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Que les den

Manifestación del Orgullo 2018

Ruth Toledano

El ultraderechista Iván Espinosa de los Monteros soltó el otro día, refiriéndose al Orgullo LGTBI: “Habrá que ver si seguimos permitiendo que lo organicen”. Nadie en su sano juicio osaría hoy en día decir algo semejante, cuestionar una cita que es cultura madrileña y referencia mundial, salvo que esté emponzoñado de ideología fascista. Cuestionar la celebración del Orgullo en Madrid es de una torpeza política que solo puede deberse a algo mucho peor que la cortedad: la homofobia, la transfobia, el odio a las personas diversas. Ese hombre tan orgullosamente heterosexual profirió una soberana idiotez. De hecho, ha tenido que salir Begoña Villacís a aclarar que una de las cosas que han “pactado” Ciudadanos, PP y Vox es que el Orgullo se queda en el centro de Madrid.

Vamos a ver, para que quede claro cómo son algunas cosas: el Orgullo LGTBI se queda en el centro de Madrid no porque Ciudadanos, el PP y Vox hayan pactado nada, sino porque el Orgullo es Madrid, el Orgullo es de Madrid, pacten lo que pacten los ultras, y en el centro de Madrid lo íbamos a dejar nosotras, nosotros y nosotres. Supongo que se entiende. De hecho, el Orgullo es tan Madrid que hasta hay dos Orgullos: el oficial y el crítico. Por si no lo saben Espinosa, Ortega y Monasterio. Y ambos son intocables. Y, este año más que nunca o por fin, ambos confluyen en un punto del mapa y el imaginario social: el crítico tiene ya el carácter oficial que le otorga su carta de naturaleza ciudadana y el oficial ha de ser más crítico que nunca.

Porque, aunque ni Ciudadanos ni PP ni Vox tienen, frente a una ciudadanía masiva, capacidad legítima de pactar nada al respecto (y solo podrían tratar de someterla por una fuerza, represora pero ridícula, a la que se opondría la fuerza incontenible de una respuesta igualmente masiva: somos millones en las calles, Espinosa), lo cierto es que la sola formulación de ideas y posibilidades contrarias a la celebración, reivindicación y defensa de los derechos LGTBI, el hecho mismo de andar presuntamente pactándolas, es razón más que suficiente para que el de 2019 sea, en Recoletos y Chueca o en Lavapiés, un Orgullo político y militante. Si el Orgullo nunca debió dejar de ser crítico, ahora ha de serlo más que nunca. El de MADO también. Por eso la FELGTB tomó la única decisión posible sobre la manifestación oficial: que ninguno de esos partidos tuviera representación en la pancarta de cabecera y que Ciudadanos no tuviera carroza. Lo contrario sería humillación.

Las ultraderechas y sus cómplices han reaccionado a esa decisión como era de esperar, en sus términos de siempre. Villacís, en pleno ejercicio de pinkwashing del trifachismo de su partido, ha dicho que en el Orgullo no cabe “el sectarismo”. Por su parte, Iñaki Oyarzábal, presidente del PP en Álava, se dejó de rodeos y publicó un tuit revelador: “Los organizadores del Orgullo son una panda de sectarios, un chiringuito de estómagos subvencionados que ya no representan a casi nadie. Tienen fobia al pensamiento libre, pero no salimos de un armario para que ahora dejemos que nos metan en otro. Que les den”. Oyarzábal, que declaró su homosexualidad en 2012, no se refería, como se ve, a los fascistas salidos de su partido (los que identifican con zoofilia la educación en diversidad), ni al obispado de Alcalá y sus cursos para curar la homosexualidad, ni siquiera a los vientres de alquiler de sus coleguitas de Ciudadanos. Y eso que se refería al Orgullo MADO. Dan verdaderas ganas de que publique su tuit sobre el Orgullo Crítico, que viene reprobando desde hace años la mercantilización del Orgullo oficial a través de AEGAL (Asociación de Empresas y Profesionales para Gays y Lesbianas de Madrid y su Comunidad) y reclamando una lucha transfeminista, antirracista, anticapitalista, antifascista y pansexual. Yo añado antiespecista.

“Ni un paso atrás”, repetía el añorado activista Pedro Zerolo. Este año se notará más que nunca su ausencia en esa pancarta de cabecera que sostendrán por méritos propios (los de la lucha, los de la resistencia) otras relevantes pioneras del activismo LGTBI, como Boti García Rodrigo, Carla Antonelli, Jordi Petit, Beatriz Gimeno, Jesús Generelo o la actual presidenta de la FELGTB, Use Sangil. Atendiendo a la memoria histórica de este movimiento emancipatorio, ya que se conmemoran los cincuenta años de las manifestaciones y acciones políticas de Stonewall, en Nueva York, que son su origen, la marcha hará especial hincapié en aquella consigna de Zerolo: ni un paso atrás en la defensa de los derechos humanos recuperados, ni un paso atrás en los derechos por recuperar. La reivindicación principal será la aprobación de una Ley Estatal LGTBI fundamentalmente centrada en los derechos de las personas trans, una ley que garantice la no discriminación de este colectivo.

Por eso no tienen cabida ahí los colaboracionistas del fascismo homófobo, del fascismo transfóbico, del fascismo enemigo de la disidencia de sexo, género y corporalidad. Es, como apunta Sangil, una cuestión de “coherencia”. Es, como apunta Generelo en un elocuente artículo que merece mucho la pena leer, una cuestión “política”. De hecho, este año viviremos un Orgullo, unos Orgullos, reforzados por la politización. Porque la historia exige recuperar la memoria y los tiempos exigen que nos pongamos de frente. Porque como dice Boti García Rodrigo, “quieren impedir que sigamos el camino, pero no nos conocen”. Porque, vamos a ver, Oyarzábal, Villacís, los que os llevamos dando muchos años con nuestros Orgullos somos nosotras, nosotros y nosotres. En las narices trifachitas.

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