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Si tú me dices ven, lo sumo todo

La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se reúne con jóvenes activistas contra la crisis climática en el primer acto de escucha de Sumar celebrado en Madrid. EFE/ Luis Millán

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Al fin arrancó Sumar. Entre calor y expectación, en Matadero se creó una atmósfera de esperanza que recordaba a lo ocurrido el noviembre pasado en Valencia. 

Que la figura de Yolanda Díaz sea capaz de generar este efecto es el resultado de diferentes elementos. Por un lado, sus formas cercanas y tranquilas le permiten conectar con amplias mayorías (eso de no hablar solo para los ya convencidos) y, por otro, el hecho de ser ministra de Trabajo y haberse esforzado en operar cambios con impacto real en un terreno crucial como es el laboral.

Mucha gente percibe y valora que Yolanda se centre más en el hacer que en el decir. Y para seguir haciendo, escuchar de primera mano al conjunto de una sociedad civil cuya relación con el ámbito político viene siendo irregular y accidentada, puede ser una buena receta.

En mi opinión, la labor de la izquierda política no debe limitarse a dar voz a colectivos sociales afectados o en conflicto, ni a incorporar perfiles de ésta a listas electorales. Hay que tejer una conversación permanente y bidireccional si queremos aspirar a construir un bloque social, político y cultural que reme en la misma dirección. Si este proceso de escucha contribuirá a ello es una incógnita que aún está por despejarse, pero la iniciativa en sí misma parece ser consciente de esta necesidad.

Otro aspecto –y no precisamente menor- que inserta potencial a “Sumar” es vincularlo a proyectos tan relevantes como la edificación de un nuevo contrato social. Y más cuando la labor de Yolanda al frente del Ministerio transmite una idea que comparto al cien por cien: La mejor fórmula para garantizar que no hay retrocesos es seguir promoviendo avances.

La Ley Rider o la reciente Reforma Laboral son peldaños de una escalera mucho más larga, en cuyo siguiente piso encontramos el proyecto de Nuevo Estatuto de los Trabajadores. En una sociedad donde el trabajo sigue siendo el núcleo de las relaciones sociales, contar con personalidades y herramientas para operar cambios en ese ámbito es una cuestión diferencial.

En este sentido -y más aún en mi caso como trabajador de Correos y sindicalista- que en ese nuevo contrato social se plantee el llevar la democracia a las empresas (para que deje de quedarse a sus puertas como denunciaba Marcelino Camacho), dando peso a las plantillas en la toma de decisiones y, también, a la economía en general, con una apuesta por la fiscalidad progresiva, sitúa un horizonte estimulante.

Quienes queremos un país con un gran sector público sin complejos respecto al mercado privado, que piense más en dividendos sociales que en beneficios particulares y comprometido con lograr vidas buenas para la gente trabajadora, podemos y debemos sumar. 

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