España me agota, me rindo
Ustedes no sé, pero servidor no puede más. España me agota. He intentado seguir su ritmo, se lo juro. He tratado de no desfallecer, repetir día tras día los mismos argumentos a ver si alguien los escucha y seguir con paciencia miles de polémicas sobre asuntos banales como si fueran importantes, mientras las cuestiones realmente relevantes quedan sepultadas bajo el ruido y la furia. Es inútil. No se puede hacer nada.
Estoy agotado de vivir en un país donde el hecho de que la gente quiera votar se convierte en un problema dramático y la ley es utilizada para prohibir y proscribir derechos, no para garantizarlos. Igual que la policía es utilizada para escoltar a los que mandan y no para proteger a los ciudadanos de ellos. No puedo con esta discusión absurda entre legitimidad y legalidad repetida una y otra vez como si todos fuéramos Thomas Hobbes o Hans Kelsen.
Estoy agotado de vivir en un país donde ya no se habla de la crisis porque el Gobierno ha decidido darla por terminada. Si después de las elecciones descubrimos que no había acabado y sigue habiendo paro, pobreza, desigualdad y los más débiles continúan pagando las facturas de los más poderosos, será por culpa de Europa.
Cáritas ha dado las ultimas cifras, apenas escuchadas entre tanto alboroto. Más de dos millones y medio de personas atendidas en 2013, un 30% más que el año anterior. Apenas 73 millones de euros recibidos desde unas administraciones que cierran servicios sociales, recortan programas y desvían a la gente a Cáritas. Es la aportación más baja de los últimos cinco años. Ni derechos, ni caridad. En España se sufre, y punto.
Estoy agotado de vivir en un país donde se habla de política y de partidos políticos como Podemos igual que si hubiéramos vuelto a la Guerra Fría o a los días de la muerte de Franco. Todo es meter miedo, asustar, manipular y engañar para que la gente vote lo que le conviene a quienes tienen mucho que perder si el poder o la riqueza se reparten un poco.
Me recuerda a cuando de niño, en A Mariña de Lugo, durante las primeras elecciones democráticas, las fuerzas vivas iban por las cocinas de las casas avisando a la gente que si ganaba la izquierda les iban a quitar las vacas y el tractor. Alguno incluso se subió al monte con las suyas hasta que se supo quién había ganado. No puedo creerme que malgaste la mitad de mi tiempo escuchando y rebatiendo las mismas patrañas de hace cuarenta años.
Vivir en un país así de gris no merece ni la pena, ni el esfuerzo. Parece mentira que lo hayamos olvidado.