El año sin primavera ni verano que espera un futuro
La pandemia de coronavirus –y todas las que, más sutilmente, nos vienen afectando con ella–, nos dejó sin primavera, está agostando el verano y amenaza con tumbar también el otoño y más allá. La capacidad del ser humano de no aprender de las evidencias que le rodean, que le hieren incluso, se ha demostrado infinita. Y no me refiero, ni mucho menos, a la frase de moda que carga los repuntes de los contagios a una irresponsabilidad colectiva. No, unos “hemos” aprendido y otros no. De hecho, esa reacción demuestra el nivel de infantilización al que ha llegado esta sociedad. Uno de los puntos más preocupantes de la situación actual.
Lo explica, el desconcierto. Un virus lo ha cambiado todo. Eso sí lo sabemos; no, al parecer, de qué forma ha dejado desnudos los defectos estructurales del mundo en el que vivimos. Todo lo mal hecho aflora, los cimientos torcidos durante años y décadas han perdido su falsa capa de eficacia. Lo verdaderamente torpe y que nos puede costar todavía más caro es no ponerle remedio, y aun afianzar las respuestas erráticas.
Para detener la expansión del Covid-19 funcionó el confinamiento, la separación personal y el uso de protección en las salidas necesarias. Pero había que volver a la actividad porque “la economía” manda. Y hay nuevos contagios. En el “ocio nocturno” y relaciones sociales, principalmente dicen. Que relanzan la cadena. Volver ¿cómo? entonces. El parón –mundial– ha destruido en España un millón de empleos en el segundo trimestre de 2020, previsible en nuestras circunstancias. Ni de lejos se vive la normalidad. La vida sigue estando muy tocada. Lo primero a entender es que casi nada es como antes.
No hay apenas movimiento de vacaciones por ejemplo. No lo hay en las tiendas en un insólito final de julio. Este segundo palo de la realidad está teniendo muy serias consecuencias. Ya sabemos que en España, sus dirigentes y promotores apostaron por el turismo como motor económico –y la construcción subsidiaria–. Y, de un lado, los virus viajan con las personas. Y, del otro, la guerra por el “pan” se desata. No deja de ser curioso que Boris Johnson desaconseje a los británicos venir a España pero no a EEUU, récord mundial de contagios. En la UE, la “frugal” Holanda también nos veta.
Los contagios han aumentado en España, sin duda. Se multiplicaron casi por siete en un mes con tres comunidades en situación grave: Aragón, Catalunya y Navarra. Ocurre también en varios países europeos: Francia, Bélgica, Países Bajos, Alemania, República Checa, Eslovaquia, Polonia y Rumanía. Crecen a mayor velocidad que en otros vecinos europeos, con repuntes de un 30% más de contagios respecto a la semana anterior. Aquí tienen los datos.
Y todo esto lo afrontamos con un Gobierno al que trituraron en cada nueva prórroga del Estado de alarma. Y con un presidente del Partido Popular que pide “mando único” y a la vez pretende poner en marcha una reforma legal –en pleno agosto incluso– para justificar su rechazo al estado de alarma. O con el President catalán que va al confinamiento mientras llama a los turistas asegurando que la comunidad es un lugar seguro. Y con una presidenta de Madrid cuya turbulenta cabeza ha ideado ahora una “cartilla COVID” para que los que hayan pasado la enfermedad y los negativos en las PCR tengan prioridad para moverse como quieran por la comunidad. Sin que ni los científicos hayan garantizado que pasar la enfermedad inmunice, ni mucho menor por cuánto tiempo. Por el contrario, la evidencia desaconseja la 'cartilla COVID' de Ayuso y ya ha sido descartado por las autoridades mundiales en los lugares que se pensó en esa posibilidad. Un privilegio, no exento de oportunidad de trampa conociendo cómo se funciona en el PP de Madrid.
Y con unos medios prestos a seleccionar evidencias sin contexto. Vicente Vallés, el nuevo ídolo de las multitudes antigobierno, resalta la contradicción en la que también incurre el ejecutivo. La ministra de Exteriores apuesta por la bolsa, el turismo, como las empresas mediáticas que lo critican, y Fernando Simón, por la vida. Indiscutiblemente, cuantas menos ocasiones se den para el contagio, mejor. Pero está el problema de que España come mucho del turismo, a falta de I+D+i que los prebostes disuadieron. Como dice un colega, al Reino Unido, con récord de contagios ellos mismos, empieza a llegar con fuerza más que el riesgo de salud “la desesperación económica”, recordemos que los primeros turistas fueron recibidos con aplausos.
Los problemas estructurales se mantienen: todas las guerras de intereses y hasta las mediáticas apenas disfrazadas de periodismo. Pero sobre todo los fallos que nos llevaron a esta situación y que no se corrigen. Las fotos de los usuarios muestran un metro de Madrid atestado en horas punta, por ejemplo. La Atención Primaria en Sanidad da hora a una semana vista y por teléfono –lo digo de primera mano–. Llegan referencias de que ocurre lo mismo en Galicia y Andalucía, al menos. ¿Dónde están los médicos y las enfermeras? Los siguen echando, precarizando. Entre mayo y junio se han destruido 18.000 de casi 35.000 contratos sanitarios, fundamentalmente de enfermería, creados en los peores meses de la pandemia, hasta convertir a estas personas en Temporeras de la sanidad. Falta personal y en efecto “resulta incomprensible que no se cubran las necesidades”, como dicen en Madrid cuatro asociaciones científicas. Los ratios de España con otros países continúan siendo negativos tras el feroz paso de la tijera neoliberal.
Lo primero es la salud, pero ¿qué hacemos con nuestras vidas? En quienes tienen trabajo se está imponiendo el hacerlo en su casa y con sus medios, con cuanto implica. Más horario, más sujeción, más ventajas para la empresa, menos socialización que también importa. Google anuncia que sus empleados no volverán a las oficinas hasta julio de 2021. En España muchas empresas continúan con el teletrabajo sine die. Quizás disponer de medios de transportes seguros ayudara más a la normalidad que ninguna otra cosa. Pero si algunas comunidades no “gastan” ni en médicos, no se puede esperar que se ocupen de nada más. Aunque esté en juego “la economía” y sobre todo el bienestar de las personas.
Las personas. Aquí nos encontramos con los sectores de mascarillas para el cuello sudado, el no pasa nada, o el olvido de qué es una distancia de seguridad, una distancia siquiera. Personalmente, he pensado caminar con los brazos en cruz y girando en las situaciones comprometidas. Es cierto que tenemos en España una gran tendencia al acercamiento personal, muy satisfactorio emocionalmente, pero habrá que afrontar la cara de disgusto de quienes no entienden que vivimos un momento complicado. Es por el bien de todos.
Los ciudadanos estamos mucho más tristes, preocupados y desconcertados de lo que se muestra. A salvo de los “vivalavirgen” y cantamañanas varios. Es clamorosa la necesidad de cambiar de rumbo. Cambiar de caminos, mejor. En matices concretos.
Dicho todo esto, es cierto que se contabilizan más contagios porque se hacen más test. El porcentaje de muertos por coronavirus en España en concreto viene a ser del 1 por mil, inasumible humanamente, pero medido en términos epidemiológicos. Es imprescindible aunar civilizadamente la bolsa y la vida, la economía y la salud. Dotar de medios a la sanidad y a cuanto hace falta para vivir. ¡¡¡Personal sanitario para atendernos, medios de transporte seguros!!! Obrar racionalmente. Aventar de nuestras fuentes de información los agentes contaminantes. Incluso infecciosos, incluso corrosivos.
Ha habido gente que ha aprendido a saborear lo que tiene de valioso en su vida y en sus afectos. A saber qué le vale la pena. A tener los ojos abiertos. A cerrarlos buscándose, perdiéndose en la tranquilidad. Éste ha sido otro año sin verano, como en 1816, porque esta casa nuestra en la Tierra no es un búnker. Un verano extraño, al menos, está siendo el de 2020. Que salía de una primavera angustiosa como no llegamos a imaginar. Hagan el favor de no echar a perder también el otoño y el futuro por venir, porque es perder grandes zonas de vida.
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