Alex Txikon: “el equilibrio no sirve de nada cuando hace tiempo que te has caído”
Tras pasar varias jornadas equipando entre el campo 2 (6.400 metros) y el campo 4 (a 7.950 metros de altura), Alex Txikon ha regresado al campo base (las previsiones apuntan a un fuerte empeoramiento del tiempo, con vientos superiores a los 140 kilómetros por hora en la cima) desde donde nos envía su última crónica.
“Partimos del campo base el jueves 2 de febrero, no muy pronto ya que ascender al C2 (6.350 m) se ha convertido en un mero trámite (aunque muy peligroso).
Nos adentramos en la cascada del Khumbu que hace aguas por todos los lados; las secciones peligrosas aumentan. Yo pensé que sería más seguro en invierno, pero cada vez que subimos la cascada se vuelve más difícil, más costosa y más exigente.
Estamos al límite; no nos queda mucho más material ni contamos con los recursos necesarios. Este Everest va a ser muy exigente desde el principio hasta el final; no nos ha venido nada hecho.
En 8 horas llegamos al inexistente C2 (6.350 m). Dejamos una tienda de campo base muy bien fijada, pero voló. Toca buscarse la vida y encontrar el material esparramado por la morrena.
Cambiamos el plan. Decidimos descansar el día viernes 3 y salir del tirón el sábado 4 al C4. ¡Ay Amatxu Maitia! ¿Dónde me estoy metiendo?
El viernes 3 lo pasamos en silencio. Normalmente reímos, bromeamos, pero hoy nadie lo hace. Es normal, ya que lo que nos queda por delante va a ser muy duro. Son las 18.00h de la tarde y nos echamos a descansar en los sacos de dormir. De nuevo el silencio; y con el silencio llega el hermoso canto de los gorriones. En el C2 estamos rodeados de gorriones y cuervos que dan miedo.
23.30 horas. Llega la hora de la verdad. Nos juntamos en la tienda grande Norbu, Nuri, Furba, Chhepal, Pemba y yo. Se nota el nerviosismo; el frío aprieta. No sé, pero rondara los 30-35 bajo cero. Nos equipamos y no me entra nada. Estoy algo nervioso. Esto de las nocturnas en invierno son palabras mayores; no quiero pasar frío y perder la posibilidad de atacar la cumbre durante la siguiente rotación.
Partimos hacia C4 (7.950 m). Nadie habla. La noche es oscura, mucho, pero las estrellas brillan.
Yo como siempre no he cambiado las pilas a mi frontal y no veo un carajo ¡Ni que las pilas costaran millones! Soy de los que exprime todo al máximo. Contamos con pocos medios, por ejemplo me cabrea mucho que cuando estamos en el base nos dan de comer y queda la mitad de la comida en el plato…
Vamos a muy buen ritmo. Vamos demasiado rápido. Voy pasando el rato pensando en mis cosas. ¡Ay amatxu Maitia!
Nos adentramos en la sección de grietas que no son peligrosas, pero da la casualidad que me cuelo en una. Menos mal que me quedé encajado con la mochila ya que la grieta no tenía fondo. Tu cuerpo se encoje, el nerviosismo trata de apoderarse de ti, tu corazón late con mucha más rapidez y tú te ahogas… es lo que sientes. Pemba que venía por detrás me echó un capote y cuando miro el agujero que ha hecho mi cuerpo rompo los bordes y veo una grieta muy peligrosa abovedada y sin fondo. Respiro, trato de concentrarme de nuevo, y continuamos hacia la rimaya.
Las 3.00 de la mañana. El frío aprieta mucho más y empieza a soplar el viento; escalamos la rimaya de uno en uno. ¡Joer, me quedo helado! Miro para arriba y veo una estrella, más hermosa que todas las demás y me pongo como objetivo alcanzarla. La noche es muy dura, por tanto uno tiene que matar el tiempo, motivarse, sentir lo que estás haciendo.
Ya en las primeras cuerdas fijas, trato de escalar con rapidez, que el frío no llegue a mis dedos y miro a esa estrella que por alguna razón que aun desconozco me protege. En una noche como ésta, estás tan cerca del cielo que parece que la pueda coger. ¡Seré tolai! ¡Si están a millones de años luz!
Son las 5.00 y estamos en el C3 (7.250 m). Ya apenas siento los dedos de los pies, no soy el único. Todos aceleramos el ritmo y vamos lo más rápido que podemos para no helarnos. En una hora, el cielo no es tan oscuro y dejo de ver esa estrella, la más bonita sobre todas las demás.
Miro valle abajo y me quedo perplejo con el amanecer, probablemente sea uno de los más hermosos amaneceres que mis ojos han visto; la majestuosa estela del Chomolugma… pero a su vez, el amanecer nos castiga, el viento sopla en todas direcciones y el frío gana en intensidad.
Aprieto los dientes y de reojo miro de vez en cuando hacia el valle del Silencio y disfruto del amanecer y de las vistas. Consigo sacar las fuerzas y la determinación de continuar. A pesar de los riesgos que conlleva, pasamos las bandas amarillas de nuevo.
Hemos aprovechado unos 200 metros de cuerdas viejas repartidas en 6 fraccionamientos; se pone muy vertical. Miro hacia el C2 constantemente y el sol aun no pega en el C2. Son los momentos más duros, el viento nos castiga.
Por fin el sol en el C2; eso quiere decir que son las 9.10 y estamos a unos 7.800 metros. Hemos dejado a nuestra derecha el C4 del Lhotse, y aun a la sombra, son ya 8 horas a oscuras primero y en la sombra.
Voy a tirar de recursos y hay uno que nunca falla. Es muy doloroso pero merece la pena. Me pongo de rodillas en el suelo y corto la circulación de la sangre durante unos minutos hasta que de repente empiezo a sentir unos calambrazos poco dolorosos; esa es la señal. Entonces me incorporo y la sangre empieza a fluir de nuevo. Solo recordar el dolor que pasé, me da cosa. Se me caían las lágrimas del dolor, pero cuando el dolor desaparece puedo sentir hasta la planta del pie.
No es hasta las 11 de la mañana que el sol aparece y por fin nos calentamos. Flanqueamos por una franja de nieve el espolón y ya vemos el Collado Sur. ¡Por fin, 7.950 metros!
Dejo los 15 kg que porteaba entre tienda, gas, cuerda y arranco para abajo con Chhepal (dependencia Bendita; invisible cadena que me ata a la vida; y en momentos oscuros, palmadita en la espalda y ya estoy más seguro).
Concentración al 200% para el descenso. Rápel a rápel, empiezan a caer piedras, sobre todo los últimos 300 metros de fraccionamiento en fraccionamiento. No miro con mis ojos lo que hago, tan solo miro pendiente arriba para evitar que una de esas piedras me abra la cabeza. Último rápel. Miro arriba y aún no veo a Nurbu, Nuri y Furba. Chhepal y yo cruzamos el glaciar.
Yo mismo me asombro: estoy agotado. Cierro los ojos, ya que me duelen (toda la noche iba sin gafas). Los cierro para aliviar un poco el dolor. Me quedo dormido, aunque sea de pie, y aún saco fuerzas de no sé dónde para recuperar mi segundo trofeo en esta expedición. Me gustan las cosas antiguas y en casa ya tengo tres y esta es la segunda botella de oxígeno antigua que recupero.
Está en un penitente a unos 4 metros del suelo y hago un esfuerzo sobrehumano para recuperarla. Acabo derrotado y me quedo sentado mientras Chhepal me mira atónito pensando qué hostias hará este loco. Con la soba que nos hemos dado hoy, no creo que sea la única vez que piense eso de mí
Llegamos al C2 y lo tengo claro; le digo a Chhepal que es mejor bajarse al campo base. En 15 minutos, tras beber algo, me preparo para descender ya que son 25 kilómetros hasta el campo base. Y a pesar de estar agotado, con los años aprendes a medir tus fuerzas, así que sabía que podía llegar a no ser que la cascada estuviese colapsada de nuevo.
Dentro de lo que podemos aquí tratamos de pensar y medir todo, aunque en un reto como éste, si de verdad quieres alcanzarlo, toca emplearse al máximo. Y quizás abrimos puertas que no deberíamos de abrir.
Comento a Chhepal y me pide el walkie-talkie. Creo que trata de frenarme en mi idea, pero le digo que esté tranquilo. Le digo que en las secciones peligrosas pasamos de uno en uno, ¡verdad? Le digo que voy bien y que es el cumpleaños de Pablo y que no se preocupe.
Son las 14.45. Apretando se puede llegar al anochecer al depósito, y es ese el objetivo. Y tan solo pienso en que la cascada no se haya caído. Habría que subir otra vez. Además, mañana entrará el viento huracanado por lo que lo mejor es bajarse de aquí cuanto antes.
Siempre me marco pequeños objetivos y los repechos que me faltan me los tengo memorizados, como casi toda la ruta. Por fin llegamos al depósito, ya de noche, donde Aitor ha venido con una Coca Cola y nuestra perrita Gatz.
Después a atravesar la morrena en la que vivimos, hasta llegar por fin a campo base, al calor del mejor hogar del mundo en estos momentos. Me siento y caigo, me duelen los pies, tengo las puntas de los dedos agrietados por el intenso frío y por trabajo que llevamos realizado. Los ojos, los labios… Estoy hecho un Cristo... 18 horas después, pero feliz.
Una buena cena y una estupenda tarta de cumpleaños para Pablo nos hace sentir por unos instantes casi como en casa. Un cumpleaños muy especial que seguramente nunca olvidaremos... Y hoy que escribo esto, una vez más me sorprendo a mí mismo. Apenas he comido nada y he dormido 5 horas. No me siento cansado y el cuerpo me dice que venga, que a la siguiente vamos para cumbre. Pronto tendréis noticias del ataque“