La conciliación real de la vida laboral está aún lejos de llegar a la mujeres trabajadoras
A Carlos (nombre ficticio) todavía le cuesta reconocer que fue él y no su pareja el que renunció a su trabajo para atender a su hija. Han pasado trece años y “de puertas para dentro”, como reconoce la madre de la niña, “está encantado con su decisión, pero hacia fuera prefiere no hablar del tema”. Ella se incorporó a su rutina laboral incluso antes de que pasaran los cuatro meses de baja por maternidad. “Me reclamaron y mi marido decidió que él se haría cargo de nuestra hija. Mi trabajo es muy absorbente. Salgo de casa muy pronto y llego tarde. No era compatible”, explica Esther, que también prefiere no revelar su nombre.
“Fue una opción personal. Trabajaba como freelance y fue aparcando algunos encargos. No lo dejó nunca por completo, pero sí estableció cuáles eran sus prioridades en ese momento. En casa, en ese sentido, los roles tradicionales se han invertido y eso aún le cuesta admitirlo incluso en nuestro entorno más cercano. Es como un tema tabú”, admite. Esther siempre ha llevado el peso de la economía familiar y está convencida de que que sea el hombre quien pone por delante la crianza al trabajo, dando la espalda así a la figura patriarcal de cabeza de familia, sigue sin estar socialmente aceptado.
Miguel Lorente, autor de Tu haz la comida, que yo cuelgo los cuadros –un libro que profundiza en las trampas de la cultura de la desigualdad–, apunta que, en estas decisiones influye, además del componente subjetivo, “el intersubjetivo”. Es decir, lo que los demás piensen de nosotros. “Que el hombre renuncie a su empleo o reduzca su jornada implica que no está cumpliendo con su misión como proveedor en lo económico”, explica.
Y así también lo evidencian las cifras. Según los datos del último trimestre de 2013 de la EPA, el número de mujeres empleadas a tiempo parcial es mucho mayor que el de los hombres. Un 26,3% de las mujeres ocupadas lo están en puestos de horario reducido frente a un 8% en el caso de los hombres. Pero lo significativo, más allá de los números, son los motivos que justifican su decisión. El más habitual entre ellas es no haber encontrado trabajo a tiempo completo seguido del “cuidado de niños o de adultos enfermos, incapacitados o mayores”. Para los hombres, las labores de cuidado están a la cola de todos los motivos posibles.
Es cierto que el aumento de los empleos a tiempo parcial es una realidad desde 2009, pero también que la reducción de horarios ha afectado con mayor crudeza a ellas. Según los datos referidos de la EPA, a finales de 2013 había, en números absolutos, 730.000 hombres con este tipo de jornada y algo más de dos millones de mujeres (de un total de más de siete millones que estaban ocupadas en este periodo).
En un estudio sobre conciliación laboral y familiar de la Fundación Pfeizer, cuyos resultados se han extraído de la realización de 1.500 entrevistas, el 68,1% de los encuestados opina que las mujeres tienen más problemas para compatibilizar trabajo y familia que los hombres. El grupo con más dificultades son, de acuerdo con las conclusiones del informe, las mujeres entre 35 y 49 años con estudios superiores en hogares en los que están empleados los dos miembros de la pareja.
“Que yo renuncie supone una menor pérdida económica”
Miriam tiene 33 años y su trabajo, hasta que llegó Hugo, le ocupaba prácticamente todo el día. Cuando se incorporó de nuevo a su empleo en la Administración, cinco meses después de dar a luz, acortó su jornada a solo la mañana. “No me imaginé que un bebé podría cambiarnos tanto la vida. No me arrepiento de mi decisión porque he disfrutado de mi hijo muchísimo, pero los 300 euros menos en la nómina se notan en el bolsillo”, admite. Justo esa cantidad es la que desembolsa mes a mes en la escuela infantil en la que está matriculado Hugo. “Y eso que es pública”, ironiza Miriam, que, con todo, prefiere dejar a su hijo en un aula que en casa de los abuelos. “Ellos están encantados, pero somos conscientes de que es una carga tremenda. A nosotros, que somos jóvenes, nos agota. Me imagino a ellos”, reflexiona.
La razón de que fuera ella y no su marido la que aparcó por unos meses la jornada completa tiene que ver con la pérdida de salario que suponía. “Él gana más, de manera que era más factible teniendo en cuenta la lógica de nuestra economía familiar que fuera yo quien renunciara. Al final alguien tiene que hacerlo. Las jornadas laborales son difícilmente compatibles con las necesidades de un niño”, justifica.
La brecha salarial entre hombres y mujeres –acentuada por la crisis– contribuye a que en la mayoría de los casos sea ella la que abandone su puesto de trabajo o reduzca su jornada. UGT constató recientemente en un informe a partir de datos de la Encuesta Anual de Estructura Salarial de 2011 (publicada en 2013) que las mujeres siguen cobrando menos que los hombres: un 22,9% de media, 0,5 puntos más que el año anterior. Otro estudio de CCOO, publicado con motivo del Día Internacional de la Mujer, subraya que “el 51,4% de las mujeres ganan 1,5 veces el salario mínimo interprofesional (641 euros) y sólo el 0,27% de ellas lo superan en diez veces”.
Miguel Lorente anota en este sentido que, en el entorno laboral, “el hombre suele ser valorado en lo inmediato y también en potencia mientras que la mujer es siempre cuestionada”. “No tanto sobre cómo trabaja si no más bien por cuáles son sus responsabilidades familiares, si tiene que salir antes, si puede hacer más horas cuando se necesite... Porque al final ella sigue siendo el núcleo de la célula del tejido social de la familia. Si no está, parece que toda esa estructura se viene abajo”, explicaba Lorente en una entrevista con eldiario.es.
Miriam admite que en su trabajo se lo pusieron fácil. “Nunca he tenido ningún problema. Han sido flexibles durante todos estos meses, incluso es posible que tenga un ascenso”. Pero su situación, como ella misma reconoce, no es la más común. A su hermana, que decidió optar por un horario reducido tras tener dos niños, la despidieron cuando las cosas comenzaron a ir mal en la empresa en la que trabajaba. “Ahora se las ve y se las desea para encontrar un empleo que le permita poder atender a sus hijos”, dice Miriam.
Según el estudio de la fundación Pfeizer, el 69,3% de los encuestados opina que ser madre puede tener muchas o bastantes consecuencias negativas en la vida laboral de la mujer, mientras que solo un 21,1% piensa lo mismo de los hombres que deciden convertirse en padres. Casi la mitad de las madres consultadas también lo perciben así y solo uno de cada seis padres afirma lo mismo al pensar en su propia experiencia. No obstante, cerca del 80% de las personas cree que los horarios de trabajo son demasiado estrictos y el 77,3% que apenas hay tiempo para uno mismo ni para estar con la familia.
La división sexual del trabajo se perpetúa en casa
Desde hace unos años, Carlos intenta “recuperar” su ritmo profesional, pero ni su edad ni tampoco la coyuntura actual soplan a su favor. “A los 50 y después de más de diez años fuera de juego es complicado”, relata su pareja, que señala que, en casa, las tareas se reparten en un plano de igualdad. “Eso sí –puntualiza– la iniciativa la sigo tomando yo”. Lo mismo le ocurre en la familia de Miriam. “El trabajo es cooperativo, pero al final siempre parece que soy yo la que tiro un poco más del carro”, apostilla.
Las mujeres trabajadoras dedican, según el citado estudio sobre conciliación, una media de 3,8 horas diarias a las obligaciones domésticas frente a las 1,9 de los hombres empleados. Además, las tareas siguen estando divididas por sexos. Ellas siguen asumiendo las responsabilidades de preparar la comida (64,6%) y limpiar la casa (55,9%), mientras que ellos se encargan de las reparaciones del hogar (62,9%) y de las gestiones bancarias y administrativas (40,8%).