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Guido Stein

Profesor del IESE —

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A falta de maestros, volvamos a las cosas como son y busquemos entender de qué va todo esto. Nadie lo hará por nosotros, mejor que nosotros, si no lo hacemos nosotros mismos.

Ya estamos tardando en espabilarnos, afrontar lo obvio y advertir que realmente andamos despistados de lo nuestro. En una fábula ancestral había dos pequeños peces que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo les saludó con la cabeza y les dijo: “Buenos días, chicos: ¿cómo está el agua?”. Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró al otro y le preguntó: “¿Qué demonios (se pronuncia coño) es el agua?”.

Desde hace veinticinco siglos sabemos que el secreto del conocer radica en el acierto al preguntar, porque, como explica Platón, solo quien atisba se atreve a preguntar. Hoy nos sobran las respuestas sin contenido porque nos faltan las preguntas con sentido.

Hay épocas históricas que destacan por la belleza de las creaciones artísticas, la grandeza de los logros políticos, las cimas literarias o las revelaciones filosóficas, y que incluso alumbran descubrimientos científicos y tecnológicos que a su vez iluminan el transcurrir de esos años, contados por décadas, incluso por algún siglo. Esos períodos rezuman momentos entrelazados por el entusiasmo contagioso que roza el delirio divino, por esa razón endiosan, al revestir a la mujer y al hombre de sus mejores versiones.

T.S. Elliot canta un tiempo que sitúa a los hombres en una sincronía inacabada, donde el progreso ya no es una moneda de curso legal:

Tiempo presente y tiempo pasado / Están ambos quizá presentes en el tiempo futuro, / Y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado. / Si todo tiempo es eternamente presente / Todo tiempo es irredimible.

En nuestro eterno e irredimible presente nos empeñamos por permanecer aletargados, envueltos en lo que era una confortable mediocridad, sobrada de medianía apocada, y carente de audacia, pasión que bordeando la temeridad planta cara al miedo y aspira a superar las dificultades que se amontonan, aspirando a lo mejor, que siempre está más allá.

Vivimos una encrucijada crucial y decisiva, con un punto de rotura o cambio profundo en el que nos jugamos el todo por el todo, descripción etimológica de la palabra crisis, y razón de su uso médico: pues es esa crisis y su superación la que separa al paciente de la muerte.

El microorganismo que nos acorrala puede jugar las veces del tábano socrático, que espabilaba a los atenienses de su letargo, azacanados por las apariencias y de espaldas a la realidad más real, advirtiéndoles que una vida sin examen no merece la pena vivirla.

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