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Una “Arabella” cinematográfica llega al Teatro Real 90 años tarde

Una "Arabella" cinematográfica llega al Teatro Real 90 años tarde
Madrid —

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Madrid, 24 ene (EFE).- Noventa años, los transcurridos desde su estreno original en Dresde (Alemania), ha tardado la “Arabella” de Richard Strauss (1864-1949) en hacer esta noche su primer desembarco en un Teatro Real que ha recibido entre aplausos la cinematográfica producción concebida por Christof Loy hace dos décadas.

No ha sido ante un lleno completo. Según el coliseo madrileño, en torno a un 80% de espectadores no han querido perderse la primera de las siete representaciones que tendrán lugar hasta el próximo 12 de febrero, de la cual han salido especialmente reivindicados el elenco principal y la dirección musical de un David Afkham en pleno revuelo por su renovación al frente de la Orquesta Nacional de España.

No eran en su contra los pitidos que podían escucharse antes del arranque de la función en el exterior, donde una treintena de personas han protestado por la cesión para la programación juvenil del Real de un espacio municipal (La Nave Daoíz y Velarde) que durante un tiempo autogestionó la ciudadanía y que considera el acuerdo una privatización encubierta.

Iniciada poco después con normalidad la representación de “Arabella”, al fin se ha saldado lo que Joan Matabosch, director artístico del teatro, consideró una “laguna” en su historia, pues nunca antes se había escuchado allí la última obra que Strauss compuso junto a su colaborador habitual Hugo von Hofmannsthal, el mismo de “El caballero de la rosa”, al que esta obra pretendía dar continuidad.

Era su propósito denunciar a través de lo que hoy bien podría calificarse como una familia disfuncional una sociedad en decadencia más preocupada por aparentar y malgastar que por la ética de sus actos, un relato que el compositor situó en la Viena de 1860 para criticar en realidad los vicios de la época en que se estrenó y que actualmente muchos considerarán vigentes en el postureo en redes.

Probablemente por ello su compatriota Christof Loy como director de escena decidió neutralizar los rasgos temporales en vestuario y decorado con diversos anacronismos, en una propuesta que en realidad llama más la atención por su potente concepción cinematográfica.

Reducido a un tercio de sus dimensiones como un rectángulo de paneles blancos fuertemente iluminado, el alemán ha dirigido la mirada de los espectadores a un espacio muy concreto en el que las diferentes estancias de la historia se deslizan horizontalmente ante ellos en planos muy concretos, hacia delante y hacia atrás.

Especialmente en el primero de los tres actos, el recurso retrotrae a aquellos viejos “souvenires” que imitaban la forma de pequeñas televisiones en las que se insertaba un carrusel de imágenes turísticas en miniatura que solo podían verse a través de una lente en su parte trasera y aquí se ajusta a unos diálogos muy fluidos y constantes y a una rauda partitura sin largos desarrollos.

Cuenta “Arabella” el devenir de dos hermanas, la mayor de ellas convertida en el único medio como reclamo matrimonial para que su familia de origen noble escape a una ruina cada vez más cierta que no solo no saben atajar sino que contribuyen a expandir por el juego, la superstición y una vida de gastos para aparentar.

En ese estado de pobreza en el que los costes de presentar en sociedad a dos hijas serían inasumibles, obligan a que la segunda se haga pasar de por vida por un hombre, una situación a la que no se resigna, revelándose como la única mujer que se atreve a tomar la iniciativa de reclamar el amor elegido y también el motor del consiguiente entuerto de esta comedia lírica.

Sus códigos aseguran un final feliz para una historia que, no obstante, evoca momentos incómodos en pleno siglo XXI. A diferencia de la redención femenina materializada por Bárbara Lluch en el título previo estrenado en el Real, “La sonnambula” de Bellini, esta producción con 20 años de existencia no lima esos episodios, como una agresión sexual que escuece más después de las noticias recientes y una mayor sensibilidad hacia esta problemática.

Tanto Sara Jakubiak (Arabella) como Sarah Defrise (Zdenka) han sido las destinatarias de algunos de los aplausos más fuertes de la noche, al igual que Josef Wagner (por su “macho alfa” Mandryka), la vis cómica de Martin Winkler (Conde Waldner), la elegancia de Anne Sofie von Otter (Adelaide) y, desde un papel aparentemente muy pequeño, la donostiarra Elena Sancho Pereg (La Fiarkermilli).

Javier Herrero

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