Respuestas y consejos. Por la psicóloga Mónica Manrique. Lee todos sus artículos en este enlace
Cómo detectar signos de trauma en niños, niñas y adolescentes
La pandemia de coronavirus y sus consecuencias no solo comprometen nuestra salud física. También afectan a nuestra salud mental, particularmente la de las personas más vulnerables, entre las que se encuentran los niños, niñas y adolescentes“. Este es el primer párrafo de un informe de UNICEF España que tiene como objetivo garantizar el derecho a la salud mental de los niños, niñas y adolescentes.
Según expertos en Psiquiatría y Psicología Clínica de la Infancia y de la Adolescencia, uno de cada cuatro niños/as que han sufrido aislamiento por COVID-19 presenta síntomas depresivos y/o de ansiedad. Pero lo que más me llama la atención es que hay expertos que señalan que los niveles de estrés postraumático son cuatro veces mayores en los niños/as que han pasado por una cuarentena y que estos episodios pueden llegar a darse hasta tres años después.
Cuando hablamos del Trastorno de estrés postraumático nos puede venir a la cabeza un veterano de guerra que no se ha sobrepuesto de las atrocidades que ha visto o que ha llevado a cabo en el campo de batalla, pero por cada soldado en primera línea hay diez niños/as en peligro en su propio hogar. Como nos cuenta Bessel Van Der Kolk, D.M. en su esclarecedor libro El cuerpo lleva la cuenta: cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma: “Esto es especialmente trágico, porque para un niño que está creciendo es muy duro recuperarse cuando la fuente de terror y de dolor no es el enemigo, sino sus propios cuidadores.”
Maggie Kline y Peter A. Levinen en su libro El trauma visto por los niños nos aclaran que “El trauma sucede cuando cualquier experiencia nos pasa de manera completamente imprevista; nos abruma y nos deja alterados y desconectados de nuestros cuerpos. Cualquier mecanismo de afrontamiento que podamos haber tenido se debilita y nos sentimos completamente indefensos y sin esperanza. Es como si nos dejaran sin estabilidad. El trauma es la antítesis del empoderamiento.”
Bessel Van Der Kolk, D.M. se vale de los nuevos avances en neurociencia cuando afirma que “El trauma produce verdaderos cambios fisiológicos lo que explica por qué las personas traumatizadas desarrollan una hipervigilancia ante las amenazas, a costa de la espontaneidad en su vida diaria. También nos ayudan a entender por qué la gente traumatizada suele sufrir repetidamente los mismos problemas y por qué le cuesta tanto aprende de la experiencia. Sabemos que su comportamiento no es resultado de ningún defecto moral, ni de una falta de fuerza de voluntad, ni de su mal carácter: es causado por unos cambios reales en el cerebro.”
Muchas veces pensamos que las criaturas no se enteran o que tienen capacidad para recuperarse de todo, pero no es cierto. Cuanto menos edad, menos recursos para hacer frente a un hecho traumático y más nimio puede ser este hecho para dejar una huella en el cerebro de un niño o niña y afectar a su desarrollo posterior.
Los bebés se regulan y equilibran en contacto con un adulto, no son capaces de hacerlo por sí mismos. Para ayudar a un niño/a a resolver un trauma, debe haber un adulto disponible y presente con el que se sienta seguro/a. Poco a poco su autonomía va creciendo y pueden hacer frente a retos y peligros cada vez mayores.
Estamos en una situación sin precedentes y no se pueden hacer predicciones sobre el impacto a corto, medio y largo plazo de la pandemia en la salud mental de niños, niñas y adolescentes.
No se trata de patologizar las respuestas emocionales, puesto que estamos en unas circunstancias extraordinarias, pero sí debemos estar muy atentas/os a los/as niños/as y adolescentes de nuestro entorno. Preocupan especialmente quienes están en una situación socioeconómica desfavorecida, tienen problemas de salud mental previo, viven con quienes abusan sexual y/o físicamente de ellos/as y quienes son testigos de violencia de género.
Sin pretender sustituir a los/as profesionales de la salud mental, el personal docente, sanitarios, madres y padres, trabajadores/as sociales... pueden ayudar a las criaturas a recuperarse de pequeños traumas. ¿Cuáles son las pistas que nos pueden poner en alerta?
El listado de síntomas puede parecer muy dispar e incluso contradictorio, pero todo encaja en las tres posibles respuestas de nuestro cerebro más primitivo ante un peligro o amenaza: luchar, huir o quedarnos paralizados. Son reacciones normales que nos salvan la vida pero cuando no somos capaces de volver al equilibrio es cuando surgen los problemas y cuando necesitamos que nos ayuden a regularnos desde fuera, sobre todo cuando somos niños/as o adolescentes.
Bebés y niños/as pequeños/as
Juego repetitivo que representa algún aspecto del suceso traumático, cambios en el sueño, pesadillas recurrentes, niveles de actividad alterados, respuestas emocionales exageradas (miedo y enfado), preocupación y ansiedad, miedo a la oscuridad (monstruos y fantasmas), quejas somáticas como dolores de barriga o cabeza, “digestiones sensibles”, diarrea y estreñimiento, regresión a un nivel de desarrollo más temprano que puede hacerle sentir más seguro (chuparse el dedo, incontinencia nocturna, pedir pecho o biberón, hablar como un bebé...), bloquearse e inhibirse (ausentarse), letargo y fatiga que puede confundirse con pereza, hiperactividad, alejarse del juego o de las personas, tener la mirada vacía. Bombardeo de preguntas interminable. Son reacciones normales ante situaciones estresantes pero es importante prestarle atención y ayudarles a recuperar la calma.
Primaria
Revivir el evento traumático, perturbaciones en el sueño, quejas somáticas, comportamiento voluble caracterizado por nuevos miedos y agresividad. Preocupación, piensan en lo peor que puede pasar. A veces se confunde con “fobia escolar”, TDAH, depresión o trastorno de conducta. También, como los más pequeños recrean detalles del hecho traumático en el juego. Contar la historia que sucedió una y otra vez. Sentimientos de culpa o vergüenza puesto que piensan que si hubieran actuado de otra manera “lo terrible” no hubiera ocurrido (separación, muerte y divorcio). Creación de “presagios” y pensamiento mágico relacionado con el hecho traumático. Se sienten asustados por sus propios sentimientos de dolor. Pueden temer por primera vez por su seguridad y futuro. Hiperactivación e hipervigilancia. El bloqueo y la disociación se puede observar como falta de atención, fatiga o “soñar despierto”.
Adolescencia
Cambios abruptos en las relaciones, como un desinterés repentino en sus personas afines. Volverse indiferente y aislarse socialmente. Cambios radicales de notas, actitudes o apariencia. Cambios repentinos de comportamiento. Cambios repentinos de humor, especialmente ansiedad, depresión y pensamiento suicida. Dependencia de alcohol y drogas. Desinterés repentino por las aficiones y deportes favoritos. Irritabilidad, enfado y deseos de venganza. Promiscuidad sexual.
Siento dejarlo aquí, pero prometo compartir con vosotras y vosotros los primeros auxilios emocionales que proponen Maggie Kline y Peter A. Levinen en su libro El trauma visto por los niños en el siguiente artículo.
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