Un espacio para las mujeres migrantes dedicadas al cuidado: ''En mi país soy abogada y aquí solo puedo limpiar baños''

Alexa, periodista y cuidadora, en el barrio de El Batán (Gran Canaria)

Natalia G. Vargas

Santa Cruz de Tenerife —

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La energía de Alexa atraviesa el teléfono. Después de cinco años batallando, ha conseguido el permiso de residencia y de trabajo. Llegó a España desde Colombia para solicitar protección internacional. La periodista fue amenazada de muerte por organizaciones narcoparamilitares cuando trabajaba en la Alta Consejería de Paz, Víctimas y Reconciliación de Bogotá, creada para asesorar a quienes huían de las bandas organizadas que delinquían en los barrios del país. Pese a la persecución que sufrió por su activismo en favor de la paz, su petición de asilo fue denegada por falta de pruebas suficientes que acreditaran el peligro que sufría en su país de origen. El limbo administrativo en el que cayó la empujó a trabajar en condiciones precarias como empleada del hogar. “No me sentía nadie”, cuenta. 

Ahora vive en Gran Canaria y busca un espacio en el que compartir y empoderarse con otras mujeres migrantes dedicadas al cuidado. El Archipiélago ha sido siempre una puerta de entrada a Europa para muchas personas que se desplazan desde otros continentes como África o América Latina. Sin embargo, y aunque el cuidado ha sido uno de los sectores a los que más mujeres migrantes se han visto abocadas, no ha sido hasta ahora cuando las Islas han comenzado a dar sus primeros pasos hacia la creación de espacios seguros, de acompañamiento y de diálogo para las empleadas del hogar.

Natalia Oldano es pedagoga y especialista en políticas de cuidado con perspectiva de género por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. La investigadora también forma parte de Mosaico Acción Social y la Red de Acción e Investigación Social, localizadas en Tenerife. “Hemos creado un espacio de diálogo con mujeres migrantes y mujeres autóctonas que trabajan en el ámbito del cuidado. Nos damos cuenta de la urgencia de unir fuerzas y crear sinergias porque es muy grave lo que está sucediendo con el trabajo doméstico”, apunta.

“El cuidado está muy presente en el discurso político y mediático, sobre todo a partir de la pandemia, pero la realidad es que esta sociedad no cuida bien a quien lo necesita y no cuida ni dignifica el trabajo de quienes cuidan”, asevera Oldano. 

Canarias cuenta con importantes referentes que ya tienen fuerza en la Península. Entre ellos, la asociación Sedoac (Servicio Doméstico Activo), con sede en Madrid. Sedoac nació para propiciar el empoderamiento de las trabajadoras del hogar y los cuidados a través de la atención jurídica, laboral y psicológica. Su presidenta, Carolina Elías, reconoce que el asociacionismo fue el clavo ardiente al que se agarró para no hundirse emocionalmente. “Pertenecer a Sedoac y a la Red de Mujeres Latinoamericanas hizo que no decayera”, recuerda en una entrevista concedida a esta redacción. 

La razón principal por la que el empleo del hogar es, en muchos casos, la única opción para las mujeres migrantes es la Ley de Extranjería. Las personas extranjeras tienen que esperar tres años para regularizar su estatus y en ese tiempo no pueden firmar un contrato laboral. Mientras tanto, siguen teniendo que cuidar a sus familias en su país de origen. Esto conduce a las mujeres a la economía sumergida y a tener que aceptar realidades de trabajo precarias. En Canarias, también es habitual que las mujeres caigan en redes de explotación sexual. 

Las migrantes sin documentación están “atadas de pies y manos”. Si pretenden denunciar alguna vulneración de derechos humanos, corren el riesgo de ser deportadas. La presidenta de Sedoac se ha encontrado con varios casos que cumplen este patrón. “Sí, te recogen la denuncia, pero te abren un expediente de expulsión. Esto te deja en una desprotección total que hace que te encierres en el trabajo para evitar que te deporten”, asevera.

“La Ley de Extranjería es nefasta. Sin papeles no hay contrato, sin contrato no hay papeles. Sin derechos fundamentales no hay dignidad posible”, concluye la pedagoga Natalia Oldano. “Si cambiamos esto y damos protección a las mujeres acabamos con la economía sumergida. El Estado ganaría más dinero a través de los impuestos y nosotras nos beneficiamos también con condiciones de trabajo justas y dignas. Todo el mundo saldría ganando”, propone. 

Carolina Elías insiste en que el trabajo de cuidados es digno y profesional, porque “te exige que conozcas de todo”. “Es muy importante porque cuidas de lo más importante de este país, las familias. Pero está tan desvalorizado que nadie quiere trabajar”.

Un golpe a la autoestima

“Yo ya he sido liberada”, dice Elías. Ha hecho un máster en la Universidad Complutense de Madrid y trabaja como asesora de investigación en el ámbito del empleo del hogar. Sin embargo, señala que las consecuencias en la salud física y mental de las trabajadoras no desaparecen de un día para otro. “El machismo, el racismo y el clasismo están tan presentes que atacan tu autoestima”, ejemplifica. 

“Yo era abogada en mi país, pero aquí me ha tocado limpiar baños. He tenido jefas con menos formación que yo, pero ellas tenían el dinero. Yo estaba preparada para otra cosa, pero aquí no he podido ejercer mi carrera ni nada parecido. Ni siquiera tengo el reconocimiento de mi licenciatura”. 

El encierro de las mujeres que trabajan en régimen de interna es “muy duro”. “Sobre todo por las situaciones de desprecio que sufres. Te hacen sentir tan miserable…”. “Agradece que te estoy dando trabajo” es una de las expresiones que más ha tenido que escuchar Elías. Además de los riesgos vinculados a la salud física, el trabajo de cuidados en condiciones de precariedad es una amenaza para la salud emocional y social. Algunas de las secuelas son el estrés, el trastorno de ansiedad o la depresión. “Estamos frente a situaciones donde las mujeres explican falta de tiempo para su vida personal, para el autocuidado, y situaciones de aislamiento y desarraigo”. 

Alexa comenzó a trabajar como interna en Italia durante ocho meses. En Las Palmas de Gran Canaria el primer trabajo que obtuvo en este régimen fue en 2017 en el barrio de Schamann. Tenía que dar de comer a una mujer mayor independiente. En Italia cobraba 1.100 euros, pero en Canarias el mismo trabajo lo hacía por 700, a pesar de que prestaba servicios a una familia adinerada. 

“Los familiares que no vivían allí me decían que cocinara lo que quisiera, que comiera lo que quisiera, como si estuviera en mi casa. Pero la mujer que cuidaba me controlaba la comida o cuántas veces iba al baño”, recuerda Alexa. “Me sentaba con ella a la hora del almuerzo y cuando me servía la comida que para mí era normal ella me decía: ”¿Tú te vas a comer todo eso?“, detalla. ”Entonces yo trataba de moderarme un poco, pero en mis dos horas de descanso me iba a casa a almorzar otra vez“, confiesa. 

Durante los meses que trabajó en esa casa, no logró conciliar bien el sueño. “Tenía una habitación aparte, pero tenía que quedarme despierta hasta las tres de la mañana porque la mujer no podía dormir. 

“Yo no me sentía nadie”, resume. En algunas entrevistas de trabajo, las múltiples herramientas de comunicación que Alexa tiene eran un punto a favor. En otros casos, un hándicap. “Hay personas que no te contratan para que tu creas o pienses, sino para que cuides”.

Bajo el umbral de la pobreza 

La investigadora Natalia Oldano apunta que las condiciones laborales de las mujeres que trabajan en los cuidados son diversas en cada comunidad autónoma. “Al ser un espacio de puertas adentro se hace muy difícil conocer la realidad de lo que sucede en este ámbito. Hace falta investigación para conocer la realidad de quienes la protagonizan y tomar medidas que mejoren esas condiciones”, propone. 

Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 95,5% de las empleadas del hogar son mujeres. La mayoría de ellas son de América Latina (52%), les siguen las mujeres de Europa del Este, de África y de Asia. “Una de cada cuatro de ellas vive en situación administrativa irregular. Sabemos que es un ámbito caracterizado por la informalidad en las contrataciones, por tanto podemos decir que son muchas más las personas que están trabajando en este sector”, dice Oldano. 

“La sociedad española ha externalizado a bajo coste y en condiciones de precariedad este trabajo considerado esencial porque es ese trabajo de cuidados el que posibilita la sostenibilidad de la vida”, explica la investigadora Natalia Oldano. “Se trata por tanto de trabajadoras del hogar que están desempeñando funciones propias del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia pero que este no cubre, ya sea por límites en su financiación o por problemas de diseño y ejecución”.

En los espacios creados en Tenerife, señala Oldano, las empleadas del hogar expresan que viven bajo el umbral de la pobreza.“No tienen derecho al paro, se encuentran en Sistema Especial en la Seguridad Social donde no cotizan por su salario real”, subraya la pedagoga. Tampoco tienen inspecciones y no tienen protección frente al acoso, el abuso y la violencia en el trabajo. “No siempre hay respeto a sus condiciones de trabajo en cuanto a los horarios, salario y descanso”. En el caso de las mujeres que trabajan en régimen de internas, suelen sufrir descuentos abusivos en el salario o trabajan a cambio de la manutención y alojamiento. 

La oportunidad de asociarse

Para la investigadora, Canarias pasa ahora por un momento de oportunidad para “no volver a lo que ya conocemos”. “Urge sacar a la luz algunas vergüenzas de la organización social de los cuidados en España y las dinámicas que construyen cadenas globales de cuidados atadas por eslabones de desigualdad y opresión”, apunta. 

En España, “la lucha de las trabajadoras del hogar ha logrado visibilizar problemas que ya existían, organizándose desde las resistencias feministas para construir un sindicalismo social creando espacios de igualdad, redes de mujeres, movimientos colectivos y sinergias regionales para dignificar el trabajo de los cuidados”. 

“Es prioritario aprender de la lucha de las mujeres trabajadoras del hogar y del cuidado. Escuchar sus relatos incómodos que cuestionan privilegios, que promueven diálogos y aprendizajes y que nos interpelan para una transformación política, social y comunitaria”, afirma Oldano.

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