De qué nos quejamos
Le sorprenden a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, las protestas de estos días en España porque “no casan” con la recuperación. El conciliábulo neoliberal de alto rango se ha puesto de acuerdo para corroborarlo, desde el acomodaticio Obama a Lagarde. Se hace ineludible, por tanto, explicarles de qué nos quejamos.
Hemos entendido que, si hubieran existido más Gamonales, se habría evitado el pozo sin fondo de las inversiones públicas ruinosas que nos han hipotecado más allá de lo tolerable. No hace falta buscar mucho: Valenciana, por ejemplo, está llena. Desde de las Arts al circuito de Fórmula 1, pasando por el puerto deportivo, parques temáticos o donaciones deportivas. ¿Hablamos de de la Cultura gallega? ¿De las exposiciones universales? ¿De los aeropuertos inútiles que ni siquiera han visto pasar aviones? ¿De las radiales que ahora también hemos de rescatar? Si la sociedad hubiera protestado como en Burgos, nos habríamos ahorrado un buen pico.
Nos quejamos porque nos hemos encontrado con que nuestros derechos constitucionales están supeditados al pago de una deuda que, lejos de disminuir, ha crecido a niveles récords en la historia. Si hace un año ya hablábamos de que era la mayor que se había registrado jamás, comprobamos que sigue aumentando con el mismo vigor. Añade unos 10.000 millones de euros cada mes. Aún con los insufribles recortes estamos así, ¿cómo esperan, y con qué, paguemos semejante agujero?
El déficit lleva parejo camino. Porque mientras se merman sanidad y servicios esenciales, crecen los asesores como esporas. Porque el pozo bancario y una pésima gestión mantienen las arcas vacías. Añadamos la imprevisión continua de este Gobierno que le lleva lo mismo a vaciar la hucha de las pensiones como a gravar hasta los vales de comida con los que algunas empresas retribuyen a sus empleados. Recaudar, aunque se cause un perjuicio mayor.
Estamos hartos también –y mucho– de los cuentos sobre el empleo. El Gobierno de Rajoy ha elevado el paro desde el 22,85% que se encontró en 2011 al 26%. Ha destruido casi un millón de puestos de trabajo. Ésa es la verdad de los datos, y muchos lo sabemos. Que está lejos siquiera volver al número de parados con los que el PP inició su mandato. Eso sí, el objetivo se ha cumplido. Se trataba de abaratar todo el empleo en España para ser más “competitivos”. Aunque fuera a costa de una gran precarización y del descomunal aumento de las desigualdades sociales. Mucha gente es consciente, sin embargo, de que hasta llegar a trabajar por un cuenco de arroz y un catre hay mucho camino donde mejorar la “productividad”. Y ése es su único “modelo” de país. ¿Tienen otro? ¿Cuál? No lo vemos.
Es sencillamente flagrante que se atrevan a hablar de recuperación con unos seis millones de parados reales, según la EPA. Sobre todo habiendo destruido a una generación de jóvenes. A finales de 2011 nos angustiábamos porque el 48,95% de ellos no tuvieran trabajo. Ahora el paro juvenil alcanza casi el 58% y tienen el cuajo de decir que esto es el país de las maravillas.
Los ERE y despidos ya de mayores de tan sólo 45 años. El contrato temporal y por horas como gran hallazgo, lo mejor para labrarse un porvenir estable. Por eso los ciudadanos se van como nunca. La emigración ha causado una caída de la población española sin precedentes. Otro récord. Ni en la gran oleada del franquismo se registró tan elevado número. Y encima, a quienes tienen el coraje de iniciar la aventura de buscar trabajo fuera de su país les van a quitar la tarjeta sanitaria a los 90 días. Aunque no lo encuentren. Empieza a ser más que evidente lo que han hecho con una sanidad universal que sí podía pagarse.
Nos quejamos de la corrupción. Muchos ciudadanos han entendido ¡por fin! esa obviedad: es imposible edificar nada sano en semejante sustrato de podredumbre. A todos los niveles. Perplejos de ver pasar sobres, comisiones, sueldos y sobresueldos, estamos asistiendo a espectáculos que “casan mal” –en este caso sí–, pero con la democracia. No percibimos la separación de poderes, sino todo lo contrario. Y organismos solventes internacionales nos dan la razón, impelidos a intervenir por lo que están viendo.
El Grupo Anticorrupción del Consejo de Europa, el prestigioso GRECO, urge a las autoridades españolas a restablecer la confianza en las instituciones políticas y judiciales, como si hablara con una república bananera. Dedica un especial apartado a del Estado, a los fiscales. Si nosotros estamos estupefactos de los manejos que estamos viendo con la infanta Cristina, o con Miguel Blesa, este organismo internacional, también. Por eso, por primera vez en la historia, llama a “reforzar la imparcialidad” de la Fiscalía Y a nadie se le ha caído la cara ni de vergüenza.
Nos quejamos de ver cómo dan millones de dinero público a los bancos, en una factura que no deja de crecer mientras osan hablar de recuperación. Luego los venden de saldo. El Banco de Valencia, por un euro, perdiendo 5.449 millones; Novagalicia tirando a la basura otros 8.000 millones; el Banco Gallego, por otro euro. Éste nos salió más barato: sólo habíamos metido en él 245 millones. Ahora preparan dar negocio privado con el apenas apañado –gracias a nuestro dinero, nuestra sanidad o nuestra investigación– gran pufo de Bankia. Para seguir rebuscando por las esquinas algo con lo que paliar el fiasco que nos han montado.
Nos quejamos –todavía no suficiente– de la venta de España por parcelas a fondos buitre, cuya misión no es precisamente la inversión productiva. ¿Cómo no va a ser atractivo acudir a las suculentas rebajas con las que se están desprendiendo de todo cuanto era nuestro? ¿Y quién compondrá después el destrozo que no dejan de causar? En algunos casos es ya irreparable.
Nos quejamos del enorme retroceso que en sólo dos años de gobierno han perpetrado contra los derechos y libertades civiles. De su ley del aborto alabada tan sólo por la ultraderecha francesa. De cuanto pergeña Wert en educación. De las leyes represoras de Fernández Díaz y Gallardón. De la destrucción de nuestra sanidad pública, que era una de las mejores del mundo. De sus mentiras, de que nos tomen el pelo. De sus momios y prebendas, de su autoritarismo. De su política de comunicación sectaria y manipuladora, de sus mamporreros, que están privando de la información imprescindible a los ciudadanos.
¿Empiezan a ver que algo “sí casan” las protestas? Muchos intuyen que sólo los “Gamonales” podrán detener el podrido pastel de bodas que aún nos reservan.