El volcán de La Palma golpea la salud de las personas mayores solas que se han quedado sin nada
La casa de Belky Rodríguez está enterrada por la ceniza que continúa expulsando el nuevo volcán de La Palma. Tras más de dos semanas de erupción, la enfermera sigue sintiendo rabia, tristeza y admiración por la naturaleza a partes iguales. A pesar de todo, cada día debe sobreponerse para cuidar a los mayores con los que trabaja en la residencia de San Andrés y Sauces, a más de 46 kilómetros del desastre. Entre las 37 personas a las que cuida está Antonia, una vecina de Todoque que ha cumplido ya los cien años. “¿Tú ya sabes si por casa pasó la lava?”, le pregunta casi todos los días a Belky. Algo le dice que su barrio ya no existe.
A este centro han llegado en las últimas semanas dos personas de entre 70 y 80 años que tuvieron que ser desalojadas. Una de ellas tiene familia y una casa que, aunque por el momento sea insegura, sigue estando. La otra vivía sola en un hogar que ya ha sido destruido por la colada, aunque ella aún no lo sabe. El estado de salud físico y emocional de ambas ha empeorado en estos casi 20 días. “La señora que ha perdido su casa antes caminaba, pero después de todo esto me la tuvieron que traer en una camilla. Es un retroceso que hizo en su deterioro, porque su cuerpo está intentando protegerse de eso que vivió, explica la sanitaria.
Tanausú Pérez es el fisioterapeuta de esta residencia que está al otro lado del caos. Esta disciplina en las residencias pretende darle a los mayores la mejor calidad de vida. ''Todo se va agravando con la edad y el deterioro continúa. Entonces, es importante intentar que se muevan, que se mantengan o que puedan pasar de la silla a la cama o al baño'', explica el sanitario.
La desorientación es una de las primeras secuelas que suelen aparecer en estos casos. Rodríguez también la ha visto en sus suegros, que han sido desalojados de la casa en la que crecieron y se casaron. Todos están ahora conviviendo en Garafía, al otro extremo de la erupción, en la que antes era la vivienda de los fines de semana. “Empiezan a dar vueltas por el pasillo. No saben dónde están. No saben a dónde van, ven habitaciones que no reconocen… Echan de menos sus camas, sus cosas. Antes estaban bien”, recuerda la enfermera.
Esta situación de emergencia provoca una caída de defensas en las personas por lo que todas las enfermedades se agudizan. “Por ejemplo, las infecciones de orina son muy frecuentes entre las personas mayores. Cuando dejas de estar en tu casa y pasas a vivir en casa de un familiar, tu rutina de higiene la pierdes. Por una infección de orina, una persona mayor puede perder el norte o incluso ponerse agresiva”, señala Rodríguez.
El volcán después del encierro por la COVID
Esta emergencia se suma a la que las personas mayores llevan viviendo desde que estalló la pandemia. “La COVID-19 les afectó gravemente. No tenían interacción social. No había visitas. Su familia éramos nosotros”, cuenta Belky. Por suerte, en esta residencia de Los Sauces no ha habido ningún caso de coronavirus, ni entre los usuarios ni entre el personal. Desde que han comenzado las salidas, algunos esperan con ansias el momento de salir, mientras que otros han decidido que “no quieren saber nada del exterior”. A veces, utilizan las dos televisiones del salón como sus ventanas al mundo. Ahora, en estas pantallas solo se ve el volcán y, en algunos momentos puntuales, el deporte o el teletexto.
''Ha sido una detrás de otra'', apunta Tanausú, que cree que buena parte de las personas mayores de La Palma sufrieron más por la pandemia que por la erupción. ''En las residencias estaban encerrados totalmente como si fuera una cárcel más de dos meses y la relación con su familia era a través de una mampara'', recuerda.
El fisioterapeuta apunta que el coronavirus ha causado un trauma social mayor que el volcán, ya que en esta erupción ''gracias a dios no ha fallecido nadie''. ''El impacto mental del confinamiento fue más fuerte que este, porque entre otras cosas te han cortado la libertad de poder salir a pasear'', añade, si bien matiza que los usuarios con los que trabaja están en el lado de la isla más alejado de la lava. En los barrios más cercanos, ''están viviendo una amenaza que no la para nadie''.
Belky intenta trabajar con normalidad, pero ella también está afectada. “El primer día no te lo crees, el segundo lloras y luego piensas que eres afortunada. Yo tengo trabajo y tengo un techo”, insiste. La semana antes de la erupción, la enfermera preparó una maleta con diez mudas de ropa. Ahora ha podido ir a recuperar sus títulos por si tiene que marcharse a buscar trabajo en otro lugar. “Decían que iba a salir por Jedey, pero yo les decía de broma a mi familia que el magma estaba debajo de casa”.
Cuando la tierra se rompió muy cerca de su vivienda, ella y su familia estaban viendo una serie. De inmediato, salieron corriendo hacia su coche y a avisar a los vecinos tocando el claxon de que tenían que salir de allí. Todo su vecindario hizo lo mismo: “Nadie nos dijo que teníamos que hacer eso, pero fue innato”.
“Es una desgracia. A veces me dan ganas de decir que lo odio, y otras pienso que es una maravilla de la naturaleza. No puedes hacer nada, no puedes ir en contra de la naturaleza porque es más fuerte que tú. Yo soy relativamente joven para empezar otra vez. Pero hay mucha gente que ya no puede”, concluye Belky.
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