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El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora

La rebelión de los mediocres del PSOE grancanario

Ejecutiva Insular del PSOE en Gran Canaria, presidida por Sebastián Franquis.

Carlos Sosa

La manera que eligen los mediocres latentes en los partidos políticos para cobrarse sus agravios es la de boicotear cualquier acceso a los cargos públicos de aquellas personas que, a lo largo de vaya usted a saber qué periodo de tiempo, qué número de asambleas, comités y cafelitos, decepcionaron las expectativas de los padrinos de esas mismas personas que dedican su vida a la vida orgánica, a ejercer de correveidiles, aduladores, abrazafarolas y pagafantas, y al elevado afán de colocarse dentro de la estructura en el lugar concreto -que creen privilegiado- desde el que levantar el brazo de palo con el que el líder se limpiará su trasero para hacer siempre lo que le salga de sus santos cachivaches. Pero son felices y hay que dejarlos para que, entre otras cosas, no estorben en lugares más delicados.

Lo malo viene cuando el partido en el que habitan tales mediocres alcanza el poder y consideran esos mediocres llegado el momento de cobrarse las deudas pendientes. Es lo que ha ocurrido esta semana con la número dos del PSOE en el Cabildo de Gran Canaria, Isabel Mena, discriminada de forma descarada por el simple hecho de no pertenecer al entorno del secretario general insular, Sebastián Franquis, por no formar parte del nutrido grupo de brazos de palo que han perpetuado el encefalograma plano en un partido político incapaz de levantar expectativas propias distintas a las que provoca la ola nacional cíclica.

Ampliamente rebasada su fecha de caducidad al frente de la Agrupación Local Juan Rodríguez Doreste de Las Palmas de Gran Canaria, su histórico secretario general, Sebastián Franquis, logró dar el salto a la secretaría general de Gran Canaria aprovechando el pasillo que le abría el inesperado estrellato de Ángel Víctor Torres, aupado por una buena estrategia de apoyos orgánicos a la candidatura para la presidencia del Gobierno regional en el momento justo en el que Podemos metía en La Moncloa a Pedro el Bonito, quizás el presidente del Gobierno más insulso de la democracia española, que ni es joven ni es inexperta como para considerar esto un error de inmadurez.

En lugar de optar a su candidatura natural como secretario general insular, es decir, a la presidencia del Cabildo de Gran Canaria, Franquis vio más rentable dar el salto al Parlamento de Canarias y alejarse así de una previsible derrota próxima de manos del alcalde de Las Palmas, Augusto Hidalgo, al que sus huestes lograron ganar por la mínima en las últimas elecciones orgánicas en el feudo capitalino del partido.

Para sustituirlo en la batalla por el Cabildo, Franquis eligió a Luis Ibarra, un buen tipo con ganas de regresar al poder tras haberlo probado en esa misma Corporación y, sobre todo, al frente de la Autoridad Portuaria de Las Palmas, donde lo había hecho francamente bien. Por primera vez en la historia del PSOE canario, los empresarios y el resto de agentes portuarios elogiaban el buen hacer de un socialista y pedían sin recato su vuelta al recinto. Ibarra aceptó con esa condición: si ganamos, vuelvo.

Por eso le importó muy poco aceptar las instrucciones de hacerle una campaña dura y rastrera al candidato del partido que iba a ser ineludiblemente el socio natural del PSOE, Antonio Morales, de Nueva Canarias.

Parecía como si Ibarra no quisiera saber nada de Morales, como si lo odiara o lo considerara un personaje repugnante, corrupto e impresentable. Sus exabruptos fueron verdaderamente ofensivos durante la campaña, y aunque suavizados luego cuando comenzaron las negociaciones entre el PSOE y Nueva Canarias para un pacto regional que necesariamente debía contagiar al Cabildo de Gran Canaria, parecían destinados a boicotear cualquier tipo de acuerdo.

Ibarra en realidad seguía instrucciones de Sebastián Franquis, que parecía muy interesado en que una ruptura con Nueva Canarias en el Cabildo grancanario hiciera que Ángel Víctor Torres fracasara en su intento por alcanzar la presidencia del Gobierno regional. Franquis es uno de los más señeros exponentes de una histórica corriente dentro del PSOE canario, mayormente compuesta por mediocres de escasa formación, sin antecedentes laborales o con poquita capacidad para la reinserción laboral, que consideran que gobernar es un peligro y que lo mejor es ser buenos líderes de la oposición a Coalición Canaria. Por eso, entre otras cosas, Franquis se vendió como un buen apoyo para dirigir el grupo socialista, en la oposición, por supuesto.

Claro que, si se alcanza el poder, como ha sido el caso, es de los que pasa de ofrecerse para controlar el grupo parlamentario a apoderarse de una de las consejerías más influyentes, la de Obras Públicas, desde la que embridar a todos esos poderes de las adjudicaciones que controlan a esos medios de comunicación capaces de tragarse sin rechistar el atropello que Franquis e Ibarra acaban de perpetrar en el Cabildo de Gran Canaria.

Hasta Jerónimo Saavedra, nada sospechoso de ser antichanista, lo acaba de dejar para la posteridad en una de esas frases lapidarias que suelta sin necesidad de apretarle mucho: “El partido no se ha dado cuenta de la confianza que el pueblo ha puesto sobre él para los próximos cuatro años y no es momento para el sectarismo”.

Isabel Mena es un valor político de primer orden del Partido Socialista Canario. Es una mujer con empuje, con experiencia militante y en la gestión pública, reconocida feminista y leal a su partido. No merece de ninguna manera que las acechanzas agazapadas en las viejas vendettas orgánicas del PSOE, o mejor dicho, las deudas que se atribuyen los que se pasan la vida acumulando agravios orgánicos para facturarlos todos juntos cuando llega el momento, suponga un obstáculo para que pueda demostrar su valía gestionando lo que la ciudadanía con sus votos ha puesto en sus manos.

El PSOE ha vuelto a colocar sus intereses internos por delante de los de la ciudadanía, que eligió a Isabel Mena en una lista en la que ocupaba el número dos, no el tres ni el cinco, el dos, y debe pasar al uno en cuanto el que ocupa ese lugar se marcha sin apenas estrenarse en el cargo. Pero poco se puede pedir de un partido cuyo líder nacional mantiene una situación de incertidumbre y de bloqueo político por motivos puramente tácticos y de cálculos electoralistas. Hay que ver qué mal les sienta el poder a algunos.

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