Vivimos un cóctel emocional
Presiento que es un estado anímico bastante extendido. Te levantas un día queriendo luchar contra la adversidad y te vas viniendo abajo. O al contrario: amaneces presa de incertidumbres y vas viendo vías de salida. Vivimos un cóctel emocional sin precedentes, individual y colectivo. Hoy, en la montaña rusa de las sensaciones, ves la luz del final de confinamiento, las salidas a pasear desde el fin de semana y la ruta que nos llevará a la llamada “nueva normalidad”. El dolor sigue en los hospitales, el temor en muchos ciudadanos por lo que queda por recorrer, y la espada en alto de la oposición se da por segura. Habrá que ver cómo se sale de este torbellino y qué huellas deja. Lo urgente ahora es afrontar el presente en esas condiciones. Entenderlo, al menos. Dicen que funciona.
Con datos estadísticos, los casos confirmados de coronavirus, sobrepasan ya los tres millones. Si lo pensamos, son unos tres mil millones los que viven en condiciones de precariedad máxima, con cuanto implica. Con COVID-19 han muerto 212.000 personas. Busco los muertos por el hambre, según organismos internacionales: 24.000 al día. En los dos últimos meses que llevamos sufriendo de cerca la pandemia, habrán sucumbido por hambre 1.440.000 seres humanos, el 75% de ellos niños. Pero estas cifras nunca nos sirvieron, no para estremecer a la mayoría. La mente humana funciona así.
Pero los enfermos, muertos, atribulados sin fin, no son datos estadísticos, son personas. Por eso se comprende a la Consejera de la Junta de Castilla y León que rompió a llorar, después de más de dos horas explicando las medidas de las últimas semanas. Verónica Casado, médica de familia, se quebró al recordar a los sanitarios fallecidos y a lo mucho sufrido por los ciudadanos.
Me cuesta más entender cómo aguantan en pie Pedro Sánchez o Pablo Iglesias. Son las dianas elegidas por la jauría política y mediática -dentro de un gobierno que intenta salvaguardar los derechos de los más vulnerables- y disparan sin tregua y sin reparar en armas. Les contaré que me preguntaron desde un periódico argentino la causa de la dureza de la oposición en España. Y cuesta mucho explicar nuestra historia en unos minutos. Hasta Suecia llegan los ecos de esa feroz derecha que está dando la nota en Europa en momentos tan críticos. “Aquí, en Suecia, en Dinamarca, estamos unidos para afrontar la crisis”, dicen. Portugal es modelo ejemplar con una oposición que piensa en primer lugar en los portugueses.
No parecen ser los ciudadanos la preocupación de la mochila facha española, de sus poderes en la sombra, sus políticos y sus medios e informadores. Es evidente que las continuas zancadillas hacen más costoso el trabajo del Gobierno. Y no debe ser nada cómodo enfrentarse cada día a titulares, fotos y portadas miserables que distan mucho de ser la crítica justa que compete al periodismo.
Como periodista, más de calle que de silla, mucho de afuera y mucho de dentro, durante décadas, he visto grandes desgracias y no pocos triunfos. Nunca me acostumbré. Ahora, la realidad traumática nos rodea como un manto de enorme presencia.. y peso. Y si fuera a elegir entre el cúmulo de penas que nos cercan cuál es la más repulsiva, optaría por los depredadores que husmean entre el dolor para beneficiarse. Porque esa parte no debería venir en el paquete de una pandemia terrible. Eso nos llega “a los españoles de bien” –los de bien somos los humanos- como un extra.
Lo primero que he leído esta mañana ha sido que los servicios sociales de Madrid están desbordados y dependiendo de voluntarios y donaciones para dar de comer. De comer, insisto. Hace pocos días se refería el aumento exponencial de personas que acuden a comedores sociales y bancos de alimentos. Luego, los datos de la EPA (Encuesta de Población Activa) revelan que 285.600 personas han salido de las listas de empleo. Y piensas en autónomos parados y en mil consecuencias que acarrea la pandemia. Y ves que llaman “la paguita” a una renta mínima para necesidades vitales. Y que, entre otros, Díaz-Ayuso la rechaza porque “puede crear dependencia del Estado”, tras haber vivido y estar viviendo ella a la sopa boba del Estado con enjundiosos picatostes. O los obispos de la jerarquía católica española, a los que tampoco les gusta. Los ERTE y prohibir los despidos durante el estado de alarma al menos, fueron una buena idea, saldada con votos en contra de la derecha, críticas y aspavientos.
Cada día pasamos pues por distintos estados de ánimo. Pendientes de los enfermos que se tiran cuatro y cinco semanas hospitalizados, luchando hora tras hora “con el bicho”. “El bicho es muy malo”, dicen. Y lees los síntomas que temes ver en otros seres queridos. Terribles. Esta crónica que no sé ni cómo calificar, informa de unos cuantos que no teníamos registrados en los miedos. Y, sí, ya han muerto casi 24.000 personas en España con coronavirus.
Y cuesta entender esas llamadas a la rebelión y “romper las normas del confinamiento que lanza la derecha mediática, hasta manipulando fotos de portada. Verán, hay una diferencia abismal entre necesitar salir, por salud integral, cumpliendo los requisitos de prevención, y tomar la calle por montera. Las sociedades con solera democrática no necesitan policía para cumplirlos. Algunos gobiernos aconsejan más que prohíben.
Te preguntas cómo pueden dormir por la noche, Pablo, Cayetana, José Mª, Felipe, Anas y Rosas, Susanas y Carlos y tantos otros, si no les despierta su propia imagen descarnada en la verdad de sí mismos. Los ultra-ultras que están ya en otra dimensión como de las tinieblas. Y la masa criada a la sombra de todos ellos y lanzada al odio y la irracionalidad. Las ventanas que aplauden abiertas y hacen sonar los cencerros detrás del alféizar, en una extrema paradoja de la irracionalidad. Lo ha mandado Vox, incluso dejarse de agradecimientos e ir a lo que importa: contra el Gobierno. El objetivo primario es aumentar la zozobra social. No, esto tampoco pasa con tal intensidad al menos en países con mayor tradición democrática.
Y así, del largo catálogo de las emociones, las estamos experimentando casi todas acumuladas en días o en horas. Angustia, esperanza, tristeza, ternura, ira, indignación, temor, inquietud, desasosiego, confianza al menos en algunos puntos sólidos que permanecen, en el calor de los afectos.
Y los logros. Porque también están quienes salen adelante. Y quienes nos ayudan a hacerlo a todos con su entrega, su esfuerzo, su vocación, su dignidad. Con alto coste a veces. Enorme.
La experiencia nos demuestra que las personas tienden a olvidar los malos momentos. Los grandes shocks traumáticos cuestan bastante más. Y este puede ser uno de ellos. Algunas metas ayudan, quizás. Contribuir a que esta sociedad salga del bache con las ideas más claras sobre lo que de verdad importa. Desbaratar con la razón las maniobras de rapiña de los indeseables. Desenmascarar a los fantoches. O, solo y nada menos, salir a pasear y respirar el aire limpio que nos ha quedado. O pensar que un poco más allá llegará por fin ese abrazo pendiente con cuyo calor hasta lo más arduo parece fácil.
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