Diccionario de estafas amorosas
Hay veces que la serie que estás viendo y el libro que estás leyendo encajan como dos piezas de Tetris. Me acaba de pasar con un documental que he visto en atracón y un libro que me he leído del tirón.
La serie, Generation Hustle, de HBO, cuenta diez estafas de tal magnitud que cuesta creerlas. El libro, Estafas amorosas, de Sheila Queralt, te lleva por los pasos habituales que dan los estafadores del amor para que sus víctimas crean que están viviendo una pasión, entre rosas y mariposas, cuando en realidad lo que quieren es sacarles los jurdeles.
Me fijé en que todos los estafadores, ¡todos! (los emprendedores entusiastas de Generation Hustle y los amantes de pacotilla de Estafas amorosas) utilizan el lenguaje como su arma más afilada para camelar, seducir, engatusar, enredar, marear y engañar a sus víctimas.
No hay estafa que no lance las palabras como una red de pesca. Igual que el trilero tiene sus tácticas con las bolitas, el estafador tiene sus técnicas con el lenguaje. Y Sheila Queralt las ha rastreado porque, “como experta en análisis del lenguaje en los contextos más oscuros”, quería conocer “cuáles son las armas lingüísticas de estos estafadores, cómo seducen a sus víctimas, cómo las manipulan y cómo las controlan”.
Esta lingüista forense dice que “los estafadores en serie de mujeres dominan el arte de la palabra casi a la perfección”. Uno de sus artilugios más poderosos es lo que dicen y lo que escriben. Así construyen sus “estrategias lingüísticas de persuasión, manipulación, convicción y amenaza”.
Sus discursos son el reflejo de sus estrategias de manipulación psicológica. Sus palabras son el brazo armado de sus artimañas para controlar la vida de la víctima de cabo a rabo: su emoción, su intimidad, sus relaciones sociales y, por supuesto, sus finanzas.
Al leer las fases de las estafas amorosas (seducción, engaño, conflicto y huida), vi que se podía construir un pequeño diccionario de este tipo de timos.
La autora de Estafas amorosas (Editorial Larousse) presenta a estos estafadores con una figura popular de la literatura: el donjuán. Así que ¡padentro! ¡Pal diccionario!
Donjuán: “Hombre seductor o conquistador”.
El diccionario es lacónico (como una buena receta genérica), pero Queralt da unos detalles más del don Juan que llevó al teatro José Zorrilla para describir su calaña. Don Juan tenía una técnica con cada mujer que conquistaba: empleaba un día para enamorarla, otro para conseguirla, otro para abandonarla, dos para sustituirla y una hora para olvidarla. Y según la lingüista forense, el donjuán se ha adaptado a los tiempos y ahora, además, puede dedicarse a vaciar la cuenta corriente de su enamorada.
Queralt habla también del casanova, pero en la cultura popular, este tipo de seductor parece estar más enamorado del amor, de la conquista, incluso de su poder de enamorar, que del dinero. Es más de vanidad que de cash.
Casanova: “Hombre que conquista o seduce al mayor número de mujeres posible y es famoso o conocido por sus numerosas aventuras amorosas”.
Estas dos palabras estarían en el Diccionario de estafas amorosas como las voces con solera. Pero la mayoría de los términos son recientes y se han ido acuñando a la vez que se popularizaban las webs de citas, las redes sociales, los chats y los canales digitales.
Entre las personas que Sheila Queralt llama delincuentes del amor o malhechores del amor están los:
Artistas del ligue o PUA (pickup artist): “Hombres que se consideran expertos en ligoteo y comparten consejos sobre cómo atraer y seducir a las mujeres. Su objetivo principal no es estafar económicamente a las víctimas”.
Embaucadores de love scam (o romance scam): Personas que hacen todo el proceso del fraude exclusivamente en internet. En webs de contactos, redes sociales, correos electrónicos.
Estafadores del amor en serie: Estos individuos empiezan el contacto en internet, pero continúan el engaño en el mundo físico. Incluso pueden llegar a convivir con sus víctimas.
A estos tres tipos de estafadores no hay que confundirlos con los scammers. Ellos son de otro pelaje:
Scammer: Significa literalmente estafador.
El scammer intenta robar sin necesidad de inventarse una historia de amor y aprovecha que en internet es más fácil esconderse. Es el individuo que, según Queralt, “envía correos electrónicos pidiendo dinero o contando que ha recibido una herencia y necesita una cuenta para ingresarlo”. Es el que va a lo que va, sin carantoñas y, por eso, no hay que confundirlo con los estafadores románticos.
Cuenta Queralt que la técnica más habitual del engaño amoroso es el catfishing y ella lo explica así:
Catfishing: “Se basa en construir una identidad digital falsa y crear un círculo social para generar confianza en sus víctimas, establecer una relación romántica y engañarlas”.
Este término nos llegó en inglés y en inglés se ha quedado. La primera vez que se oyó para denominar una relación entre dos personas a través de una red social, Facebook, fue en un documental de 2010. A ese programa lo titularon Catfish. Y dos años después se popularizó definitivamente porque la MTV lo volvió a utilizar en un programa al que llamó Catfish: The TV Show.
Aunque cuando apareció esta palabra lo que hacía era describir a una persona. En 2010 el Urban Dictionary la definió así: “Un catfish es alguien que utiliza Facebook u otras redes sociales para crear identidades falsas y buscar romances engañosos en internet”. Ahora lo que describe esta voz es la técnica de crear una identidad falsa para empezar una relación engañosa.
Hay otra técnica de persuasión muy común, que también se acuñó en inglés:
Door in the face: “Pedir un favor extremo que saben que sus víctimas no van a poder realizar para pedir después algo más moderado y que así se vean forzadas a aceptar”.
Los lingüistas forenses han visto que el farsante repite su mentira muchas veces para convencer a la víctima y no dejar lugar a dudas. Este bombardeo suele ocurrir cuando la estafa está a punto de caer y también tiene un nombre en inglés:
Love bombing: “Repetir ciertas ideas, generalmente proclamaciones de amor”.
Sheila Queralt va siguiendo a los delincuentes amorosos por las esquinas de las construcciones verbales, por sus silencios, por sus formas de atajar una conversación saliendo por peteneras. Desentraña cada una de sus palabras. Cuenta que los estafadores románticos suelen vestirse de voces como verdad, confianza y honestidad, justo lo contrario de lo que hacen. Y en esta ocasión, como casi siempre, hay un dicho popular que encaja con la realidad como dos piezas de Tetris: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
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