Podemos-IU ante el 28A: cinco años de encuentros y desencuentros
Madrid. 9 de mayo de 2016. Decenas de periodistas esperan en la Sala Mirador de Madrid a Pablo Iglesias y Alberto Garzón. Los principales dirigentes de Podemos e IU acaban de anunciar un acuerdo electoral para las elecciones generales del 26 de junio de ese mismo mes. En un ambiente de euforia, seguros de que el acuerdo garantizaba superar en las urnas al PSOE, brindan con sendos tercios de cerveza (nunca fueron botellines) por el nacimiento de Unidos Podemos.
Tres años después, el acuerdo está muy cerca de reeditarse para las elecciones del 28. de abril. Pero el ánimo con el que se afrontan los comicios es bien distinto. El sorpasso parece una quimera y los sondeos deparan un resultado inferior al de 2016. Las negociaciones para conformar las listas son en este contexto más delicadas y opciones que en 2015 parecía imposibles, como que Garzón fuera candidato por Málaga, hoy se convierten en reales
El acuerdo entre Podemos e IU de 2016 cerraba una breve pero intensa historia de encuentros y desencuentros entre ambas formaciones. El partido liderado por Pablo Iglesias surgió en 2014 con un llamamiento expreso a la coalición para que pusiera en marcha un proceso de primarias abierto. El por entonces desconocido profesor de Políticas de la Complutense llegó a decir que él se retiraría de la carrera si IU aceptaba abrir ese proceso.
No ocurrió. IU apostó por Willy Meyer y su alianza con ICV y Anova. Y Podemos siguió su camino en solitario hasta las urnas.
Los caminos de Iglesias y Garzón se juntaron brevemente poco después del lanzamiento de Podemos. En la misma Sala Mirador del madrileño barrio de Lavapiés que vio el brindis de 2016, ambos dirigentes (Garzón era por entonces un diputado) protagonizaron un esperadísimo debate que no colmó las expectativa de quienes apostaban por una confluencia.
“El límite de la unidad de la izquierda es el 15% o el 20%. Rajoy y Rubalcaba están encantados con la sopa de letras. Y yo quiero ganar”, señaló aquella noche Iglesias.
No fue la primera frase pronunciada por líder de Podemos dirigida a la línea de flotación de IU, y de la izquierda en general, que expresó Iglesias en aquellos meses. En junio de 2015, en una entrevista de la que luego dijo estar arrepentido, pidió a IU que se cociera “en su salsa de estrellas rojas”.
Para entonces, sin embargo, las relaciones entre Podemos e IU habían fraguado en algunos sitios. Por ejemplo, en las municipales de un mes antes. Las candidaturas municipalistas abiertas a la sociedad permitieron la confluencia y ganar las alcaldías de Madrid, Barcelona, A Coruña, etcétera. Con acuerdos preelectorales o postelectarles (o ausencias, como en Zamora) la alianza permitió a unos y otros ganar un poder institucional impensable para la izquierda española un par de años atrás.
En la toma de posesión de Manuela Carmena en el Ayuntamiento de Madrid coincidieron ambos. Su abrazo fue fotografiado por los presentes. Otra vez parecía que la unidad era un hecho. Otra vez, la realidad se impuso a las premoniciones.
Del no de 2015 al sí de 2016
nosíLos buenos resultados de las municipales de 2015 no fueron suficientes para allanar la confluencia para las generales de diciembre de ese mismo año. La negociación existió, pero fracasó.
Alberto Garzón acusó a Podemos de querer ficharle solo a él, “como si fuera Messi”. El dirigente no era por entonces coordinador federal de la coalición, pero ya había entrado al centro de poder de IU y su camino hacia la máxima dirección estaba despejado.
En la campaña del 20D se pudo percibir claramente las diferencias entre Podemos e IU. Sirvió para “medir” el alcance de cada uno. En la coalición de izquierdas cayeron los penúltimos muros de resistencia. El resultado en las urnas, algo menos de 1 millón de votos, se tradujo en dos diputados. La organización, con 30 años de historia y muchas disputas electorales, arrastraba una deuda enorme y quedarse fuera, o casi fuera, de las instituciones iba a acrecentar el problema.
Del otro lado, sonrisas. Podemos logró cinco millones de votos y 69 diputados. Tercera fuera en el Parlamento y el viento de cola. En ese éxito, con todo, también tuvo que ver algo IU, que sí formó parte de las confluencias catalana (En Comú Podem) y gallega (En Marea). En esta lista iba Yolanda Díaz, la excoordinadora de Esquerda Unida que, junto a Xosé Manuel Beiras (Anova), puso en marcha la candidatura Alternativa Galega de Esquerdas en 2012.
Un preludio en algunos aspectos del Podemos posterior y que contó, precisamente, con el asesoramiento de Pablo Iglesias para la campaña.
El bloqueo parlamentario en el que entró España sacudió como un terremoto la política. La repetición electoral tras el no de Podemos, sus confluencias, de IU y de Compromís a la investidura del tandem Pedro Sánchez-Albert Rivera terminó de allanar el camino para la unidad electoral de la izquierda. Las negociaciones duraron relativamente poco y terminaron con un abrazo entre Iglesias y Garzón en la Puerta del Sol.
Las disputas por la “visibilidad” y el adelanto electoral
Esta vez sí, la unidad de la izquierda era un hecho. Pero no logró sus objetivos. El espacio de Unidos Podemos mantuvo su representación (67 diputados más cuatro de Compromís), pero por el camino se perdieron un millón de votos.
Aún así, la alianza se mantuvo como tercera fuerza en el Congreso, con capacidad para recurrir ante el Tribunal Constitucional o plantear mociones de censura como la de 2017. Con todo, en el juego de expectativas en el que ha derivado la política, el resultado se entendió como un fracaso. Así lo expresaron los protagonistas en la propia noche electoral. Con palabras y gestos.
Podemos se abrió en canal y entró en una deriva interna que llevó a sendas asambleas ciudadanas, primero en Madrid y luego estatal. Allí se jugaron el reparto del partido Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. El secretario general ganó y pactó con su ya ex número dos que este fuera el candidato por Madrid. El 17 de enero de 2019, quinto aniversario del partido, ese acuerdo saltaba por los aires.
Mientras tanto, la relación entre Podemos e IU atravesó diferentes momentos. Iglesias hizo una apuesta expresa por Unidos Podemos. Alberto Garzón, también. El líder de IU llegó a decir que no le importaba que dijeran de él que era de Podemos.
Pero el 2017 fue más complicado. La investidura de Mariano Rajoy sumió al espacio en una suerte de depresión de la que no se liberaron hasta la moción de censura que echó al PP del Gobierno. En IU comenzaron a oírse voces que pedían abrir distancias. Las encuestas, como siempre, señalaban un desgaste de la marca Podemos y del liderazgo de Iglesias que algunos venían como el momento para que la coalición de izquierdas recuperara impulso.
Garzón así lo defendió ante los órganos de IU tras ser elegido coordinador federal. “Algo está fallando y tenemos que corregirlo”, llegó a dejar escrito en junio de ese año. Seis meses después, reclamó a Iglesias revisar el acuerdo de confluencia.
Con la primavera cambió el viento otra vez. En abril de 2018, el PCE eligió a Enrique Santiago como su secretario general. Firme defensor de la confluencia con Podemos (y mucho antes de que naciera este partido) conoce a todos los actores clave de ambas formaciones desde hace años. De algunos ha sido el mentor político.
En mayo llegó la moción de censura del PSOE y el 1 de junio, la investidura de Pedro Sánchez. Los gritos de “Sí se puede” de toda la bancada de Unidos Podemos reflejaban la liberación que los diputados sintieron aquél día. Muchos daban por hecho que su carrera política tocaba a su fin y cerraban la etapa cumpliendo lo que no pudieron hacer en 2016.
Los ocho meses de Gobierno de Sánchez han permitido un acuerdo parlamentario con Unidos Podemos que ha servido a Unidos Podemos para volver a reivindicarse útiles ante la sociedad. Las broncas internas, sin embargo, hacen mella en un espacio golpeado casi desde su origen por las cuitas y las conspiraciones.
El adelanto electoral obligaba casi a un entendimiento que, finalmente, parece que se producirá. Una nueva oportunidad para avanzar en la construcción de un espacio superador siempre y cuando la debacle que algunas encuestas anticipan no se produzca.