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Las razones por las que es mejor no meter la olla con comida en la nevera

Una olla dentro de una nevera en una foto de archivo

Marta Chavarrías

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La nevera es, sin duda, nuestra gran aliada para evitar que los alimentos se nos estropeen con rapidez. Solo tenemos que tener cuidado de no llenarla demasiado para que la temperatura se mantenga constante y el aire frío pueda circular entre los alimentos y de no cometer algunos errores, especialmente con las sobras o con la comida de más que hemos preparado y que no nos hemos acabado.

Empujados por las prisas o, simplemente, por la pereza, quien más quien menos lo ha hecho alguna vez: preparar una olla de arroz con guisantes o pollo guisado y guardar toda la comida en el mismo recipiente en el que la hemos preparado en la nevera. Es algo fácil de hacer, rápido y cómodo, que nos ayuda a evitar el desperdicio de alimentos sin que ello suponga tener que ensuciar otros utensilios y envases. 

Sin embargo, meter en la nevera los alimentos de cualquier manera, sin atender a los recipientes que usamos, no es una buena idea, ni es aconsejable ni lo más apropiado, entre otras cosas porque las condiciones de conservación no son las más adecuadas. 

Tres motivos por los que es mejor no meter la olla en la nevera

Una vez somos conscientes de que no todo vale a la hora de conservar las recetas que no nos hemos acabado es importante que sepamos los motivos. La nevera no es un armario en el que cabe todo y de cualquier manera. Las ollas y cazuelas no deberían estar dentro porque no son el mejor envase para conservar alimentos. Los motivos son varios:

  1. No proporcionan un sellado hermético: las ollas o sartenes no tienen tapas herméticas, algo que es imprescindible en todo almacenamiento alimentario. Por tanto, incluso si le ponemos la tapa, el contenido no está bien protegido y no podemos impedir que se produzca el problema de la contaminación cruzada entre los alimentos de fuera y los del interior de la olla. Al introducir la olla con comida en la nevera se crea un ambiente húmedo, ideal para el crecimiento de bacterias, por lo que es mejor protegerlos bien de gérmenes y bacterias, así como de olores de otros alimentos.
  2. El sabor puede cambiar: la calidad y el sabor de los alimentos pueden verse afectados ya que el recipiente metálico puede modificar el sabor. Esto ocurre sobre todo con alimentos ácidos como el tomate. 
  3. Las ollas pueden estropearse: además de dañar el contenido y el interior de la olla, el almacenamiento prolongado de alimentos salados o ácidos puede provocar la corrosión del metal, lo que reduce su durabilidad. 

¿Todo esto por qué ocurre? La respuesta tenemos que ir a buscar en el material. Muchas de las ollas y cacerolas con las que cocinamos están hechas de aluminio, usado de forma generalizada como material de contacto con alimentos que aporta una gran conductividad térmica, que permite regular la temperatura en las diferentes etapas de cocción y distribuir de manera uniforme el calor. Pero, pese a sus ventajas, su uso se ha relacionado con la migración de partículas de este material a los alimentos. En ocasiones, el aluminio se oxida cuando el metal reacciona y se combina con el oxígeno presente en la humedad y el aire. 

Aunque investigaciones como esta publicada en Environmental Sciencies Europe demuestra que la ingesta de aluminio estaba por encima de los niveles aceptables cuando se cocinaba un plato con pescado marinado con jugo de limón, a menos que se cocine con mucha frecuencia productos altamente ácidos –por ejemplo puré de manzana, salsa de tomate o escabeches- la probabilidad de que esto ocurra y de que liberen partículas es muy baja.

Aunque no se puede descartar que almacenar alimentos muy ácidos o salados varios días puede hacer que el aluminio reaccione y provoque el deterioro de la olla y una posible lixiviación. Por tanto, y según un estudio del Consejo Europeo sobre metales y su uso en contacto con alimentos, no es recomendable usar recipientes de aluminio para guardar alimentos calientes ácidos o alcalinos y minimizar así la liberación ya que estamos hablando de alimentos más susceptibles a este tipo de metal. 

Consejos para almacenar bien los alimentos cocinados en la nevera

La primera norma, antes de saber dónde guardar las sobras, es ser conscientes de que tenemos que sellar herméticamente las sobras. Como recuerda la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense (FDA), los alimentos tenemos que almacenarlos en la nevera en envases con tapa o bolsas de almacenamiento selladas.

Esto nos ayudará a evitar la proliferación de posibles bacterias y la propagación de olores. Para ello, tenemos infinidad de opciones. Podemos usar envases herméticos de distintos tipos. Los de vidrio son una excelente opción para almacenar alimentos ya que se trata de un material no poroso que no absorbe olores ni sabores. Tampoco presenta ningún riesgo de que se filtren químicos en los alimentos. 

Los envases de plástico son otra opción económica para almacenar alimentos. Este material, que viene en una gran variedad de formas y tamaños, es liviano, duradero y podemos reutilizarlo varias veces si lo cuidamos de forma adecuada. Pero debemos tener en cuenta que, a diferencia del vidrio, el plástico sí puede absorber olores y sabores con el tiempo. Aquí te explicamos las señales que te manda el táper para saber cuándo debes desecharlo.

Los envases de cerámica también son una excelente opción para almacenar alimentos ya que tampoco absorben olores ni sabores, pero puede ser un material frágil ya que se rompe con facilidad. 

Además de los envases también disponemos de diferentes tipos de envoltorios que pueden ayudarnos a almacenar los alimentos en la nevera y protegerlos de la humedad y los olores. El papel de aluminio es una forma eficaz de almacenar alimentos gracias a su fuerte barrera contra la humedad y los olores. El papel film, otra opción popular, lo podemos usar para sellar herméticamente los alimentos y evitar dejarlos expuestos al aire. 

Si lo hacemos bien y almacenamos la comida en envases herméticos en la parte central de la nevera nos durará más que los alimentos crudos. Un guiso, por ejemplo, aguantará bien hasta cuatro días, un tiempo menor para el pescado cocinado o la tortilla de patatas, que no durarán más de dos días en buen estado. 

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