“El trastorno de la conducta alimentaria fue una cárcel para mí, ahora me siento libre”

"El trastorno de la conducta alimentaria fue una cárcel para mí, ahora me siento libre"

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Su nombre es Diego, tiene 28 y, ahora, se siente libre y feliz. Su infierno, como él mismo lo ha calificado, comenzó demasiado pronto. En el instituto recuerda que fue víctima de bullyng. “Yo era una persona muy sensible y sentimental y se metían con mi físico, no llevaba bien esos insultos, no lo pasé bien”. Pasó el tiempo, acabó el instituto y comenzó su particular calavario. “Decidí estudiar un grado superior en una ciuidad diferente a la mía, vivía en una residencia, fue entonces cuando comenzó mi infierno”. Una fecha, diciembre de 2013. “Esas navidades comencé a sentirme mal, sobre todo cuando bebía leche, así comenzaron los vómitos porque este tipo de enfermedades, las del trastorno de la conducta alimentaria (TCA), también suelen provocar intolerancias a algunos alimentos”.

Una “enfermedad secreta” que vivió en soledad

Un infierno en el que vivió en la más absoluta soledad durante siente años. Los vómitos eran cada vez más habituales llegando incluso a vomitar entre 20 y 25 veces al día. “Comía demasiado, quizás por la ansiedad, y lo que comía, lo vomitaba inmediatamente”. Durante estos siete años recuerda que se sentía “culpable, vacío y solo, sin más compañía que la propia enfermedad”. Siete años durante los que ocultó su enfermedad a familiares y amigos por esa misma sensación de culpabilidad. Pero llega un momento en el que algo cambia en la vida de Diego. “No puedo más, necesito ayuda, es esto o pasa algo más que no quiero”. Y fue así, como en plena pandemia, Diego decidió pedir ayuda. Lo primero, contarlo a su círculo más cercano, familiares y amigos, de los que recibió un respuesta que le está ayudadno a recuperar la libertad plena. “Estamos contigo, creemos en tí”. Para Diego, el apoyo de los suyos está siendo fundamental. “Ahora estoy mejor, poco a poco me estoy sintiendo más fuerte, no sé cuánto tiempo me costará acabar definitivamente con este bicho, pero lo haré porque ya estoy viendo la luz al final del túnel”. Y es que Diego lo tiene claro, “de los TCA se sale, no son enfermedades crónicas”.

Mucha fuerza de voluntad, el apoyo de los suyos y Dani, Daniel, el psicólogo de ACAB La Rioja, una figura clave con la que está recorriendo este camino y le está ayudando a recuperar la libertad arrebata por el TCA.

Llevo dos o tres años con él y me está ayudando mucho, me da consejos, me ayuda a organizar mis rutinas y a escribir mis pensamientos”. Los enfermos de trastornos de conducata alimentaria, cuenta, “solemos tener pensamientos irracionales de ahí que nuestros comportamientos también lo sean. Y escribir mis pensamientos me ayuda a ser más racional, a pensar qué es lo que quiero y no quiero”.

Terapias individuales que se complementan con otras grupales en las que Diego y sus compañeros “nos ayudamos, nos contamos cómo nos sentimos, nos escuchamos... llevo tres años con ellos y los siento como si fueran de la familia”.

Tres años después de pedir ayuda y contar lo que le estaba ocurriendo, Diego ya es capaz de disfrutar con la comida. “Vuelvo a salir a cenar por ahí con mis amigos, con mi familia, como lo que me apetece y disfruto con la comida, me lo paso bien”. Echando la vista atrás, Diego reconoce, “no he vivido mi adolescencia ni mis 20 años porque no era yo, estaba encarcelado y no me sentía libre”. Tampoco pudo disfrutar de sus años universitarios, “me lo pasé muy bien, pero me sentía encarcelado, no era yo mismo. No puedo cambiar el pasado, pero sí el presente y el futuro”. Y en eso está centrando sus esfuerzos ahora mismo porque, en un futuro se imagina “saliendo de esta enfermedad y viviendo libre completamente.

Ahora mismo demasiados chicos y chicas se sentirán como Diego hace años. “Hablad, contad lo que os está ocurriendo, no sintáis vergüenza, ni miedo, ni que estáis solos, pedid ayuda, las puertas de ACAB están abiertas y hay personas incréibles dispuestas a ayudar”. Y mucho más en estos momentos en los que las redes sociales juegan en contra.Los casos de TCA están aumentando, el bullyng, por ejemplo, ya no se padece únicamente en el instituto sino 24/7 por las redes sociales, nos bombardean con cuerpos perfectos, imágenes retocadas... desde bien pequeños nos están inculcando la importancia de la perfección”. La Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) sitúa la prevalencia de estos trastornos en España entre un 4,1% y un 6,4% de las mujeres de entre 12 y 21 años y en un 0,3% de los hombres y la edad media está en los 12 años. En un protocolo de la Asociación Española de Psiquiatría Infanto-Juvenil, fechado en 2008, la edad media entonces rondaba los 17 años.

También se pone en la piel de esos padres y madres que se sienten culpables por no haber detectado antes la enfermedad. “Les diría lo mismo que le diría a mis padres, no os sintáis culpables”, aunque también les recomienda estar atentos a cualquier cambio. “Cuando veáis que vuestro hijo o hija no come, o come mucho y va después al baño, o hace deporte de forma excesiva, más allá de los saludable, pensad que algo quizás no va bien, buscad información, buscad ayuda y, sobre todo, apoyad a vuestros hijos e hijas. Estamos contigo, creemos en ti, es lo que me dijeron los míos”.

La confianza y apoyo del entorno más cercano es clave para acabar con “este bicho”, pero también lo es la labor de los profesionales a los que le reconoce su trabajo a pesar de la falta de efectivos. Y es que en TCA y salud mental Diego reclama más profesionales médicos además de profesionales de la psicología en la Seguridad Social. “La primera psicóloga que me atendió era privada, pude pagarla con la ayuda de mis padres”. La ciudad en la que vive tiene más de 25.000 habitantes y critica que, en la sanidad pública, sólo haya un psicólogo y dos psiquiatras.

A sus 28 años, Diego se siente fuerte e ilusionado. Fortaleza que ha demostrado también con este testimonio con el que Diego quiere visibilizar esta enfermedad secreta” a la que está plantando cara y ganando la batalla porque ya va recuperando la libertad para “hacer lo que quiero”.

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