pelusa nueva que barrer, algún borrón que limpiar, algún montón de basura que mandar al vertedero...

En cierto momento, empiezas a darte cuenta de que no puedes hablar de esto con tus amigos hombres, feministas o no, de izquierdas o no, salvo que lleven un camino muy paralelo al tuyo. La mayor parte de ellos, si les comentas todo esto que piensas, te empiezan a mirar como si fueras un marciano y, o se ríen de ti, o reaccionan diciendo que ellos ya son feministas, pero que no se van a fustigar ni le van a pedir perdón a nadie por ser hombres. De hecho, mi yo de hace 4 ó 5 años vería al de hoy como un “pringao pagafantas” y probablemente habría reaccionado de una manera parecida.

Poco a poco, vas llegando una segunda etapa. El feminismo libera a las mujeres, pero te das cuenta de que también libera a los hombres de papeles del pasado en los que muchos ya no nos reconocemos. Yo no quiero los privilegios que pudiera tener mi abuelo. No los quiero, porque si para él fueron privilegios, para mí son hipotecas. No quiero aquella vida, no quiero aquella forma de relacionarse con las mujeres. El feminismo ha dado un paso más en mi cabeza. Ya no sólo libera a las mujeres, sino que nos libera a todos y a todas; al menos, me libera a mí.

Y cuando me doy cuenta de eso, empiezo a poder atreverme a decir de nuevo que soy feminista. Y no me gusta que mis amigas feministas me digan que soy un aliado, porque no soy un aliado, soy feminista de pleno derecho y yo también soy objeto de liberación por parte del feminismo, no como ellas, evidentemente, pero para mí, el feminismo también supone una liberación. 

Y en esta idea estaba hasta que hace unos días conocemos la verdadera cara de Íñigo Errejón y vuelvo de sopetón al pasado, a cuando me daba vergüenza declararme feminista, porque todo lo que he contado hasta ahora, todas estas reflexiones, toda esta yihad  –la yihad no es otra cosa que la lucha contra uno mismo– todo ello se convierte en superchería, en palabrería en la que nadie tiene por qué creer desde ayer, porque Errejón, supuestamente, representaba todo eso que he descrito. Y si Errejón no es de confianza, por qué lo voy a ser yo, con la pinta de obispo baboso que tengo.

Yo hoy me fío mucho menos de mí mismo que hace unos días: ¿soy creíble?, ¿soy sincero conmigo mismo y con los demás?, ¿era sincero Errejón cuando hablaba de feminismo?, ¿se creía lo que decía, y era una especie de Mr. Hyde el que empujaba mujeres a la cama y las agredía, el que las acosaba hasta destruirlas como personas, mientras su yo feminista escribía discursos en el despacho del Congreso, o quizás fuera compatible en su conciencia su discurso con su actuación?

No sé, pero a mí el tema me revuelve en lo político –Errejón ha hecho un daño  político enorme, pero no porque haya matado de un solo tiro a los partidos en los que militaba, sino porque ha devuelto el feminismo a posiciones defensivas y a manos de las mujeres exclusivamente– , pero sobre todo me revuelve en lo personal, porque de nuevo es muy fácil decir que eres feminista, o incluso creértelo, cuando tu aportación a un mundo igualitario es hacer la cama por las mañanas (porque tu mujer lleva dos horas trabajando cuando tú te levantas), guisar (porque si no, no comes) y hacer discursitos como, probablemente, el que estoy haciendo ahora mismo…

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