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Tocamientos, insultos y actitudes misóginas: en las fiestas LGTBI+ también hay machismo

Un hombre portando un abanico con la bandera LGTBI en una foto de archivo.

Rubén Serrano

“Una vez un chico me cogió el cuerpo por detrás y me tocó entera bailando. Mis amigos lo empujaron y le dijeron que eso no lo hiciera. La última vez me enfadé mucho. Yo estaba bailando, había un tío bastante borracho y llegó un momento en que me dio un azote en el culo. Entonces me giré y le dije: '¿qué cojones acabas de hacer? ¿Te das cuenta de lo que has hecho?'. Al final por muy gay que seas no tienes derecho a pegarme en el culo”.

Estas dos situaciones las vivió Carlota, una joven de 30 años de Barcelona, mientras estaba en la fiesta Churros con chocolate. No sucede siempre y no les pasa a todas las mujeres que acuden a espacios de ocio LGTBI+, pero estos comportamientos, comentarios y actitudes machistas y misóginas existen. Manoseos por parte de hombres bajo la excusa de “soy gay” o frases despectivas como “qué asco, qué olor a pescadería” son situaciones que tanto Carlota como Lluc, Alba, Elena y Berta han vivido y presenciado.

“No sé si lo considero agresión o violencia, pero a mí me genera violencia por todo lo que sufrimos las mujeres. Me da igual si eres hetero o gay, yo no quiero que me traten como si pudiesen hacer lo que quieran con mi cuerpo. No hace gracia que te den un azote como si yo fuera un decorado de la discoteca para su diversión. Supongo que para muchos hombres yo allí no pinto nada si no soy una de sus amigas que lo acompañan de fiesta”, narra Carlota, que explica que esa segunda vez se marchó a casa porque ya no estaba cómoda. “Yo no sé cuáles son sus intenciones pero el cuerpo tiene memoria. Si a mí me tocan el culo en cualquier sitio eso me puede recordar a cada vez que me lo han tocado por la calle o a cada vez que me siento en el metro y un tío me ha tocado las piernas”, relata.

Tanto Elena Longares, miembro del grupo LesBiCat, y Alba Medrano, del colectivo lesbofeminista no mixto La Sal, coinciden en considerar estas vivencias como “violencia machista”. “El marco teórico de violencia machista enmarca cualquier violencia motivada por una desigualdad de género, por la cosificación y por la visión de un género como algo sumiso y objeto de cualquier actitud sin necesidad de consentimiento porque se entiende que el cuerpo de la mujer es público. Nosotras conocemos desde intentos de violación, acoso directo y tocamientos no consentidos a insultos muy habituales como 'cuánto chocho suelto'. Muchas de nosotras hemos vivido casos en primera persona en sitios LGTBI+”, cuenta Longares.

“Pero cómo voy a ser machista si soy gay”

“Hemos confundido espacio LGTBI+ con espacio seguro”, apunta Lluc Francés, una joven alicantina de 24 años que vive en la capital catalana. Francés recuerda una noche en la que estaba en Arena Madre –una famosa discoteca LGTBI+ de la ciudad– y que un chico se le acercó. “La primera cosa que me dijo fue 'hola, te he visto, me has parecido muy guapa y he pensado que te gustaría acostarte conmigo'. Le dije que no estaba interesada, entonces empezó a insistirme y para justificarse dijo que era bisexual. Nadie debería tener el poder de acercarse, cosificarme y hablarme de esa forma. En un lugar seguro no suceden estas actitudes”, remata.

“Es violencia patriarcal que está sistematizada e invisibilizada. Por eso tampoco fui al personal de seguridad. Yo misma lo dejé pasar porque como no había habido una agresión física como tal, explícita y visible para el resto del mundo, no lo hice saber pero para mí fue una agresión porque me hizo sentir violentada e incómoda”, señala. Como ella, Carlota tampoco lo denunció: “No le veo el sentido. Quizá lo hubiesen echado pero en el momento en el que no hay un riesgo real, no sé si me tomarían en serio. Entre que él estaba borracho y que era gay, de alguna forma queda justificado”.

Medrano expone que en Arena “dos chicos le tocaron el culo a una amiga” y que terminaron en una discusión porque ellos se escudaban en que “la habían dejado colarse” y en que “no pasaba nada” porque no eran heterosexuales: “Entiendo esa justificación de 'soy gay, no soy una amenaza' pero yo no sé si eres gay y que no seas una amenaza no te da derecho a saltarte mis límites”.

“Al final estos emplazamientos reproducen lo que hay fuera. Quiero decir que no entras a una fiesta LGTBI+ y el patriarcado no existe. Hay una ocupación del espacio muy clara. En estas fiestas normalmente los hombres gais ocupan podios y el centro de la pista, mientras que las mujeres lesbianas estamos más en los márgenes. En general, son sitios súper masculinizados”, describe Medrano, que ha analizado en su trabajo de final de máster la masculinidad en los espacios no mixtos de Barcelona. “No creo que [quienes organizan estas fiestas] se planteen la existencia de lesbianas en estos establecimientos. [Piensan que] aquí nadie es machista y que cómo va a haber machismo en nuestra fiesta si son todos gais, aquí no hay peligro. Y no es verdad”, puntualiza.

“Esto aquí no pasa”

“Que seas gay no significa que seas feminista y que no puedas ejercer violencia machista, que es algo que está muy asumido”, repunta Longares. La activista catalana recalca que hay un “imaginario” que sostiene que esas actitudes machistas “no pasan en estos lugares y cuando lo dices estás loca, te lo estás inventando o debías ir muy borracha y no te enteraste bien. Cuando les dices que están ejerciendo su privilegio sobre otros colectivos, hay cosas que empiezan a temblar y no se quieren escuchar”.

Berta Jiménez, una de las tres djs que conforma el colectivo Sororitrap Sound Antisystem que realiza fiestas feministas, matiza que “como todos los espacios, los espacios LGTBI+ no son seguros ni para mujeres ni para nadie, pero podemos poner de nuestra parte para hacerlos más seguros”. Para Jiménez, “si algo te violenta hay que verbalizarlo y poner sobre la mesa esa gravedad”. Esa es línea que siguen en Sarao Drag, una “fiesta de liberación LGTBI+”que se celebra en la Sala Apolo y que cuenta con un protocolo contra cualquier tipo de agresión que se lee al principio de la fiesta porque, como señala Julia Yolanda, una de las organizadoras, “lo queer no te quita ni lo machista ni lo racista”.

Desde el departamento de marketing y comunicación del Grupo Arena lamentan si alguna persona se ha sentido incómoda y confirman que están adscritos al protocolo “No callamos” impulsado por el Ayuntamiento de Barcelona y que se aplica en todas las salas. “Tenemos tolerancia cero contra agresiones en cualquier discoteca del grupo. Hay carteles en la entrada, tenemos un compromiso con el colectivo LGTBI+. Si hay gente conflictiva se la echa pero, si no nos los dicen, nosotros no podemos actuar. Queremos que Arena sea un zona segura”, aseveran. Ante los testimonios que denuncian haberse sentido “violentadas” en la sala responden: “¿En Arena Madre? Imposible. Es raro que en una discoteca gay haya acusaciones machistas porque no hay público hetero”.

Por su parte, desde la Sala Apolo también ratifican que están adheridos al “No callamos”, que se aplica en todas las áreas del recinto –Churros con chocolate incluida–, y que todo el personal está formado para prevenir e intervenir porque “están determinados a luchar contra la violencia sexual”. Luis Alcalá, promotor de la fiesta, remarca que se ciñen al protocolo y que “nunca” les “ha ocurrido una experiencia así”. Sobre el relato de Carlota, cuenta que no tenía constancia de estos hechos y puntualiza que cualquier persona que vaya a la barra tiene asegurada la activación del “No callamos”.

Entonces, ¿a dónde vamos?

Al no sentir los lugares LGTBI+ libres de violencia, muchas mujeres deciden marcharse de allí para buscar y crear sus propios puntos de encuentro. “Tendemos a buscar espacios que estén altamente feminizados. Vamos a sitios definidos como LGTBI+ cuando somos jóvenes y después desaparecemos. Nos tendríamos que preguntar por qué desaparecemos. Seguramente porque hemos sufrido situaciones de violencia desagradable, como las que sufrimos en locales que no son espacialmente LGTBI+”, explica Longares.

Jiménez también pone como condición indispensable para que un lugar sea seguro que haya “conciencia feminista y transfeminista”: “Los espacios no mixtos en los que he pinchado y en los que me muevo están nombrados por mujeres, bolleras y trans y también transmarikabollos”. Además, añade que para que sea seguro, “el ocio debe generarse fuera del capitalismo”. “Las empresas quieren ganar dinero y esto implica generar un consumo desde lo gay, lo lesbiano o lo bi y que la gente se deje pasta. Esto no es activismo. Al final es el idioma del pinkwashing. El ocio puede hacerse en fiestas y zonas alternativas y que el dinero vaya a un colectivo para generar tejidos disidentes”, incide la dj.

Francés apunta que opta por acudir a “sitios más disidentes, que están posicionados políticamente como espacios no mixtos, fiestas autogestionadas, colectivos okupas o fiestas de barrio que, aunque no sean LGTBI+, hay más presencia feminista con protocolos y puntos lila”. En esto también está de acuerdo Medrano que sostiene que la clave para encontrar emplazamientos libres de violencia para mujeres LBTI+ “no es tanto si es no mixto, sino la politización” y cita fiestas como las que se realizan en Can Batlló, las de la Escola Bollera y las del Centro Social Okupado (CSO) La Vaina.

Entonces, ¿cómo acabar con las actitudes machistas dentro de espacios LGTBI+? “Me estás preguntando cómo acabar con el patriarcado”, responde la activista de La Sal. Tanto ella como Francés, Jiménez y Longares consideran que, aparte de haber una deconstrucción a nivel personal, estos lugares deben contar con puntos de atención a las mujeres y protocolos contra cualquier agresión. Sin embargo, la solución final tiene una raíz estructural, concluye Longares: “Para terminar con todas las violencias machistas hay que acabar con el sistema patriarcal, lo que haría además que terminaran todas las violencias LGTBIfóbicas. Dentro de la comunidad LGTBI+ siempre ha faltado una revisión feminista y una responsabilidad a la hora de reconocer privilegios para poder trabajar el género, el racismo, la diversidad funcional… Esto está poco o nada reflexionado dentro del colectivo. Tocar privilegios siempre es complicado”.

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