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El BOA del 24 de enero de este año detallaba las autorizaciones para la explotación de cebo de porcino con una capacidad de 4.160 plazas en Zaidín, 4.320 plazas en Esplús, 1.630 plazas de reproductoras con lechones de hasta 6 kg en Binaced, y 180.600 plazas de gallinas ponedoras en Lanaja. Algún medio de comunicación comparó el BOA a una granja. Es el infierno para los animales que nacerán y morirán en estas explotaciones ganaderas cuyo nombre es realmente descriptivo. El martes pasado leíamos que la nueva explotación ganadera de Singra “producirá” 70.000 lechones al año. Cuentan con orgullo cómo repondrán a las hembras con objeto de mantener su estatus sanitario. Sabemos que para estos empresarios, al igual que para las autoridades competentes, la vida de los animales y su derecho a vivirla en condiciones acordes a su etología no es un factor a tener en cuenta. Se trata de generar beneficio... para ellos.
Las cifras son aterradoras. Una cerda genera en torno a 5 metros cúbicos de purines al día, más de 1.800 en un año. La carga de nitrógeno generada por una hembra en ciclo cerrado, es decir, con su descendencia incluida, es de 57,6 kg al año. El metano, el más agresivo de los gases de efecto invernadero superaría en Singra los 600.000 kg al año. El amoníaco no se quedaría atrás, casi 400.000 kg. Según la Agencia Europea del Medioambiente la ganadería supone el 75 % de la emisión total del amoníaco en la Unión Europea. Recordemos que el límite de amoníaco dañino para los habitantes de la zona es de 10.000 kg al año (Real Decreto 580/2007). No es necesario mencionar la cantidad de litros de agua empleados, bien escaso y de todos, los riesgos sanitarios y los malos olores.
Aragón es tierra ganadera y contaba con más de 6,5 millones de cerdos censados en la última encuesta disponible en el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medioambiente, la de mayo de 2016. Sin embargo, lo de estas fábricas de carne va más allá de la ganadería. Supone un holocausto animal. Constituyen una amenaza medioambiental cuyo impacto no todos parecen comprender. No está de más tener en cuenta que uno de los objetivos para el año 2030 de la Unión Europea es reducir las emisiones de amoníaco un 19 %. Si como sociedad no estamos dispuestos a escuchar los gritos de los animales en las explotaciones ganaderas, escuchemos los gritos del planeta herido.
Por supuesto, los españoles no consumimos este ingente número de animales. Muchas empresas europeas hace ya un tiempo que han centrado su foco en España. Más concretamente, desde que en esos países se cumple la normativa europea y aquí no. Y no es que los empresarios ganaderos de otros países de Europa sean más sensibles o más civilizados que en España, lo cual supondría que no trasladarían sus negocios a lugares donde aún se mantiene a los animales en minúsculos habitáculos, con emparrillado en el suelo de un tamaño suficiente para herir sus patas y quebrarlas, sin un lecho donde dormir para que no tapone la evacuación de sus propias defecaciones y deyecciones, con las que conviven desde que nacen hasta que son ejecutados con apenas unos meses de vida. No traerían sus lechones recién nacidos a España para ser engordados en condiciones terribles para recoger “el fruto”, millones de kilos de carne que rebosan sufrimiento. Pero sí, lo hacen, porque aquí aun se permite incumplir la Directiva europea. Debe de ser porque como España está más alejada de Europa, las normas llegan más tarde…
Nos estamos convirtiendo en un paraíso fiscal del maltrato animal, de la contaminación del aire, la destrucción de los suelos y el envenenamiento de los acuíferos. O frenamos esta tendencia y cumplimos los mínimos establecidos o lo pagaremos, pronto y muy caro.
*Olga García y Marta González, PACMA Zaragoza
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