La voz del sur quebró los muros de Europa
Conocí a Yerro hace ya tres años. Él era voluntario con los chavales del poblado de El Gallinero y coincidimos en un campamento. Contaba con sólo 22 años pero ya había tenido tiempo de abandonar su Gambia natal, lanzarse al mar dos veces, ser expulsado al desierto, arreglar en alta mar el motor del cayuco en el que viajaban 78 personas, pasar por tres CIE distintos, buscar trabajo, ponerse a estudiar y lograr sus papeles. Aparte de eso, como digo, dedicaba su tiempo libre apoyando a los niños y niñas del poblado más empobrecido de Europa, donde casi nadie se atreve a ir. Algunas veces es sencillo saber cuándo te encuentras frente a una persona excepcional.
Tres años después, continuando un periplo vital que algún día habrá de ser novelado, se encontraba en el Parlamento Europeo para exigir ante los eurodiputados el cierre de los CIE. Tuve ayer el privilegio de ser testigo de cómo la voz del Sur quebraba los muros del corazón de Europa.
La ocasión la brindó el acto organizado por nuestra coalición Primavera Europea para dar a conocer la realidad de los Centros de Internamiento de Extranjeros. Siguiendo con la convicción de mi partido, Por Un Mundo + Justo, consideramos que tenía mucho más sentido que una víctima de los CIE fuese quien tomase la palabra en lugar de cualquiera de nosotros. Las personas excluidas por el sistema tienen voz —rotunda— y discurso y es por ello que no necesitan tanto que nadie “sea su voz” como que les preste el altavoz oportuno para expresar sus reivindicaciones. Fue esta convicción la que me permitió acompañar a Yerro a Bruselas para vivir este momento histórico.
Los Centros de Internamiento de Extranjeros, estos CIE que denunciamos, son en la práctica cárceles donde se encierra hasta sesenta días a personas por no tener un papel. Bajo un régimen policial, cientos de personas se ven privadas de libertad hacinadas en unas condiciones inhumanas sin haber cometido el más mínimo delito. Todos los testimonios hablan de malos tratos, atención sanitaria insuficiente, faltas a la dignidad, daños psicológicos y trato como a ganado entre otras muchas cosas. Son, como digo, cárceles racistas e injustas donde se encierra a personas por no tener un papel, por ser de otra raza y por ser pobres. En Europa hay 280. En España tenemos ocho de estos guantánamos encubiertos.
Aparte de lo reseñado, aparte de lo que es más evidente, lo que estremece llega cuando se baja al detalle. Familias separadas dentro de un mismo centro, madres a las que no se les permite abrazar a sus hijos que están fuera, salas para recibir visitas con dos teléfonos separados por un cristal, la cosificación que supone el que te llamen por un número, la prohibición incluso de tener un lapicero, el cierre de los servicios en horario nocturno obligando a los retenidos a hacer sus necesidades en bolsas… Y todo, es necesario repetirlo, sin haber cometido ningún delito. Sólo por ser migrantes. Y pobres.
Merece la pena recordar también, porque no se dice tanto en los medios como se debiera, que en los CIE mueren personas por una atención sanitaria insuficiente. Dicho de otra manera, estamos condenando a la muerte a personas que no han cometido ningún delito por el hecho de ser de otra raza y ser pobres. La memoria de Samba Martine sigue retumbando en nuestras conciencias. Sigue doliendo.
Ante todo esto, surge la pregunta: Los CIE, ¿para qué? ¿Para qué sirve un CIE? ¿Qué se ha logrado con ellos? Invito a un café a quien sea capaz de explicármelo y convencerme utilizando una perspectiva que incluya los Derechos Humanos.
Afortunadamente, queda algo de esperanza ante lo que es uno de los mayores atentados a los Derechos Humanos dentro de nuestras fronteras. Cada vez hay más gente concienciada, cada vez hay más gente que no quiere que se la recuerde como la generación que permitió estos campos de reclusión de extranjeros, gente que ha entendido que África no responde al efecto llamada sino al efecto huida de la realidad que nosotros mismos hemos generado, gente que le pregunta hasta cuándo a esta Europa fortaleza fría y burocratizada.
Este jueves, como compromiso del acto en Bruselas en el que Yerro narró los malos tratos a los que se vio sometido en Tenerife, Fuerteventura y Aluche, las palizas que recibió y el miedo que le acompañó durante años, se presentaron las firmas de 48 eurodiputados exigiendo el cierre de estas cárceles racistas y el apoyo de más de 50.000 ciudadanos y ciudadanas a este mismo manifiesto.
Queda esperanza. La voz firme de Yerro haciendo historia en Bruselas trayendo los ecos de justicia del Sur no permite otra alternativa. Seguimos.