“¡Esto no hay quien lo entienda, nos van a volver locos!”: un día de vacunas de AstraZeneca solo para los de 60 a 65
Nacieron en los últimos años de la década de los años 50. Fueron jóvenes en el tardofranquismo y se lo han bebido todo: la transición, las ilusiones, una crisis, el europeísmo, la antiglobalización, la burbuja, la globalización, otra crisis, una pandemia. Son parte de la generación del Baby Boom. Hoy tenían otra cosa más en común: eran los únicos que habían sido llamados para vacunarse contra la COVID.
“¿Pero qué tenemos nosotros, los de 60 a 65, de especial?”, se pregunta jocosamente Félix, de 62 años, a la puerta del estadio Wanda Metropolitano (Madrid), después de haber recibido un pinchazo de la vacuna de AstraZeneca. A su lado asienten y sonríen Lourdes, de 62 y Rafa, también de 62. Rafa ya venía vacunado de ayer mismo pero se ha prestado de acompañante de su esposa. Envidia la suerte de Félix y Lourdes, porque el día anterior sufrió una cola de dos horas en el hospital de pandemias Isabel Zendal. En cambio, lo de hoy ha sido entrar directamente y recibir el pinchazo. En realidad Lourdes ha hecho un poco de trampa, y no es la única: tenía cita para las ocho de la tarde pero ya se ha corrido la voz de que la hora no cuenta y al mediodía hay menos cola. Es así, aunque de todas formas ha sido un día excepcionalmente ágil.
La decisión del Gobierno este miércoles de suspender la vacunación con Vaxzevria (AstraZeneca) a toda la población menor de 60 años ha pintado una jornada de jueves en la que solo se vacuna con este suero —que es el que está disponible en mayores cantidades—, a una franja de edad muy específica: entre 60 y 65 años. Al menos por un día. Los menores de 60 quedan fuera debido al “posible vínculo”, según el juicio de la Agencia Europea del Medicamento, entre unos setenta casos raros de trombosis y la administración de 83 millones de dosis de la vacuna. Y los mayores de 65 lo están porque no hay evidencia suficiente de la inmunidad que produce la vacuna en esa población. “¡Esto no hay quien lo entienda, no tiene ni pies ni cabeza, antes era al revés! ¡Nos van a volver locos!”, Félix se lleva las manos a la cabeza. Y, de nuevo, tiene razón: en un principio, la vacuna de AstraZeneca solo se administraba en los menores de 55, debido a la citada falta de evidencia en los ensayos clínicos.
A pesar de no entender “los criterios”, Félix viene sin miedo por los efectos secundarios, tanto los comunes (fiebre, dolor de cabeza) como los muy raros: “esto es como cualquier medicina, son más importantes los beneficios que los riesgos”. Lourdes estaba nerviosa; su marido, en cambio, no: “Hay que acabar con esto lo antes posible, retrasar la vacunación me parece un error”.
Muy lejos de las largas colas de entre dos y tres horas, donde los vecinos de línea se acababan por contar su vida entera, este jueves por la mañana la dispensación de más de dos mil vacunas ha ido especialmente rápida y, a la hora de comer, no había ni que esperar. De hecho, con frecuencia aparecían personas sin cita o con cita para otro día. “En la tele han dicho que te dejan entrar antes si hay hueco”, dice Manuel, de 62 años, revelando el origen del ardid que se sabía Lourdes. “A mí me toca mañana pero tengo ganas de vacunarme y quitármelo de encima”, y en ese momento Manuel chasca los dedos y el sonido se queda flotando en el aire. Ladea la cabeza, estudia el panorama y se anima a dirigirse hacia la puerta, a ver qué pasa. Un técnico de Protección Civil le pide a todo el que se acerca que vaya preparando el móvil con la citación en la pantalla. Manuel obedece, lo enseña y pasa el primer filtro sin problemas. Pero cuando llega el segundo le hacen esperar. Le retienen un buen rato. Finalmente, sale por la puerta por la que solo entra gente, a contracorriente. “Nada, no ha habido suerte. Si total, vivo aquí al lado. Mañana vuelvo”.
Otra que volverá otro día es Ana, de 62 años, la edad mágica del día. Le llamaron para ofrecerle una cita para este jueves 8 pero tenía fiebre y tuvo que decir que no. De todas formas, quiere probar suerte, ya que ha sabido llegar hasta el Wanda Metropolitano desde Fuenlabrada, a 35 kilómetros. A pesar de eso no tiene “ninguna gana” de vacunarse. Está allí más con abnegación que con convicción. “Me anima que a todas mis amigas a las que han vacunado no les ha pasado nada”, confiesa.
Agilidad en en Zendal
La estampa en el exterior del hospital de pandemias Isabel Zendal, en Valdebebas, es muy similar a la del Wanda: agilidad, sin esperas, sin colas, muy poca gente. No se parece en nada a lo que vivió Rafa, el esposo envidioso del primer párrafo, el día anterior. Un hombre explica que al preguntar en el interior por esta “desploblación” le han contado que “de nueve mil citas para hoy solo han confirmado dos mil doscientas” y añade “la gente tiene miedo”. En la puerta se han colocado dos carriles para sendos sentidos de la circulación: hacia dentro del Zendal y hacia afuera. Solo da color a la imagen dos cosas: los acompañantes, que esperan una media de veinticinco minutos, y la técnico de Protección Civil, que con energía y jovialidad advierte que los citados vayan sacando el móvil y, cuando detecta parejas de persona mayor del brazo de persona joven, intuye que una de ellas se va a quedar fuera.
“¿Dónde hay bancos para los acompañantes?”, le pregunta a la mujer del Samur a voz en grito una señora de cierta edad, cogida del brazo de un señor también de cierta edad. “No hay, señora”, recibe como respuesta. Un hilo de toses, murmullos y madrileñadas serpentea entre los que esperan; algunos cambian el peso del cuerpo hacia la pierna que no está entumecida.
Maribel, de 64, está a punto de entrar: “¿Preocupación yo? Ninguna”. Nacho, también de 64, va de salida: “Ahora a esperar a ver si me sale una tercera oreja”. Por el comentario, parece preocupado, pero no, tampoco lo está: “me jode que me vacunen, con esta [AstraZeneca] o cualquier otra, pero lo hago y ya, yo lo que quiero es tener la cabeza tranquila”.
Victoria, de nuevo de 64 años, va en silla de ruedas. La acaban de pinchar. “No me gusta AstraZeneca, el propio Gobierno la está quitando. Pero esto es lo que hay”, dice con resignación austera. Ángel empuja la silla, tiene 66 años, se ha quedado fuera raspando, por apenas mes y medio, pero le hubiera gustado haberse vacunado hoy también.
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