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Aumento de la violencia de género y el síndrome de la sociedad cortesana

26 de noviembre de 2024 11:10 h

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Este 25 de noviembre aviva en mí un miedo descomunal.  Me aterroriza el aumento de la violencia y la revisión de los planteamientos que hemos desarrollado sobre este tema no aminora las inquietudes. Por el contrario, me hace ver que los relatos que describen crímenes cometidos sobre las mujeres y los niños son muy parciales y guardan una estrecha relación con intervenciones que sólo ofrecen soluciones parciales.

La gran mayoría de las interpretaciones sobre la violencia surge a partir de los estudios cuantitativos que desmenuzan el asunto en una serie de variables sociodemográficas, como la edad, el nivel de educación, el lugar de residencia, la relación con el victimario, etc. A colación, los estudios cualitativos y de corte psicológico, nos informan a diario sobre las supuestas taras de las mujeres maltratadas, como la sumisión, su baja autoestima, y otro largo etc. Creo que estamos en el último momento para advertir que ambas perspectivas realizan una especie de cierre y una tremenda reducción de los procesos de violencia. La violencia de género desde estos enfoques se encierra dentro de un círculo muy cercano a la pareja. Aunque para su explicación se usa el término de patriarcado, los únicos corrompidos por este sistema resultan ser los afectados y el ambiente en el que se desempeñan o se juzgan los actos violentos. Este cierre provoca, al menos, dos simplificaciones muy cuestionables. La primera se refleja en forma de estereotipos acerca de las víctimas y los victimarios. Las mujeres maltratadas se identifican con las personas desvalidas, y a los hombres maltratadores se les asocia con la monstruosidad. La segunda reducción se manifiesta en la desconexión de nuestras acciones emprendidas en el ámbito privado de las interdependencias económicas más extensas, de las lealtades o sujeciones a las autoridades que no sólo nos permiten preservar nuestra pertenencia al grupo, sino que imponen los valores y modos de actuar. Ante tales reducciones de las dinámicas de acción y la ruptura de la cadena de las interdependencias, Norbert Elias, sociólogo alemán, sugiere que la función del corte sigue siendo más relevante que la de la clase social. En el caso de violencia de género, el asunto pintó con maestría, cuatro siglos antes, Sandro Botticelli en sus cuatro Historias de Nastagio degli Onesti, de las que aquí reproducimos la tercera escena.

El crítico de arte Scott Nethersole definió las imágenes de Botticelli como «transición de la violencia a la celebración», subrayando con esta frase una de las principales características de la sociedad cortesana: sus rocambolescos festejos. La función de estos festejos, organizados a priori para consolidar la Corte, en realidad consistía en subyugar a los súbditos a través de la imposición de las formas de vestirse, moverse, reírse o tratar a las mujeres. El mismo crítico añadió que estas pinturas «reflejan el desarrollo temático de la crueldad y de un modelo civilizatorio de cultura urbana en el que la paz y la armonía se logran sometiendo a la mujer». A excepción de los atuendos, la escena inmortalizada por Botticelli, podría ser una imagen fiel de cualquier fiesta de hoy. De forma figurativa refleja a la perfección el orden y la dinámica de la precámara de los crímenes actuales: una mujer que intenta huir de su asesino y sus perros, rodeada por la evasión de sus amigos, silencio de los comensales de la fiesta principal. La mujer no tiene nada de sumisa. Más bien, está privada de todo tipo de apoyo y su desnudez refleja el despojo de toda pertenencia, también el de pertenencia social. Más tarde, los psicólogos observarán que es justo este despojo lo que causa el rechazo de sus hijos, que en un instinto de supervivencia sonreirán al asesino, igual que el resto de los cortesanos.

Me angustia esta imagen porque de algún modo refleja la burla de todos nuestros esfuerzos encaminados a salir de la vieja historia. Permite entrever que el sometimiento de la mujer, depende de una perversa complicidad de la sociedad cortesana, que, en afán de sostener la fiesta y mantener contento a su soberano, le niega la mirada y cualquier posibilidad de crear una nueva historia.

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