La Línea y Gibraltar encaran con incertidumbre el Brexit: “Si se cierra la verja, ¿a dónde vamos?”
Gibraltar, jueves a las cuatro de la tarde. Un goteo constante de trabajadores de la construcción enfila la Avenida Winston Churchill de vuelta a España. En el estanco junto a la aduana, aún del lado británico, la estanquera despacha cartones de tabaco como quien reparte naipes. Del lado español, los bares se llenan y los parkings se vacían. Trabajo, tabaco, negocios. Nada que no pase aquí cada día. La consecuencia más visible del Brexit es que la bandera de la Commonwealth ondea en lugar de la europea.consecuencia más visible del Brexit
Sin embargo, la salida del Reino Unido de la Unión Europea enturbia el ambiente: el 31 de diciembre está marcado en rojo. Entonces terminará (si no hay nuevas prórrogas) el periodo de transición. A esa fecha deberían estar resueltas un buen puñado de cuestiones clave para los trabajadores transfronterizos: las pensiones, la Seguridad Social, el paro, el paso de la frontera. Entre tanto, en La Línea y en Gibraltar se encogen de hombros. “Nadie sabe lo que va a pasar”.
Incertidumbre con pensiones, Seguridad Social y paro
La Asociación Socio Cultural de Trabajadores Españoles en Gibraltar se fundó en 1986. Salvador Molina, presidente y fundador, cuenta cómo empezó: “Fue idea mía. Yo trabajaba en la contrata de refinería. Me dijo un compañero: ”Molina, ¿te vienes a trabajar a Gibraltar? Doce horas, 12.000 pelas“. Y le digo: ”¿Dónde hay que ir?“. Hubo una huelga en Gibraltar, que nosotros apoyamos, y me vi en la calle, sin saber si iba a cobrar paro. Quería saber mis derechos. Por eso decidimos constituir la asociación”.
Tiene un centenar de socios y un amplio local cerca de la frontera, con un bar donde se despachan tostadas de manteca colorá. Molina dice que actúan como un sindicato, pero no es un sindicato. Asesoran en las cuestiones que, según denuncia, parecen no preocupar a los políticos.
“No sabemos si el año que viene el desempleo lo tendremos que cobrar en Gibraltar, que son 13 semanas y muy poco dinero. O si el que trabaja en Gibraltar va a tener que llevar a los hijos al médico de Gibraltar. Y si tienes que ir al médico allí, lo mismo te mandan a Inglaterra [porque no hay especialista]. ¿Y qué haces en Inglaterra sin conocer el idioma?”, se pregunta.
“No sabemos qué pasará. Aquí no han venido a decirnos nada. Todo se hace mirando los bolsillos de Hacienda”, lamenta. Para Molina, la intención de implantar una tarjeta para facilitar el paso fronterizo es una medida destinada a vigilar fiscalmente a los trabajadores españoles en la colonia. Ya existe algo parecido, con escaso éxito.
El negocio boyante de la construcción
Según las cifras oficiales del Gobierno gibraltareño, en La Roca hay 14.704 trabajadores transfronterizos registrados; de ellos, más de 9.000 son españoles. Médicos, cuidadores de ancianos, dependientas… “También vienen de Madrid muy bien maqueaos, a trabajar en las casas de juego. Gente del Puerto de Santa María o Jerez que se alquila una casa aquí para trabajar”, explica Molina.
Los salarios que perciben son un flujo constante de dinero hacia el Campo de Gibraltar, cuya economía depende en gran medida de los trabajadores españoles, preocupados ahora de la evolución del mercado de divisas. La revalorización reciente (de 1,06 a 1,18 euros por libra) supone 120 euros más al mes en un salario base de 1.000 libras.
La mayoría trabaja en la construcción: en los últimos años se han levantado grandes edificios sobre terreno ganado al mar, construido nuevos estadios para cumplir con los estándares de la UEFA y hasta se va a horadar la roca para encajar una gigantesca bodega de vinos. Casi todo esto lo hacen trabajadores españoles de empresas españolas, mientras las gibraltareñas asumen un papel de intermediarias.
“Tenemos 20 camiones de 26 toneladas y 16 excavadoras, y nos hemos pasado dos años trabajando catorce horas diarias”, ilustra un conductor de camiones español en Gibraltar, que prefiere no dar su nombre. Han levantado un enorme colegio con capacidad para 3.000 niños y un estadio de críquet. También es reciente la universidad y algún pabellón deportivo. “Edificios, ni te cuento. Vivienda que se hace, se vende. Por un millón de libras”. Con todo, tiene claro que, si pudiera, trabajaría en España: “No conozco a nadie que le salga trabajo allí y no se vaya”.
Carlos (prefiere no ser citado por el apellido) trabaja para una gran subcontrata de la GJBS (la gran constructora gibraltareña), que emplea a unas 600 personas. Dice que, de momento, no nota el Brexit. Su empresa ha despedido a unas cien personas, pero lo achaca a la llegada de dos potentes constructoras portuguesas, que están alojando a sus trabajadores en hoteles de La Línea porque no caben en el peñón.
“El dinero es cobarde”
Otros, sin embargo, ven los nublados que se ciernen sobre la economía. Para Ángel Villar, de la agencia de aduanas Paublete, la incertidumbre ya se nota en los negocios. “El dinero es cobarde. El capital se retrae y se nota, más en una actividad como el tráfico de mercancías. No hay alegría y las empresas hacen acopio día a día”. Si no hay acuerdo, la mercancía británica que entre en Gibraltar tendrá que pagar aranceles por provenir de un país tercero.
Para Villar, que hasta 2019 fue concejal por Andalucistas Linenses, los políticos españoles han sometido a la frontera a una política de hostigamiento por intereses electorales. Ser duro con Gibraltar da votos y cuesta poco. Y advierte: “Si se aplican los controles fronterizos al tránsito, no habrá tiempo material para que pasen todos los trabajadores y turistas. Desde fuera se ve con la frialdad de los números, pero no es sólo recolocar a 10.000 trabajadores. Muchas empresas venden casi todo en Gibraltar”.
Muchos llevan el episodio histórico del cierre de la verja marcado a fuego. Uno de ellos es Manolo Márquez, un joven fontanero y soldador en Gibraltar en 1978. En esos años de frontera cerrada a cal y canto, visitaba a su familia en La Línea pasando por Tánger. Pero el 15 de noviembre murió su padre y no podía esperar un barco.
“Me tiré al mar por la playa de Levante y, a mitad del aeropuerto, los militares tiraron unas bengalas y me vieron. Volví y me fui para la frontera. Allí me agarré a los barrotes, muerto de frío, nervioso. Salté y me entregué a la Guardia Civil”, recuerda. Esposado y aterido de frío, en la garita apenas pudo explicar que había saltado sólo por velar a su padre muerto. Una patrulla le acompañó a su casa para comprobar que era cierto. Al día después de le entierro, lo enviaron de vuelta a Tánger.
“A veces la Policía Nacional mete los datos y me pregunta si yo soy el que saltó la frontera. No tuve castigo por ello, pero los datos están ahí”.
“Hemos pasado 16 asedios y encontrado la solución”
Al otro lado de la verja, de momento, se encogen de hombros. Raquel, que atiende una tienda de perfumes de Main Street, dice que incluso tienen más clientes, “por el tipo de cambio o por el morbo”. Marco Mahesh, que vende relojes, dice que es muy pronto para saber. Y Federico Paire, que despacha una tienda de electrónica, sí lamenta la incertidumbre. Es un español que vive en Gibraltar. Tiene pareja gibraltareña, pero familia y casa en La Línea. “Allí tengo familia, amigos, una casa. Mi vida”.
“Nos puede afectar de muchas maneras, pero hemos pasado 16 asedios y hemos encontrado la solución. Serán tiempos duros, pero sobreviviremos”, responde Margaret Longboard, en inconfundible inglés llanito. A su lado, Macu Robinson apunta que todo depende de los vecinos españoles. “Si hacen presión será difícil”, asiente Longboard. Las dos creen que la fast lane que podría abrirse para facilitar el tránsito de trabajadores españoles sería una discriminación hacia los gibraltareños: “¿Por qué sólo los trabajadores?”.
En realidad, la preocupación no va por barrios, sino por posición social. Aquí quienes tienen miedo son los trabajadores españoles. Susana vende tabaco a una decena de metros de la frontera. “Yo estoy muy preocupada. Soy madre soltera, vivo en La Línea y esto lo perdería”, dice mientras despacha tres cartones de Camel Light. En lo que tarda en pronunciar estas palabras se forma una cola de cinco clientes.
El contrabando como reverso
A un par de metros del estanco británico hay una parada de autobús. Dos mujeres discuten a voz en grito y están a punto de llegar a las manos. Una acusa a otra de haber provocado que la Policía encuentre el tabaco de su bolso. Al ver la libreta del periodista, levanta el dedo: “¡No vayas a escribir nada!”. El contrabando siempre aparece como el reverso de la pauperizada economía del Campo de Gibraltar, que sirve de coartada.
En el salón de la asociación cuelga un tablón con recortes de prensa que dan cuenta del paro en La Línea y una autorización que permitía a Asunción Suffo cruzar la frontera cuatro veces al mes. También el cartel de un documental dirigido por Raúl Santos, La Roca: “Una épica historia de amor y autodestrucción entre España y Gibraltar”. Entre otras cosas, la película cuenta cómo los contrabandistas de tabaco se disfrazaban de guardia civil y apaleaban a los perros para que aprendieran a huir de la autoridad. Luego los cargaban con cuarterones de picadura de tabaco y los enviaban a Jimena de la Frontera.
Molina cuenta la historia, pero al mismo tiempo recela de la imagen de La Línea. “No pueden venir las televisiones pagando a uno u otro para que pongan el tabaco allí. Se creen que todos somos contrabandistas y que sólo hay malas personas. Y también hay gente buena”.
Para Molina, faltan alternativas. Algeciras tiene un gran puerto; San Roque, las urbanizaciones; Tarifa, el turismo; La Línea, nada salvo Gibraltar. “Es más fácil vender posturas que coger tagarninas, porque te multa el Seprona. Tenemos doce kilómetros de playa y Marruecos enfrente. Tendrás que buscar algo para mantener tu familia...”.
Aquí no hay trabajo, dice, pero sí tienen “la mayor fábrica de Andalucía” al otro lado de una verja. “Si se cierra, ¿dónde vamos? ¿A comprar lanchas para sacar tabaco o drogas? Pregunto”.
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