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La compañía de teatro Los Bárbaros, entre el colapso, lo nuevo y el fantasma del siglo XX

La 'Obra imposible' de Los Bárbaros

Pablo Caruana Húder

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La compañía de teatro Los Bárbaros siempre tuvo la esperanza puesta en el otro, en lo colectivo, en el activismo comunitario. No obstante, acaba de estrenar una de las obras más liminales y oscuras del último decenio donde el colectivo madrileño indaga sobre la permanencia del pasado, sobre lo nuevo siempre por llegar, y sobre las expectativas que pone el hombre moderno en las nuevas teorías políticas y su lenguaje.

La obra tiene un título que anticipa el fracaso, Obra imposible, pieza que supone el final de una trilogía con la que Los Bárbaros cumple diez años de existencia. En la obra reina un gran espacio vacío, donde el mundo parece haber ya colapsado. En el espacio pululan dos personajes. Dan de comer pan a pájaros inexistentes, hablan por micrófonos desconectados simulando que realizan un programa de radio llamado Un día más, un día menos. Están solos, se inventan cartas de lectores inexistentes, pero se siguen contando historias. Relatos que, aunque nadan en el fracaso y la imposibilidad, tienen luz propia, aquella de la paradoja.

La obra invita al espectador a mirar tranquilo para así poder entrar en otro tiempo, en un espacio donde todo ha llegado a su fin. Una vez inmersos en ese universo dos grandes actores, Rocío Bello y Jesús Barranco, sorprenderán con un texto de ecos beckettianos y modos que recuerdan al mejor Harold Pinter. Un texto donde se contarán a si mismos a través de esas cartas inventadas y en el que brilla una manera de estar en escena, de interpretar y alojar el texto, propia, alejada de tendencias y en la que el actor aparece cercano, natural, donde más que actuar, comparte.

El teatro como una máquina de pensamiento

Obra imposible es una decantación de un modo de hacer, de una dramaturgia densa que se hunde con raíces profundas en el pensamiento de los últimos cien años, de un saber escénico que denota estudio y muchas horas viendo teatro, de una manera de hacer que reivindica la compañía, la creación colectiva, el texto y la investigación. Obra imposible consigue iluminar con una luz mortecina y merecida el presente como pocos trabajos escénicos en los últimos años.

Parte del núcleo duro de la compañía son Javier Hernando (1986), dramaturgo, y Miguel Rojo (1985), a cargo de la dirección. Ambos coincidieron en la Real Escuela de Arte Dramático: “Nos conocimos porque ambos leíamos poesía y nos pasábamos libros, ahí comenzó todo”, recuerda Rojo que acaba de publicar El decorado en Pre-textos, editorial donde Hernando también publicó otro libro de poesía llamado Todos los animales muertos en la carretera.

La trilogía mencionada comenzó con la pieza Obra inacabada, estrenada en el Teatro de la Abadía en 2022. Y continuó con Obra infinita, estrenada en el Centro Dramático Nacional el año pasado. “La trilogía supuso un cambio como compañía, antes hablamos más de y desde nosotros. Y queríamos mirar afuera, qué estaba pasando en el mundo, qué no funcionaba y si ahí el teatro podía hacer algo para solucionarlo, o por lo menos si el teatro podía poner en escena algún tipo de pregunta”, recuerda Hernando. “Cuando empezamos Obra inacabada, yo estaba muy convencido de que el teatro tenía que ser una máquina de pensamiento, que tenía que suspender un tiempo y las lógicas de la realidad actual, para así accionar el pensamiento”, sigue rememorando.

En aquella pieza, que también estaba interpretada por Barranco, veíamos a un hombre deprimido, que quería un mundo nuevo y comenzaba a romper farolas para así poder ver las estrellas. Un hombre que acababa recluido en su casa comiendo tan solo albaricoques y leyendo libros. Al final, el personaje “descubre que a lo mejor hay una puerta posible que es salir de sí mismo, romper esa depresión, romper esas paredes de su casa, abrir esas ventanas cerradas y descubrir a los otros”, afirma Rojo. De esa rebelión surge la segunda pieza, Obra infinita, en la que la compañía reunió a varios actores cercanos para levantar un montaje en torno al acto más primigenio de la cultura humana, sentarse en círculo para escuchar cuentos. La pieza era una sucesión de narraciones de tradición oral, rescatando el texto infinito que los hombres han ido creando a través de las generaciones, pero no para recordar, sino para convocar disidencias y posibles ideas de comunidad.

Para la tercera parte de la trilogía la compañía había ideado concebir el trabajo a través de la fiesta. El paso era lógico, primero estuvo el aislamiento, luego llegó el descubrimiento del otro: “Pero comenzamos a sospechar de toda la trilogía, de que ese descubrimiento del otro estaba también mediatizado política y económicamente. Y cuando mirábamos al mundo veíamos la guerra en Ucrania y en Gaza. Ahí comenzó a hacerse presente todo el siglo XX, con sus grandes historias, sus horrores y sus fracasos”, explica Hernando.

En los 15 primeros minutos de la pieza está muy presente el siglo pasado en una composición del teatro vanguardista de finales de XX y comienzos del XXI. Los Bárbaros van vistiendo a sus dos personajes con distintos ropajes mientras suenan distorsionadas músicas como la Marsellesa, pasos de Semana Santa o La Internacional; sonidos de radios mal sintonizadas, de ataques aéreos y bombardeos; y discursos de Simone de Beauvoir, el Che Guevara, Salvador Allende o la Pasionaria. Puro siglo XX donde van apareciendo imágenes que recuerdan a los disparates de Goya, de profunda raigambre española (curas, asnos, viejas), con figuras más contemporáneas como una seguidora de Trump con metralleta, mujeres con burka o un fantasma con la gorra de la CNT. “Es como una pasarela de personajes del fin del mundo, de un siglo XX abocado a guerras y más guerras que está llegando a su fin, aunque todavía no podemos despegarnos bien de él, todavía seguimos luchando contra esos viejos fantasmas y esas grandes ideas del siglo XX que fracasaron o hicieron fracasar”, explica Rojo.

“La pieza es una constatación de un imposible, de que no hemos sido capaces de llegar a otro lado, a ese lado en el que pensar de otro modo sea posible, donde nazca algo nuevo, donde podamos estar de una manera diferente. La obra, más que sobre cómo puede nacer lo nuevo, indaga en cómo se acaban las cosas, cómo puede ser el final, en si es posible o no un final”, explica a su vez Rojo. A lo que Hernando replica, “pero no es una rendición, la obra es una sospecha, sospechamos de lo que hemos estado haciendo en el teatro, de nuestros finales a veces demasiado naifs, y de ciertos relatos de lo nuevo y ciertas palabras que están de moda. En la obra, nos preguntamos por qué seguimos repitiendo esas palabras como si fueran una fórmula, un abracadabra que fuese a traer lo nuevo”, explica el dramaturgo refiriéndose a las alusiones en el texto a pensadores de la izquierda ecologista como Donna Haraway, Bruno Latour, Mark Fisher o Ursula K. Le Guin.

El problema de la esperanza

Al preguntarles a ambos por el riesgo de caer por el precipicio de la melancolía, se revuelven, “luchamos por no caer ahí, en esa melancolía de izquierda de la que habla Fisher, por no caer en lo que podríamos haber sido si cierta contracultura de los 60 y 70 hubiera podido desarrollarse, de qué hubiera pasado si hubiéramos evitado el neoliberalismo, o de lo que podía haber sido el 15M. Sospechamos de cómo se construyeron esos relatos y en la obra lanzamos una pregunta: ¿Cómo podemos sacudirnos ese polvo, cómo podemos acabar con algo del todo, cómo podemos hacer algo nuevo con esas cenizas?”, se pregunta Hernando.

Buscando más rendijas a la esperanza, tanto Rojo como Hernando hablan de ciertos gestos políticos con rasgos poéticos con los que siguen comulgando, donde ven una luz más duradera. Hablan de Anita Sirgo, conocida minera de Mieres y su huelga silenciosa de 1962 en donde fueron fundamentales las mujeres que, en vez de confrontación violenta que sabían iba a ser reprimida duramente, inventaban acciones como llenar todo el camino hasta las minas con maíz para gallinas para así denunciar a los esquiroles. O del dramaturgo Lauro Olmo y la escritora Laura Enciso que ante el desahucio inminente que iban a sufrir en su vivienda del barrio de Pozas decidieron pintar la puerta con la bandera española para que la policía no pudiera derribarla según la ley vigente en ese momento que penaba cualquier ultraje a la enseña nacional.

“Creemos que esas pequeñas resistencias, poéticas, imaginativas y bien políticas pueden ir creando un imaginario. No tienen la fuerza de la acción directa, pero creo son más productivas para ir decantando una idea de futuro posible”, explica Hernando que al mismo tiempo ha creado a través de esas cartas inventadas de inventados oyentes de un programa que no existe, unos pequeños textos oscuros, duros, que asumen el presente y el pasado como fracaso, pero también buscan un gesto por el que escapar. La última carta de la obra donde una supuesta oyente convoca un ejercito de burros para rebuznar da buena cuenta de esto mismo.

El viacrucis de ser hoy una compañía de teatro

Los Bárbaros cumple diez años, pero ha decidido parar. En los últimos tres años ha levantado tres obras. Con la primera, Obra inacabada, hizo los tres bolos contratados por el Teatro de la Abadía. Ni uno más. Con la segunda, Obra infinita, al ser producida por el Centro Dramático Nacional no pudo hacer más funciones, no era de su propiedad y el centro decidió no hacer gira. Con esta tercera, estrenada en Conde Duque la semana pasada, todavía no tiene ningún bolo contratado.

La compañía es consciente de ser hija de su tiempo, de haber nacido en 2014, justo cuando la red de teatros que facilitaba las giras colapsó ante la crisis económica. Los tiempos han cambiado, las compañías ya no son preponderantes, reinan las distribuidoras. Un panorama duro, que los limita, pero ante el que prefieren responder con mesura: “No vamos a levantar la voz, a protestar, también hemos tenido suerte de poder estrenar en teatros como La Abadía, el CDN y Conde Duque, que sabemos están muy solicitados ―explica Hernando― nosotros hacemos nuestro trabajo, luego hemos llamado a distribuidores y productores, les hemos mandado el material, si no hay respuesta no vamos a dar el coñazo, cada uno es responsable de lo que tiene que hacer”, explica midiendo cada palabra.

Sin embargo, Rojo es más contundente. “Está más quemado porque se ha ocupado más de este tema”, explica Hernando. “Ahora predominan mucho más las distribuidoras con su cartera artistas, y si no formas partes de los paquetes que estas ofrecen a los técnicos de cultura pues no existes, no vendes. Bueno, podrías vender si entre tus actores hay alguien muy conocido, famoso, pero no es el caso”, explica Rojo.

“Ahora vamos a parar, no me veo haciendo una obra cada año, me quedarán 30 años de profesión y cuando pienso en hacer 30 obras, pues no me apetece, la verdad. Podemos hacer otras cosas en la compañía, quedar a comer, hablar, pensar, y no estar todos enfocados como locos ante el nuevo estreno”, añade Rojo.

Al final, Hernando verbaliza esta definición de Los Bárbaros: “Trabajar en compañía es trabajar en una especie de vecindario, un bloque donde viven personas diferentes, pero todas ayudan y todas se saben escuchar, comparten un vocabulario común y se saben poner en crisis pero con cariño. El trabajo en compañía, que cada vez se está perdiendo más, es una de las cosas más bonitas que tiene el teatro. Como colectivo hemos conseguido generar ese pequeño vecindario, esa es nuestra victoria y tenemos que cuidarla”.

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