Barcelona, ciudad de barricadas: más de 200 años de revueltas en la capital catalana
En 1873, el teórico del comunismo Friedrich Engels dijo de Barcelona que era la ciudad “cuya historia registra más luchas de barricadas que ninguna otra villa del mundo”. 130 años después, el presidente de EE. UU. George Bush respondió a la masiva manifestación contra la guerra de Irak que hubo en la capital catalana: “Nadie puede permitir que su política esté determinada por el número de gente que se manifiesta en Barcelona”, señaló. La ciudad, durante siglos, ha sido considerada a nivel mundial como uno de los puntales de la organización ciudadana, la lucha obrera y también los disturbios callejeros.
En el barrio de Sants de Barcelona empezó la primera huelga general de todo el país –el embrión del sindicalismo español– en 1855. También una movilización que comenzó en la capital catalana, la huelga de La Canadiense, logró en 1919 la jornada de 8 horas para los trabajadores, en lo que se consideró un hito histórico del movimiento obrero europeo. La única experiencia anarquista en una gran urbe occidental se vivió en la capital catalana entre julio de 1936 y mayo de 1937.
La lista de sucesos es interminable y uno no sabría dónde marcar el inicio de esta tradición, porque las revueltas se remontan a la edad media ¿Qué sucede en Barcelona o la diferencia del resto de urbes? ¿De dónde proviene este pedigrí revolucionario? ¿Hay un hilo conductor entre las revueltas del pasado y los disturbios ocurridos en la ciudad en los últimos años?
Son varios los factores que han generado este caldo de cultivo en la ciudad, apuntan los historiadores. Desde el liderazgo de la industrialización en España, que anticipó un movimiento obrero que se extendería después por otras regiones, hasta la fuerte influencia que tenían los gremios en Barcelona y que desembocarían en pequeños sindicatos y asociaciones vecinales años después. Algunos incluso señalan el carácter de capital sin estado que tiene la urbe.
“Al no ser capital de nación, Barcelona nunca tuvo la libertad que tenían ciudades industriales de las mismas características”, señala Josep Solé i Sabaté, doctor en Historia Contemporánea, profesor de la Universitat Autònoma y experto en la Guerra Civil. “Esto hace que lleve una especie de camisa de fuerza que de vez en cuando estalla”.
El historiador y divulgador Dani Cortijo apunta en una dirección similar: “Barcelona creció de espaldas al Estado e incluso me atrevería a decir que en contra”, analiza en conversación telefónica. “Para muchos, la representación del Estado en la ciudad eran los cañones y la fortaleza de Montjuic”.
Solé i Sabaté habla de una suerte de tradición de “oponerse a la violencia estructural del Estado” muy arraigada entre unos vecinos con “ganas de participar en todo”. Esta oposición, según su criterio, ha sido política, cultural, social y en muchas ocasiones violenta. “Es difícil encontrar otra ciudad en el mundo comparable en este aspecto”, remacha.
De la “revuelta del pan” a la primera huelga general
Tres meses antes de que estallara la Revolución Francesa, Barcelona vivió en febrero de 1789 una de sus revueltas populares más recordadas. Estalló por el aumento del 50% del precio del pan, un alimento hasta entonces controlado por el Ayuntamiento que se privatizó y pasó a manos del Gremio de Panaderos, que aumentó su precio debido a las malas cosechas. La revuelta la lideró una mujer, Josepa Vilaret, que el mismo día que fue encarcelada y posteriormente ejecutada.
La cultura contestataria aumentaría durante las décadas posteriores, cuando Barcelona fue invadida por las tropas napoleónicas entre 1808 y 1814 y los vecinos se levantaron en varias ocasiones contra el invasor. Entre 1820 y 1823 llegaría la época de la “Barcelona exaltada” durante el trienio liberal que convirtió a la ciudad en la más revolucionaria de la monarquía hispánica y probablemente de Europa, influenciada por las ideas de la revolución francesa que habían calado en la capital catalana.
La revolución industrial impactó en una ciudad de tradición menestral y artesana, donde los gremios tenían una influencia capital. “De golpe llegaron las fábricas, las máquinas y los horarios marcados”, apunta Cortijo. “Esto supuso una ruptura emocional que trastocó la identidad de los vecinos”. La conciencia de clase empezó a extenderse hasta la llegada de las bullangues [tumultos, en su traducción], una serie de revueltas populares entre 1835 y 1843 contra la miseria de la clase trabajadora.
Durante la última bullanga, en 1843, se formó durante dos meses una junta suprema que defendía un proyecto descentralizador de España y que desembocó en una revuelta mucho mayor, conocida como la Jamancia, el primer levantamiento ciudadano contra el Estado liberal en España. Los alzados obligaron al ejército a retirarse de la ciudad y refugiarse en las fortalezas de Montjuic y la Ciutadella. Barcelona fue entonces bombardeada durante tres meses hasta que los rebeldes se rindieron.
La historia se ha repetido constantemente. Cada 15, 20 o 30 años hay un estallido ciudadano contra alguna situación que genera descontento. “Hay un hilo conductor, una especie de memoria histórica de la ciudad que hace que de manera cíclica haya revueltas contra el statu quo”, apunta Solé i Sabaté. “Cada cierto tiempo, la violencia aparece como la vía de canalizar este malestar de la sociedad”.
Tras los bombardeos de 1843 llegaría la primera huelga general de España, iniciada en las fábricas del barrio de Sants en 1855 y que no tenía como objetivo luchar contra las máquinas que quitaban el trabajo a los obreros, sino defender la libre asociación de los trabajadores en lo que se considera el embrión del sindicalismo español. Posteriormente habría otro alzamiento ciudadano en 1870, protagonizado por mujeres contra la obligación de que sus hijos y maridos fuesen a la guerra de Cuba.
De la Semana Trágica al anarquismo
Un motivo similar, la oposición de la ciudadanía a ir a la guerra de Marruecos, fue la chispa que inició la llamada Semana Trágica de 1909. En un contexto de crisis económica, tanto las clases humildes como las medias e incluso los industriales, que no querían quedarse sin trabajadores, se rebelaron contra la decisión en un alzamiento que tuvo dos objetivos muy marcados: los militares y la iglesia, por considerar que estaban del lado del estado y de los ricos. Un gran número de iglesias y conventos ardieron durante esa semana que fue del 26 de julio al 2 de agosto y muchos barceloneses las observaban arder como un espectáculo. Fue durante esos días que la ciudad adquirió el manido apodo de 'Rosa de Fuego'.
Cuando el ejército entró a la ciudad para aplacar la revuelta, hubo duros enfrentamientos armados por las calles y todo tipo de barricadas. El saldo fue de un centenar de muertos y miles de heridos. La represión que seguía a cada tumulto en la ciudad agrandaba la brecha entre las instituciones estatales y los barceloneses. La ciudad era ya la principal cuna anarquista europea gracias a un movimiento que se extendía especialmente por los barrios populares.
“Los barrios eran un entorno social completo: espacios de contestación y esperanza y un punto de partida de la resistencia contra la ciudad burguesa, una lucha subversiva que dio a Barcelona fama internacional de ciudad roja y capital revolucionaria de España”, señala el historiador británico Chris Ealham en su libro La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto: 1898-1937 (Alianza).
“Durante siglos Barcelona está en un permanente estado de excepción”, añade Solé i Sabaté. “El Estado tiene problemas para controlar una sociedad cada vez más desarrollada y crece la desconfianza y la necesidad de control”.
Una década después de la Semana Trágica llegaría la primera huelga feminista -enero de 1918- y la mencionada huelga de La Canadiense, que llevó al Estado incluso a declarar el estado de guerra entre febrero y marzo de 1919. La protesta lograría instaurar la jornada de 8 horas diarias. Los años 20 darían paso a la época del pistolerismo, marcada por los enfrentamientos y venganzas entre bandas sindicales y policiales. Buena parte de los barceloneses llevaba una pistola en el bolsillo y murieron unas 400 personas durante ese periodo a causa de esta guerra soterrada.
Los años 30 acabarían de consolidar la fama anarquista de la capital catalana cuando estalló la guerra civil y, entre julio de 1936 y mayo de 1937, el anarquismo y la CNT controlaron la ciudad hasta el punto de que aproximadamente el 70% de las empresas fueron colectivizadas. En sus despachos se sentaron obreros y milicianos. “El aspecto de Barcelona era asombroso”, señaló George Orwell en Homenaje a Catalunya. “Por primera vez me encontraba en una ciudad donde la clase obrera tenía el mando”.
“La autoorganización en los barrios tiene un peso histórico en la ciudad”, apunta Cortijo. “Solo hace falta fijarse en el mapa de los búnkeres antiaéreos: en los barrios populares hay muchos más porque durante el verano del 36 se destinó todo el dinero y recursos de las fiestas mayores a construir esos espacios”.
Las protestas no acabarían nunca, tampoco durante el franquismo, y en 1971 una huelga en la fábrica Seat para pedir la readmisión de trabajadores acabaría con un muerto y diversos heridos por culpa de las cargas policiales. Desde la transición hasta la actualidad los disturbios violentos se sucederán: desde las desokupaciones de espacios emblemáticos de la capital catalana hasta las protestas contra el Banco Mundial en 2001, pasando por infinidad de huelgas generales que acabaron con barricadas, enfrentamientos y saqueos.
Durante la última década, también los desalojos de espacios ocupados como Can Vies o el Banc Expropiat se saldaron con graves disturbios y enfrentamientos contra la policía para acabar finalmente en los duros enfrentamientos tras la sentencia del procés en 2019 y las actuales manifestaciones a favor de la libertad de expresión de los últimos días.
Solé i Sabaté también reivindica que Barcelona ha acogido algunas de las manifestaciones pacíficas más masivas de la historia. Desde la mencionada concentración contra la guerra de Irak, que reunió a 2 millones de personas, hasta la manifestación contra ETA tras el asesinato de Ernest Lluch -1,3 millones de personas aproximadamente-, ambas en 2003, hasta las concurridas manifestaciones independentistas de la última década que superaron el millón en varias ocasiones.
¿Es un cliché esta visión de Barcelona como sujeto histórico con personalidad propia, propicio a impulsar cambios? Ni Cortijo ni Solé i Sabaté creen que sea un mito. El primero compara la ciudad con Londres como una urbe con “ingredientes de cambio y conflicto”. El segundo cree que la historia se repite desde hace décadas. Y se seguirá repitiendo. “Nunca se va a la raíz del problema y el descontento seguirá aflorando de manera periódica”, explica. “A veces será de manera violenta o pacífica, pero Barcelona siempre acaba saliendo a la calle”.
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