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La propaganda en tiempos del coronavirus
Ya ha confirmado el Gobierno lo que llevaba tiempo barruntándome. El “cuando esto acabe” tardará mucho en llegar. No habrá un día concreto en que salgamos en tropel de la hibernación forzosa con el primer destello de luz a llenar las calles y arremolinarnos. Afrontaremos un remonte sostenido, a pulso, sorteando los cascotes que dejará esta explosión de la que solo se beneficiarán los oportunistas, especuladores, traficantes, estafadores y usureros, como ha ocurrido siempre en todas las tragedias colectivas. Los demás, la inmensa mayoría, perderemos; unos más y otros menos, pero perderemos. Una vez que dejemos de contar por miles los muertos, de hablar de emergencias y sistemas de protección pública saturados, empezaremos lentamente a alcanzar una normalidad nueva repleta de carencias. De forma escalonada, espaciada, con una parsimonia que nos resultará desesperante, casi tanto como el cisma endémico de la clase política española y su lastimoso espectáculo.
¿Qué catástrofe tiene que caer sobre nosotros para que partidos e instituciones cooperen y vayan a una? Desde que se inició la crisis, los medios de comunicación son un compendio de contradicciones de unos y de otros, una letanía de donde dije digo, digo Diego; de reproches que se vuelven al día siguiente contra los arrebatados acusadores igual que búmeran justicieros. Se ha visto con los engaños en la compra de material sanitario de los que pocos han salido indemnes, en un mercado internacional desbordado con cerca de 200 países compitiendo por lo mismo. O las reclamaciones de ida y vuelta sobre directrices económicas y el cese de la actividad. Debe ser muy difícil resistirse a la tentación de conducir la ira de los inquietos ciudadanos hacia el adversario y culpar al otro, cuando no señalar a un chivo expiatorio al que arrojar las piedras. La historia contiene sobradas lecciones de esta inercia abominable.
Sin embargo, me llama poderosamente la atención que algunos gobernantes tengan el humor de pensar que es la ocasión ideal para hacer propaganda descarada, y acudan al patrocinio de reportajes (publicidad insertada en los medios con apariencia de información) en la que elogian sin rubor lo propio y denuestan lo ajeno. Puedo entender que quieras defender tus medidas, e incluso enviar mensajes positivos y llamadas a la solidaridad y fraternidad, pero no que se recurra a artimañas indecorosas con dinero público -es decir, de todos- para ir sembrando cual hormiguita cicatera en elecciones futuras. ¿Qué se diría si el Gobierno de Pedro Sánchez hubiera contratado publicidad institucional disfrazada de noticia para enaltecer su fabulosa gestión? Pues el gabinete de Juan Manuel Moreno Bonilla en la Junta lo ha hecho: “Andalucía toma la delantera”, reza uno de los titulares pagados, seguidos de textos que glosan con verborrea laudatoria la cantidad apabullante de recursos disponibles, para mayor escarnio de los abnegados sanitarios.
Existe un tipo de político que es muy apreciado por los aparatos de los partidos porque resuelve desaguisados, a veces cenagosos, en los que nadie se quiere manchar. Su prestigio es exclusivamente intramuros y va en consonancia con la capacidad para deshollinar conflictos e idear argucias contra los rivales, o con la pericia a la hora de muñir opacas operaciones. Este político artero, con un potencial ilimitado de maquinación y control, es poco aconsejable en cualquier época, si bien resulta del todo estomagante cuando la humanidad, y en ella se incluye Andalucía, se enfrenta al abismo. Moreno Bonilla debería revisar a quién pone en la primera línea y desechar el juego impúdico. Además de la devastación en vidas, se cierne sobre el horizonte una avalancha de quiebras, despidos y pobreza, con una recuperación a cámara lenta. No sé si cabe la propaganda tosca en tiempos del coronavirus.
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