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Distintas clases de víctimas

Elsa López

La hipocresía social llega a unos límites que son un escándalo. Como buen ejemplo de ello son esas repetidas muestras de condolencia por parte de gobiernos, jefes de estado, empresarios y organismos que se han volcado en el tema del avión estrellado en Los Alpes. Ciento cuarenta y nueve muertos. Acusaciones, videos, horas de programación exhaustivas para explicarnos una y otra vez los restos, las conversaciones, el dolor de las familias, la maldad del copiloto, sus locuras y miserias. Videos repetidos hasta la náusea comentando sus comportamientos y sus gestos y recreando con personajes reconstruidos por ordenador las situaciones de cabina. Horas sin tregua para hacernos ver cómo el ser humano es capaz de cometer las mayores atrocidades. Todo de una irritante persistencia y una macabra morbosidad que nos hacía pasar las páginas de los periódicos o apagar la radio o la televisión a mayor velocidad de la habitual.

Casi al mismo tiempo, una masacre de ciento cuarenta y siete muertos y setenta y nueve heridos en un ataque del grupo yihadista somalí Al Shabab a los estudiantes de la Universidad de Garissa, al este de Kenia, muy cerca de la frontera de este país con Somalia, ha quedado reducida a unas pocas páginas de la prensa escrita y a dos telediarios en los que se nos dijo que las imágenes podían herir nuestra sensibilidad y, por lo tanto, nos las iban a ahorrar para ahorrarnos, a su vez, tanto malestar a la hora de comer. Una pena, porque tal espectáculo hubiera saciado las miserias de algunos que disfrutan con la sangre ajena. Sobre todo cuando les es tan ajena como esta.

Pero a mí, a mí y a usted, lo que nos hiere es la comprobación de que la percepción de estos dos crímenes tan cercanos en el tiempo resulte tan escorada a la hora de darse como noticia como si matar a los blancos en un avión de un país de blancos impolutos fuera más grave, más importante y doloroso para el resto del mundo que matar a unos estudiantes de raza negra en un país de África. Mostrarnos trocitos de un avión y explicarnos una y otra vez los golpes que daba el piloto en una puerta blindada ha ocupado más horas de televisión que los cuerpos acribillados y desparramados por las aulas de tantos jóvenes en los que un país como Kenia había depositado sus esperanzas. Ni un memorial, ni un funeral con jefes de estado, ni coronas orladas con nombres de instituciones y gobiernos. Solo unas lágrimas y una plegaria por ellos del Papa Francisco. De los demás, un telegrama o una llamada diplomática. Está claro que entre unas víctimas y otras hay color. Tanto para los estados que nos representan como para los que vemos y oímos las noticias de este raro y, a veces, miserable planeta.

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