Espirales de mierda
La superficie de nuestras pulidas democracias se ve de forma creciente asaltada por grumos de cieno, de fango pútrido, de mierda, vamos; que suben a borbotones desde los más profundos y oscuros rincones de unas sociedades amansadas y domesticadas.
Estábamos bañándonos en principios que creíamos irreversibles cuando llega una burbuja de lodo y nos estalla en plena cara. Acaba de suceder en Estados Unidos. Es sólo el último episodio, aunque nadie podría decir cuántos avisos más llegaremos a recibir antes de la erupción final. Los racistas se han mostrado con una nitidez que nadie hubiera esperado volver a ver. Ante la violencia que supone la mera expresión de palabras como “supremacismo blanco” y ante la voluntad decidida de quienes no están dispuestos a observar de brazos cruzados cómo destruyen la sociedad que tantas vidas costó construir, Trump sólo ha opuesto una postura de equidistancia inadmisible.
La equidistancia es la mayor trampa moral en la que puede caer un pueblo. La manipulación ha conseguido que millones de personas crean que ante situaciones terribles es posible no posicionarse y que consideran virtuoso mantener una postura a medio camino. Aristóteles marcó el punto medio, el equidistante, como el virtuoso entre dos extremos viciosos. Ambos extremos deben ser moralmente malos para que la virtud se sitúe en ese punto. Por eso es evidente que entre el bien y el mal no hay equidistancia posible. Sólo cabe posicionarse junto al bien. Entre el racismo y el antirracismo, sólo cabe alinearse firmemente con la igualdad esencial de todos los seres humanos. Si nos presentan un dilema entre el fascismo y los antifascistas, sólo contra el fascismo estaremos ejerciendo la virtud.
La falsa equidistancia está ayudando a reescribir muchos episodios históricos, logrando blanquear posiciones que sólo pueden ser reprobables. Es lo que sucede en España con los que pretenden blanquear la dictadura y el golpe militar que la provocó, afirmando que ambos bandos eran “igual de malos”, que ambos bandos hicieron el mal y obviando que entre la legalidad democrática y la rebelión militar no es posible una equidistancia moral. Tampoco sirve esa equidistancia de muchos hombres entre el machismo y el feminismo, como si entre la igualdad y la supremacía ambos extremos fueran igual de virtuosos.
Las espirales de mierda cada vez fluyen más fácil a través de espacios de comunicación poco propicios a la reflexión. Los que pretenden conseguir sus objetivos, no siempre éticos como queda dicho, saben que el silencio tiende a ahogar las opiniones minoritarias y en ello trabajan. Han decidido utilizar lo que los neurocientíficos denominan la “estrategia reptiliana” que sirve ahora para neuromanipular en un campo tan proclive como las redes sociales.
Ya saben la teoría, de los tres cerebros que usa el humano, el reptiliano es aquel que conserva las indicaciones primitivas referidas a los instintos. Sólo hay que dirigirnos a este cerebro, saltando sobre los dos racionales, para conseguir opiniones viscerales que aparecen como ineludibles para sus emisores. El cerebro reptiliano es antiguo, profundo y persistente. Cuando nos mueve hace parecer que sólo esa respuesta es posible. No creo que necesiten ejemplos muy recientes de cómo hay discursos que se dirigen a los instintos, que obtienen respuestas de alto voltaje. El cerebro reptiliano cree que si estamos en riesgo, nada hay más importante que salvarnos. Y a ello se pone, aunque sean todos los valores democráticos los que estén en riesgo de perecer. Para nuestro reptil sólo nosotros y nuestra supervivencia son importantes.
En este siglo en el que ya la religión apenas tiene capacidad de censura y en el que hemos alcanzado enormes cotas de libertad individual, la opinión pública es la forma de control social. Ahora es cuando vemos hasta qué punto fue preclara Noelle-Neumann cuando describió lo que ella llamó la Teoría de la Espiral del Silencio. La sociedad siempre ha amenazado con el aislamiento a los individuos que se atrevían a expresar opiniones contrarias a las de facto mayoritarias. Así, esa espiral del silencio consigue que las opiniones minoritarias se acaben auto silenciando para no exponerse al rechazo social.
Este mecanismo de control social había conseguido que en un orden jurídico-político que consagra como derecho fundamental la libertad de expresión, sin recurrir apenas a la represión penal, muchas ideas inaceptables hubieran desaparecido prácticamente del tejido visible de la opinión pública. Las propuestas nazis, supremacistas blancas, homófobas o fascistas permanecieron durante mucho tiempo tras la II Guerra Mundial en ese fondo de lodos radioactivos que no osaba aflorar a la superficie porque se sabían opiniones inaceptables y minoritarias y porque, como dijo Locke, “nadie escapa al castigo de su censura y su desagrado, si atenta contra la moda y contra la opinión de las compañías que frecuenta”.
¿Y cómo está aflorando la mierda entonces?, se preguntarán. Pues porque esa espiral del silencio puede ser superada y de hecho lo está siendo. Noelle-Neumann ya sabía que existe la posibilidad de que una minoría convencida del futuro dominante de su opinión, decida oponerse y convertirse en opinión dominante frente a una mayoría dubitativa o con opiniones poco arraigadas. Era alemana, tampoco lo olvidemos. Los borbotones de desechos que estamos viendo subir nos muestran la confianza de esas minorías en que ese futuro en el que sus tesis triunfen es posible. “No hay uno entre diez mil lo suficientemente firme e insensible para soportar el desprecio y la censura permanente de su propio círculo”, escribía Locke. No conocía Twitter ni Facebook. Trump, sí.
Al hilo de las opiniones beligerantes con los inmigrantes, de lo que sucede en el Mediterráneo, de la despreocupación por los gobiernos de la ultraderecha en Europa o, incluso, con el apoyo que muchos prestaron en sus redes a Marine Le Pen, tendremos que empezar a temer que ya no sean tan minoritarias esas corrientes y que estén subiendo rápidamente hacia la parte más amplia y visible de la espiral.
Ante este peligro sólo cabe incrementar la valentía y la racionalidad. Sojuzgar a ese reptil que nos habita y colonizar con voces que hablen de derechos y libertades, de igualdad y de justicia el espacio público. Dejar de ser una mayoría silenciosa frente a la minoría ruidosa que nos quiere arrebatar el mundo que construimos.
Los borbotones de mierda son cada vez más grandes y su frecuencia mayor. Son avisos que sólo podremos parar mientras no nos haya anegado. Después será la libertad la que esté en el fondo.