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Cambio climático y monte descuidado acercan a Galicia a los “letales” incendios de sexta generación

Incendio en Mondariz

Miguel Pardo

Galicia y Portugal afrontan la “llegada de la tipología de incendios de sexta generación”. El país vecino ha sufrido ya episodios de este tipo en tan sólo cuatro meses de 2017, un “serio aviso” a “tener en cuenta” para un área, el noroeste peninsular y atlántico, en serio riesgo y que está ya “entrando de lleno en una dinámica propia de zonas de grandes incendios, entre la tercera y la cuarta generación”.

Así de contundentes son las advertencias del informe Cooperación Tranfronteiriza en la prevención y extinción de incendios forestales en el Eixo Atlántico, elaborado por la entidad de la Eurorregión Galicia-Norte de Portugal. En él, se recoge la necesaria creación de una Unidad Central Coordinadora de las Emergencias, con mando sobre todas las fuerzas que combaten los incendios, y la cooperación entre diferentes administraciones y agentes a ambos lados de la raia.

Esta cooperación debería “desarrollar iniciativas que permitan enfrentar, en las mejores condiciones, la amenaza constituida por los grandes fuegos forestales, normalmente asociados a condiciones meteorológicas extremas y de difícil control en la emergencia”. Porque el informe incide en las advertencias ya expresadas por diferentes comisiones de expertos y organismos, sobre todo tras la tragedia de junio, especialmente en Pedrógão Grande, y de octubre del pasado año en territorio gallego y luso.

Es un aviso del “tipo de incendio que viene” precisamente en esa zona geográfica que abarca Galicia y la parte más septentrional de Portugal, sobre todo la zona transfronteriza. Este territorio comparte unas “características biogeográficas comunes”, fuertes “similitudes en sus áreas rurales y respectivos sectores forestales” y unas condiciones climáticas que, unidas al influjo del calentamiento global, lo hacen propicio para la proliferación de estos agresivos y peligrosos fuegos. Se le añade a esto la “fragmentación de la propiedad” y los “cambios socioeconómicos y demográficos” que están generando un proceso de abandono de las actividades tradicionales y de despoblación y la acumulación continua de combustible. La dispersión y la enorme proporción de ese “tejido urbano discontinuo” hacen aún más compleja la situación.

Así, recuerda el informe, fue esta área el primer lugar en Europa donde se evidenció este tipo de incendio de sexta generación. “Es muy relevante que fuera en el atlántico peninsular húmedo y no en el mediterráneo seco”, destaca el documento, que apunta “el papel de la rápida acumulación de combustible fino, hasta suponer elevadas cargas”. Esa enorme carga es “propiciada por el abandono de las actividades rurales, principalmente agricultura, ganadería y gestión forestal”, a lo que se le une el cambio climático, que “favorece con temporadas de riesgo más largas y fenómenos de calor y sequía más prolongados una mayor y más rápida acumulación” de ese combustible.

La situación es tal que Galicia, sobre todo el sur, está asentando esos episodios de incendios de tercera y cuarta generación. Son aquellos influidos por esta carga de combustible continua en los montes, con frentes más intensos que generan incendios convectivos, con ambiente de fuego y focos secundarios masivos -de especial gravedad en áreas de poblamiento disperso- y en los que falla el ataque directo y la prevención con cortafuegos. Además, las llamas se propagan en la interfaz urbano-forestal y la situación se agrava: “Ya no tenemos un problema de montes sino una emergencia de protección civil; las prioridades se ven dominadas por la defensa y se pierde la iniciativa”.

“Esta situación tensiona mucho la capacidad de respuesta de los equipos de defensa contra incendios, que tienen que adoptar estrategias defensivas, con la consecuencia nefasta que implica dejar de atacar el frente, una circunstancia que fue relevante y crítica segundo los distintos análisis de los incendios sufridos en 2017 tanto en Portugal como en Galicia”, inciden los tres redactores del documento, tres ingenieros forestales y grandes expertos sobre el tema en la Península: Juan Picos, coordinador y director de la Escuela de Ingeniería Forestal de Pontevedra; Marc Castellnou, inspector jefe de área forestal de la Generalitat de Catalunya; y Antonio Salgueiro, coordinador técnico del Grupo de Análisis y Uso del Fuego y del Grupo de Especialistas de Fuego Controlado de la Autoridad Florestal Nacional portuguesa.

Si las consecuencias ya fueron graves en Portugal con este tipo de incendios -más de un centenar de muertos y cientos de miles de hectáreas ardidas- y en Galicia en aquella ola de octubre -cuatro muertos y casi 50.000 hectáreas arrasadas-, ¿puede temerse aún algo peor? La respuesta es clara: sí. “Hay que alertar que durante el episodio sufrido entre el 14 y el 16 de octubre por la fachada atlántica, desde Portugal hasta Cantabria, se pudo haber evolucionado a una situación compleja de incendios de quinta generación en Galicia o Asturias, tal y como ocurió en Portugal”, advierten tras señalar que en Pedrógão Grande ya se había vivido en junio “el primer incendio calificable de sexta generación en Europa, repitiendo la situación en octubre”. “Es un serio aviso que hay que tener en cuenta: se ha pasado de no tener este tipo de fuegos a tener los dos mayores de Europa en el mismo año y en la misma zona”.

De hecho, la enorme nube de convección generada por los graves focos del centro del territorio luso hicieron de barrera: crearon “una sombra” en el norte de Portugal que amainó y hizo rolar los vientos y “explica la no formación de mayores incendios” en terreno gallego, tal y como destacaba el informe de expertos impulsado por la Assembleia de la República Portuguesa.

Además, se alerta de un “hecho grave: cada vez necesitamos condiciones menos adversas para tener estos grandes incendios”. Y se repara en el hecho de que el peor incendio de la historia de Europa, el de junio en Portugal, no se da ni tan siquiera en condiciones de “riesgo extremo”, sino en las de “muy elevado”, lo que “claramente confirma la teoría del combustible y que el cambio climático la está acelerando”.

Esas zonas, como Galicia, con inviernos húmedos y temperados, son aquellas “donde el cambio climático está sumando más enteros en la evolución del problema” porque es ahí “donde se acumula de manera más rápida y constante a carga de combustible a base de ecosistemas no acostumbrados la situaciones de aridez extrema y larga como las vividas en primavera y verano de 2017”. La dispersión de la población, el abandono rural, la fragmentación de la propiedad en la tierra, los descuidos y la falta de una política forestal y de prevención idóneas hacen la combinación perfecta.

14.000 hectáreas a la hora

¿A qué amenaza nos enfrentamos con estos incendios de sexta generación? Son aquellos que consiguen crear grandes cantidades de energía que es liberada de pronto al colapsar esa columna convectiva, ese movimiento vertical que experimenta el aire con grandes temperaturas. Estos fuegos consiguen, así, aceleraciones puntuales que aumentan “entre 6 y 12 veces la velocidad de propagación esperable”. Al ocurrir esto en focos de tamaño considerable, el incremento de la velocidad de propagación en todo una frente extenso genera progresiones superiores a las 4.000 hectáreas por hora. Como ejemplo, en los graves incendios de Chile en enero de 2017 esta fue de 8.000 hectáreas a la hora. En los de Portugal de octubre de 2017 llegaron a mantener las 14.000 hectáreas por hora. “Esto los convierte en incendios letales para la población, los servicios de defensa contra incendios, las infraestructuras y los intereses de la sociedad en general”, dice el informe.

Son incendios basados en la generación de una tormenta de fuego, producida cuando la columna convectiva que generan evoluciona al denominado Pirocúmulonimbo y genera vientos de más de 100 km/h y erráticos que conducen las llamas. La intensidad y peligrosidad es tal que, como recuerda el informe, las rachas de viento provocadas por esa tormenta de fuego en Portugal superaron en velocidad por mucho a las del paso más intenso del huracán Ophelia.

El informe es claro cuando asegura que este “nuevo tipo de incendio” supone también “un nuevo estándar para los grandes incendios en Europa y en el eje atlántico”, lo que implica no sólo “replantear la extinción o la prevención”, sino que “obliga a integrar una política de incendios mirando la este tipo de incendios en concreto, que aunque en el conjunto de fuegos anuales suponga una proporción baja, suponen daños catastróficos, tanto para el paisaje como para la economía de un país y la vida de sus ciudadanos”.

“Sin olvidar la decisiva influencia del cambio climático, estos fenómenos son una consecuencia directa de la manera como se ha ido desgestionando el paisaje y como se ha gestionado la emergencia de los incendios forestales sobre ella”, concluyen.

Por eso, insisten en “readaptar la respuesta y las políticas de gestión del problema”, tanto en lo que tiene que ver con el monte como de protección de la sociedad y como organización de los dispositivos. “Hay que evitar caer en explicaciones sencillas y soluciones superficiales; el problema es suficientemente grave y está evolucionando rápidamente”, dicen los expertos, por lo que “no es posible seguir manteniendo una mera respuesta reactiva a la lumbre separada de la planificacion de la respuesta, la gestión y la planificación del paisaje o la comunicación y educación social”.

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