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ENTREVISTA
Autor de 'Los pueblos de Franco'

Antonio Cazorla, historiador: “La derecha española nunca ha sido antifascista”

Antonio Cazorla, catedrático de la Universidad de Trent (Canadá), en la Gran Vía de Madrid.

Marta Borraz

25 de octubre de 2024 23:00 h

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Antonio Cazorla Sánchez (Almería, 1963) lleva casi 15 años enseñando Historia en Canadá. Catedrático de la Universidad de Trent especializado en la historia social del franquismo y las dictaduras del siglo XX, Cazorla lleva tiempo investigando sobre la percepción popular del régimen totalitario implantado tras la Guerra Civil en España y los mitos que construyó para legitimarse. Autor de Franco: biografía del mito y casi una decena de libros más, acaba de publicar Los pueblos de Franco (Galaxia Gutenberg), en el que estudia a fondo la política de colonización de Franco, un proyecto de emigración interior sin precedentes.

Con él el Instituto Nacional de Colonización (INC) llegó a crear 300 nuevos pueblos en los que se reubicó a familias campesinas y pobres con la misión de trabajar la tierra a cambio de una casa y una pequeña parcela que tuvieron que devolver con intereses. Pero detrás “había una realidad que la propaganda del momento obviaba”: la miseria del mundo agrario, la contrarreforma “violenta” del franquismo en el campo o la priorización de los intereses de los terratenientes, esgrime Cazorla, que ocupa parte de su tiempo en hacer crecer el único museo de la Guerra Civil, que es online y que capitanea junto a su compañero Adrian Shubert.

¿Cuál fue realmente el objetivo de Franco con los pueblos de colonización?

Dar una imagen de régimen que se preocupa por la gente y hacer creer que era un gobernante benéfico. La colonización es la gran metáfora de lo que el franquismo decía que era, pero nunca fue: construyó casas para 30.000 familias, que equivalía a la población que se podía ir de Jaén en un año, en un país en el que había millones de personas paupérrimas y miles de muertos de hambre. Eso no cambia nada, no cambia la dinámica económica del campo, pero cuando Franco aparecía por allí lo que decía es 'he venido a conocer vuestros problemas' y eso, que repetiría siempre, creaba una imagen de que era alguien que se preocupaba por el pueblo.

A Franco se le vendió como “el gran benefactor del campo español”. ¿Realmente sus reformas fueron exitosas?

El campo no le interesaba nada. A Franco lo que le interesaba era reforzar su imagen, nada más.

¿Cómo trascendió la situación del campo a la Guerra Civil y la dictadura?

Una de las causas de la contienda es la cuestión agraria. De los temas que tocó la República, posiblemente la tierra y la religión fueron los más polémicos, entre otras cosas porque en España, en comparación con el resto de Europa occidental, el grado de pobreza y desposesión del campesinado era enorme. En los meses previos a la Guerra Civil más de 200.000 campesinos que solo querían una vida digna ocuparon las tierras que trabajaban de forma pacífica, pero esto causó una gran alarma en la derecha y después hubo una contrarrevolución violenta de los franquistas para devolvérselas a los propietarios incluso matando a los líderes campesinos. El director del servicio creado por los falangistas para darle cobertura legal a este proceso fue el mismo del futuro Instituto Nacional de Colonización (INC).

La verdadera colonización no fueron los pueblos, sino los campos alrededor de ellos, ya irrigados, que hemos pagado todos los españoles

Asegura que la creación de los pueblos de colonización fue una manera de financiar a costa de capital público a los grandes terratenientes. ¿Cómo?

Todos los terratenientes querían que el INC les expropiara tierras porque eran de secano y en realidad a ellos les quitaban un 25 o 30% de la tierra para instalar colonos, pero el resto se lo quedaban y el INC se lo irrigaban gratis. Los terratenientes perdían 300 hectáreas, pero las 700 restantes, que además solían ser las mejores, estaban irrigadas y se multiplicaba por entre cuatro y diez veces su valor. A diferencia de los colonos, que debían devolver todo con un interés de un 5% de media anual, el coste de la transformación de la tierra de los terratenientes la pagaba el Estado. La verdadera colonización no fueron los pueblos, sino los campos alrededor de ellos, ya irrigados, que hemos pagado todos los españoles.

¿Hasta qué punto esta connivencia con los terratenientes fue común?

Fue total. Fueron uno de los grandes apoyos del franquismo y sus políticas les favorecieron a un coste social horrible. Miles de personas se morían de hambre en la posguerra, en primer lugar porque se bajaron los salarios en 1939 hasta el punto de que su nivel adquisitivo era un tercio del que tenían en 1936. Por otro lado, su política de abastecimiento hacía que la mayor parte de la producción agraria se vendiera en el mercado negro, en el que perseguían al pequeño contrabandista, normalmente una mujer que hacía estraperlo, pero a los grandes terratenientes no les molestaban. Por último, la presión fiscal en España era la mitad que en cualquier otro país, por lo que no había redistribución de la riqueza.

Un ejemplo del despilfarro del franquismo es la nacionalización de las compañías ferroviarias en 1943, cuyos accionistas eran los bancos y grandes capitalistas españoles que se habían arruinado en la Guerra Civil. Pero para calcular el dinero que les debía pagar el Estado se utilizó el valor bursátil de la compañía en su momento álgido, en 1919. No solo se compraron empresas arruinadas a precio de oro, sino que a precio de cuando eran más caras. Eso, mientras supuestamente no había dinero para alimentar a la gente. La Guerra Civil fue la victoria del capital sobre el trabajo.

Por eso, por la esperanza, muchas personas que no veían a Franco con tan malos ojos no eran necesariamente de derechas

Buena parte de los análisis sobre la contienda conducen a cuestiones económicas, de clase. ¿Podemos reducir la Guerra Civil a una guerra contra los trabajadores?

Yo no sé si fue una guerra contra los trabajadores, pero sí sé que la perdieron.

Describe una realidad diaria de los colonos muy dura y abusiva que contrasta con los testimonios de muchos de los que vivieron o viven en estos pueblos, que se muestran agradecidos.

Las condiciones fueron terribles. A menudo, al llegar a los pueblos tuvieron que vivir en barracas, chozas o corrales, las casas no estaban terminadas y el estado de las tierras era malo. En muchos casos no les quedaba apenas dinero al final del año porque además estaban sometidos a exigencias financieras del INC, pero hay factores que explican esa buena memoria de sus gentes: por un lado, la gran solidaridad que hubo entre vecinos, por otro que al campesinado nunca le han dado nada, así que tener la posibilidad de acceder a tierra y casa aunque fuera en esas condiciones fue un regalo porque partían de niveles ínfimos.

A pesar de todo, Franco tuvo un respaldo popular importante. Usted afirma que la propaganda hizo su efecto y también que lo que esta decía de él “coincidía con lo que la gente quería o necesitaba escuchar”. ¿En qué sentido?

Toda sociedad necesita tener esperanza de que las cosas van a mejorar. Tú puedes ver cada día que las autoridades son corruptas e ineptas, pero no sabes nada de Franco ni lo ves más allá de un día dando un discurso desde un balcón. La única información que tienes es la que te da la propaganda, que dice que es magnífico y se preocupa por ti, así que, para explicar cómo es posible que el resto sea tan malo y Franco tan bueno, piensas que lo que pasa es que está mal rodeado y no le dicen la verdad. Crees que las cosas solo pueden mejorar si él lo sabe y por eso tantísima gente le escribía pidiéndole cosas. Por eso, por la esperanza, muchas personas que no le veían con tan malos ojos no eran necesariamente de derechas. Otras necesitaban fingir, hay quienes le escribieron alabándole para reclamar que no le fusilaran al padre, por ejemplo.

Precisamente el miedo también jugó un papel clave...

Sí. El miedo crea consenso porque rompe la transmisión de memoria. Los padres no les dicen cosas a los hijos para protegerlos a ellos y a sí mismos, pero el miedo hace que la gente se encierre sobre sí misma y genera conformismos e ignorancia. El miedo no permite un discurso crítico al poder porque tiene mucho riesgo, te calla y te acostumbra a callar e incluso hace que se puedan llegar a interiorizar muchos de los valores del régimen porque es un mecanismo de supervivencia.

A la izquierda le ha faltado coraje e imaginación en cuestión de historia pública, en el desarrollo de un proyecto para enseñar a la gente qué ha pasado, que es diferente a la memoria histórica

Mucha gente las referencias que tiene son del franquismo a partir de los 50 o los 60, un periodo en el que mejoran los índices económicos y se empieza a vivir mejor. Pero ¿cuál es la trastienda?

Son los peligros de la memoria. España perdió casi 25 años de progreso económico en el primer franquismo y eso se olvidó. Suele estudiarse que los tres pilares del desarrollo posterior fueron el turismo, la inversión extranjera y las remesas de emigrantes, pero se obvia que hubo una explotación extrema de los trabajadores que no pueden quejarse porque para eso está el aparato represivo. Sin embargo, hay una banalización del pasado, mucha gente cree que el franquismo era como la España de hoy, pero con menos feministas, sin nacionalistas y sin inmigrantes, es decir, un pasado ideal de orden y bienestar creciente que nunca existió, pero fue cruel, horrible y discriminatorio y sobre ello hay mucha ignorancia.

¿Por qué cuesta todavía en España una condena unánime y sin matices del franquismo desde la política?

Porque la derecha española nunca ha sido antifascista. A diferencia de la mayoría de la derecha europea, la española no nace de la derrota del fascismo sino que es heredera de la evolución del franquismo, por lo que tendría que cuestionar su propio origen.

Respecto a la ignorancia sobre la dictadura de la que hablaba antes, ¿debe hacer autocrítica la izquierda?

Yo creo que sí. La izquierda es cortoplacista y ha perdido mucho tiempo. Tuvimos una gran hegemonía política de la izquierda durante el tiempo de Felipe González que era precisamente cuando en Europa se estaban haciendo los grandes proyectos de historia pública antifascista y aquí ni nos enteramos. Por otro lado, del Gobierno actual yo esperaba una acción más rápida en la cuestión de museos e historia pública, en el desarrollo de un proyecto para enseñar a la gente qué ha pasado, que es diferente a la memoria histórica. Este es un concepto impreciso, cargado de connotaciones y de sectarismo, ya no se puede hablar de ella sin que ciertos sectores y políticos se agiten, pero no se puede confundir con la divulgación histórica, con proyectos con contenidos decididos por los especialistas, que no estén predefinidos en función de los gobiernos. Ahí a la izquierda le falta coraje e imaginación

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