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La culpa es siempre de los otros

Cristina Cifuentes, en una imagen de archivo

Baltasar Garzón

El caso de Cristina Cifuentes y su difuminado máster es un paradigma de todo lo que no se debe ser en política. Tras una larga serie de medias verdades, falsedades aparentes, confusión sobre lo que es y lo que no, la presidenta de la Comunidad de Madrid hace público que renuncia a su presunto máster y que la culpa es de ellos, de la Universidad Rey Juan Carlos.

Mantiene Cifuentes el gesto del agravio con una frescura envidiable reclamando que sean los otros los que justifiquen la anomalía. La técnica de despejar balones fuera y esparcir la suciedad propia es la preferida por los miembros del Partido Popular. Técnica que asumen con el estoicismo propio de quien no tiene más remedio que remar a favor de la corriente marcada por quien ejerce el mando. El presidente Rajoy.

La señora Cifuentes, al renunciar al máster, siguiendo probablemente las “sabias” orientaciones de su líder, da por hecho que el problema queda resuelto, como acontece con los casos declarados de corrupción que afectan a su partido. Descubiertos los autores se les da de baja en el partido y este se desentiende del tema como de la caspa, sacudiéndosela. A partir de ese momento, en el caso que nos ocupa, la señora presidenta de la Comunidad de Madrid adquiere tintes de mártir, añade que no está ni señalada ni investigada y que la justicia –siempre el PP se remite a la justicia para resolver temas de moral y política- será quien determine las responsabilidades. Por supuesto manifiesta tener el apoyo de su partido y de su presidente. Que la desdigan si son capaces.

En su carta de renuncia al máster fantasma, se quejaba Cifuentes: “A mí se me ofreció una modalidad y unos requisitos que no creo que hayan sido ni mejores ni peores que los que se hayan propuesto a otras personas en mis circunstancias”, aseverando: “Si la Universidad no hubiera planteado esta posibilidad, sencillamente no habría cursado el máster”. Deja abierta aquí la puerta a la duda de si esa oferta fue a la carta y en qué términos ¿especiales? se planteó.

Hasta aquí el paradigma al que me refiero tiene que ver con una nula asunción de responsabilidades políticas, una carencia escandalosa de ética y un canto de fondo sobre las bondades de un posible tráfico de influencias que con sus palabras deja imaginar la presidenta de todos los madrileños. Por si requiere aclaración, yo le digo: no asumir las responsabilidades se refiere a que el pecado no es siempre de los demás, cada uno es dueño de sus actos y de ellos debe responder. La ética está ausente del discurso que emplea la presidenta quien considera normal que le ofrezcan condiciones especiales y términos a la medida, no sabemos bien por qué. De nuevo los 'malos' son quienes plantean tales prebendas, la participación de la receptora es por lo que traslucen sus palabras absolutamente inocente y casi cándida, recordando esa expresión de las abuelas y de los aprovechados: “Yo si me lo dan, lo cojo”.

Enlaza esta acción de dejarse hacer, con el tráfico de influencias que parece se da como algo natural y 'por ser yo quien soy'. ¿Cómo si no iba a poder llevar a cabo estos estudios? Que por cierto, asegura Cifuentes pagó religiosamente, aspecto que podría exonerarla de ser así, por haber cursado el citado máster por la cara, como vulgarmente se dice, añadiendo más cargos al episodio. Pero no la liberaría del pecado de fondo, que es la utilización en provecho propio de una universidad pública, sin aplicar lo que la conciencia y el bien demandan a una servidora pública.

O lo que es lo mismo, todas estas faltas son censurables en sí mismas, pero suben de categoría cuando quien las perpetra es un político cuya vertiente pública y su obligación hacia sus administrados hace que sus actos adquieran una especial envergadura y sus defectos incrementen la falta de decoro, ad nauseam.

Pero creo que, de todo el discurso de la más alta dirigente de todos los ciudadanos y ciudadanas de la Comunidad de Madrid, lo más grave es esa actitud de que el máster “no me ha reportado beneficios que no tuviera” hasta llegar a la conclusión de que realmente no le ha servido para nada y que ya no lo quiere.

En mi opinión estas manifestaciones llegan a la categoría de dolorosas y no puedo evitar preguntarme para qué decidió hacer esos estudios esta señora. Si no sabe reconocer la virtud de la cultura en sí, y traduce el conocimiento como un efecto material, que económicamente se puede medir y ser traducido en beneficios, el caso es aún más sangrante. Tenemos a la máxima autoridad ejecutiva de la comunidad de Madrid tan hundida en el materialismo que ha perdido la percepción de valores tan básicos como la ilustración y el afán de saber, valores que son el motor que mueve la civilización. Pero como dice el filósofo Luis Roca Jusmet, “para el neoliberalismo la vida es una empresa”, y la señora Cifuentes es, en este caso, la empresaria de la desvergüenza porque ha dado un triple mal ejemplo a la sociedad entera. En primer lugar, es una malísima estudiante, ya que reconoce paladinamente que tuvo privilegios en el desarrollo del supuesto máster y que no tenía tiempo para estudiar; en segundo término, con su actitud, desmotiva a los alumnos y alumnas que con gran esfuerzo se aplican a la obtención de este título; y por último, al decir que el referido título no le aportó nada, además de demostrar una actitud soberbia, ataca a la universidad que, al menos en su caso, ha malgastado los fondos públicos. La pregunta de nuevo es, ¿y por qué se prestó a ello? ¿a cambio de qué?

Como digo, Cifuentes, su presidente, su partido y quienes les sustentan provocan un destrozo difícil de resolver entre los más jóvenes que reciben el mensaje de que la instrucción es un esfuerzo inútil y que solo hay que abordar aquellas enseñanzas que produzcan alguna rentabilidad inmediata, y además que la mejor opción es ser pícaros. De nuevo el más listillo se lleva el gato al agua. El mérito queda lejos y recuperan posiciones la recomendación y el trapicheo. De nuevo la España de los enchufes, los arreglos, los amiguetes, el 'yo te lo soluciono a través de uno que conozco en…'; el 'no te preocupes, eso tiene arreglo'. Lo de menos es que realmente para todos los demás hay un camino arduo basado en el esfuerzo, mientras que lo relevante es tener el mérito de ocupar un determinado lugar en la cúpula, y, con ello obtener el mismo resultado por medios espurios y sin desvelo alguno.

De camino se han llevado por delante el buen nombre de una Institución pública y las ilusiones de muchos universitarios que se preguntan ahora si la procedencia de su título se verá cuestionada gracias a estas actitudes de escasa conciencia moral.

Cuando en los tribunales se está juzgando hasta qué cota alcanza la corrupción en el seno del Partido Popular, el asunto del máster de Cifuentes, la falta de un gesto por parte de su protagonista de dejar el cargo cuando la duda planea sobre ella de manera tan notable y el apoyo por parte de los de Mariano Rajoy, llevan las dudas más allá. ¿Será que están acostumbrados a que esto funcione así? Y la regeneración… ¿dónde queda?

Lo dicho, no nos engañemos, la culpa es siempre de los otros.

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