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OPINIÓN | 'La penúltima baza', por Antón Losada
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Democracia sin votos

Dondald Trump durante la Convención Nacional Republicana en Milwaukee, Wisconsin

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Donald Trump, que solo puede ser presidente si lo votan los estadounidenses, se ha dirigido enfervorecido y agradecido de antemano a un grupo de cristianos, prometiendo que si lo votan –salgan a votar solo esta vez, dijo–, todo estará tan bien que no tendrán que votar más. Estas misteriosas palabras han sembrado cierta inquietud y no han podido ser explicadas desde fuentes oficiales del Partido Republicano.

Donald Trump también ha dicho que si no gana estas elecciones presidenciales de noviembre, los conflictos armados se generalizarán y probablemente nos enfrentemos a una Tercera Guerra Mundial. Para cerrar –solo provisionalmente– el círculo, su compañero de ticket, candidato a la vicepresidencia, J.D Vance, ha sugerido privar del derecho al voto a las mujeres que no tengan hijos. Esto último ha trasladado cierta preocupación a sus afines peninsulares, por contagio, no sea que se esté refiriendo a las monjas, una suerte de milicia tocada de alta disciplina sufragista.

No son asuntos baladíes, en ambos casos se apunta a la reducción de la democracia, a reducir el espacio propio del derecho de sufragio, una condición imprescindible en toda democracia que se precie de ese nombre y presuma de contenido. Reducir la democracia siempre ha sido una estrategia de los no partidarios de la democracia, de que vote el pueblo. De hecho, se busca con planificación el desánimo de la gente, la desafección, con astracanadas como éstas y otras más sutiles, para que la gente desconfíe y se aburra y, de esa manera, se achique el espacio de participación para que todo tenga un tamaño controlable, prisionero de los sondeos, que voten solo los especiales.

Ya lo dijo Primo Levi, cada tiempo tiene su propio fascismo

El problema es que hasta ahora se hacía de manera taimada pero muy eficaz, mírense las cifras de participación y su evolución, pero suave sin que los destinatarios del desánimo apenas se dieran cuenta. Esto del trumpismo es otra cosa, es más grosero, se trata de no votar cuando toque o que determinados sectores de la población no tengan el derecho al voto. Ciertamente, es otra cosa y se llama fascismo.

Un palabra gorda. En los nuevos tiempos –comunicación política de por medio– nadie quiere que los llamen así, pero lo son; ya estableció algunas reglas de detección rápida Umberto Eco, y a otro italiano, Primo Levi, se atribuye la inteligente frase que los desnuda: “Cada tiempo tiene su propio fascismo”. Este, el estadounidense, va adquiriendo perfiles propios. Pero hay algo en común, todos huyen del voto soberano en algún momento aunque previamente se aprovechan de él, eso nos dice la memoria del nazismo en la Alemania de Weimar que llevó a Adolf Hitler al poder y ya no lo soltó hasta que lo soltaron.

Mientras en España nos revolvemos contra el Tribunal Constitucional, Alemania lo refuerza para protegerlo constitucionalmente de los peligros de la extrema derecha

El peligro de la extrema derecha se va extendiendo sin disimulos, entre los huecos que les abre un periodismo a sueldo y la propia irresponsabilidad de la derecha, hasta ahora considerada convencional. La sociedad democrática, en particular la política, no parece reaccionar. Saltan a celebrar la victoria popular en Francia, pero ha sido gracias a la virtud republicana que aún retiene el pueblo, a pesar de sentirse decepcionado. Los políticos europeos siguen en el regate corto y, a veces, suicida.

Sin embargo, algunos ejemplos a seguir sí se pueden observar en nuestro entorno inmediato. El ministro federal de Justicia alemán, Marco Buschmann, ha anunciado una reforma de la Ley Fundamental de Bonn para reforzar el Tribunal Federal Constitucional, una de las creaciones más inteligentes de la nueva Alemania para protegerse de las amenazas de las políticas de extrema derecha que tanto dolor causaron a alemanes y europeos.

Mientras en España, la España penetrada de los vicios del pasado se revuelve contra el Tribunal Constitucional, Alemania lo refuerza. Para protegerlo constitucionalmente de los peligros de la extrema derecha, para que no se pueda bloquear su sistema de elección y la independencia de los magistrados constitucionales, para impedir que los bulos y las falsedades de la extrema derecha y sus aliados mediáticos socaven la democracia, estableciendo un sistema de detección precoz contra las manipulaciones. Y en España sin enterarnos.

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