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Una inmobiliaria expulsa a La Popular y detiene el corazón musical de Chamberí: 20 despidos y 400 alumnos sin escuela

Fachada de la Escuela Popular de Música y Danza, en Chamberí, a pocos metros de la plaza de Olavide.

Guillermo Hormigo

Escuela Popular de Música y Danza, Chamberí, Madrid —
18 de junio de 2024 22:15 h

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Dos mujeres músicas, ambas saxofonistas, necesitaban cambiar algunos aspectos de su vida profesional, como las continuas giras y conciertos, en un momento en el que tanto una como la otra acababan de ser madres. Nydia Molina y Patricia Monasterio decidieron volcar su amor por la música en un proyecto “arriesgado”, con el que sufrieron “unos cuantos años perdiendo dinero”. Un reto difícil, pero atractivo: la creación de un centro de enseñanza de música. Surgía así, en 1996 y en el corazón de Chamberí, la Escuela Popular de Música y Danza de Madrid. Una historia de esfuerzos, sacrificios y lazos humanos, de hacer barrio a través de la cultura y cultura a través del barrio. Una trayectoria que está a punto de llegar a su fin de forma repentina a causa de la especulación inmobiliaria.

Situada en el número 22 de la calle Trafalgar, a un costado de la plaza de Olavide, se trata de un histórico local con protección parcial reconocida por la Comunidad de Madrid desde 1997. La propia fachada del centro ya transmite que se trata de un lugar especial. Los colores y dibujos decorativos, con motivos musicales, irradian creatividad, festividad y alegría. Una forma de captar visualmente las sensaciones auditivas que aparecen nada más atravesar la puerta, con los sonidos de todo tipo de instrumentos mezclándose entre los pasillos de sus dos plantas. Un paisaje sonoro que está a poco días de desaparecer, después de que el pasado 30 de abril Nydia y Patricia recibieran un mensaje de la propiedad del inmueble en el que les obligan a marcharse antes del 1 de julio de 2024.

“Con dos meses de distancia y después de una relación con desavenencias y falta de sensibilidad, la casera envió un burofax anunciando el desalojo de todo el edificio para su venta. Parece que se trata una vez más de la compra de un fondo buitre para posible alquiler de pisos turísticos”, comunican desde esta escuela conocida como La Popular. “Pusimos todo de nuestra parte para que hubiese al menos un intento de negociación, pero ha sido imposible”, lamentan. Aunque las clases acaban a finales de mes hasta septiembre, cada julio organizan un campamento urbano en el que “los niños toman la escuela como si fuera su campo de juego”. Este año, sin embargo, parece abocado a la cancelación. Y el futuro más allá es aún más incierto.

En el bloque, propiedad de Promociones Algara Gómez S.L. (aunque la compañía ha deslizado a las afectadas que estudia vender el piso a otra entidad), varios residentes se han ido marchando forzosamente conforme la sociedad inmobiliaria no les renovaba el contrato. Pese a esto y a que ya han visto movimientos extraños, entradas y salidas de gente que les hacen intuir que el edificio está auspiciando alojamientos turísticos o temporales, Patricia asegura que el burofax les pilló completamente desprevenidas e incluso incrédulas: “No nos lo esperábamos, ni nos lo podíamos creer. Es un drama, nos pasamos el día llorando”.

Desde Promociones Algara Gómez incluso han tratado de evitar cualquier contacto o coordinación entre las directoras y los dos residentes de renta antigua que quedan en el número 22 de la calle Trafalgar, según Patricia: “Hablé del tema con la vecina y me llamaron para decirme que por qué hacía eso, que le estaba metiendo miedo. Encima de expulsarnos tienen el descaro de tratarnos así”. Ya han buscado asesoría con el Sindicato de Inquilinas e Inquilinos de Madrid.

Relata que en La Popular están al corriente de pago de todas las mensualidades y no son precisamente bajas, ya que abonan casi 4.000 euros de alquiler. Han soportado “subidas continuas, desproporcionadas e injustificadas”, y las habrían seguido asumiendo, pero la propiedad se niega a cualquier negociación o a venderles el inmueble. Solo aceptan que se vayan, aunque eso suponga 20 despidos entre personal docente, de gestión o limpieza y dejar tirados a casi 400 alumnos, la mayoría de ellos chamberileros.

“La decisión afecta a trabajadores, pero también a la pedagogía musical, la cultura, la escuela y el barrio. Priva de empleo y de la continuación del aprendizaje a muchos alumnos”, critican desde la dirección. La Escuela Popular lleva 28 años ofreciendo de forma ininterrumpida talleres, clases o seminarios. “Ha alojado además a grandes artistas, brindando al barrio de Chamberí una opción y un valor cultural continuos”, apostillan.

La decisión afecta a trabajadores, pero también a la pedagogía musical, la cultura, la escuela y el barrio. Priva de empleo y de la continuación del aprendizaje a muchos alumnos

A La Popular acuden desde peques de apenas un año, cuyos padres desean que se entretengan y desarrollen habilidades de diverso tipo gracias a la pedagogía musical, hasta personas mayores a las que las actividades musicales les ayudan a distraerse, mantener la menta activa y demostrar que el arte no entiende de edades. También hay clases musicales particulares, de doblaje o teatro musical; ceden sus instalaciones para ensayos; organizan conciertos y cuentan con dos coros o su particular big band. Hasta han editado sus propios discos infantiles para iniciación en el jazz.

Por no hablar de sus colaboraciones con dos colegios públicos cercanos, el Vázquez de Mella y el Isabel la Católica, así como con con distintas salas o centros culturales e incluso el propio Ayuntamiento de Madrid. Con todo ello, dicen, fomentan la aparición de bandas y grupos musicales jóvenes a los que apoyan con formación, material, lugares de reunión y sobre todo con mucha confianza.

La relación de eventos organizados por La Popular o acogidos en sus instalaciones, habitualmente en colaboración con otras instituciones, es casi infinita. Por ellos han pasado figuras imprescindibles del jazz como los pianista Chano Domínguez y Larry Willis, los saxofonista Sonny Fortune y Perico Sambeat, el trompetista Jerry González o la cantante Deborah Davis. También de la fusión con el flamenco, caso del músico Jorge Pardo. Todo ello sin dejar de lado la apuesta por la danza, con cursos especializados dedicados a disciplinas como la danza hindú, impartido por la coreógrafa de Sri Lanka Sharmini Tharmaratnam. La misma tarde en la que Somos Madrid visita las instalaciones, disfruta también de ellas la pianista Lucía Rey, antigua alumna.

“Hemos hecho mucha vida social y cultural en el barrio. La gente nos tiene como un referente”, dice Nydia. Cuentan que cuando plantearon estas cuestiones a la persona de Promociones Algara Gómez con la que mantienen contacto, su respuesta fue taxativa: “Nos dijo que ella no tiene por qué hacer ninguna labor social”. También han planteado a la propiedad que venda el inmueble sin expulsarlas, y ellas negociarán con los nuevos dueños. La contestación fue que “si se vende vacío pagan más”.

Hemos estado mirando precios y en Chamberí todo está por los nubes, no podemos asumirlo. Irnos a otra zona no tendría sentido, prácticamente todos nuestros alumnos son de aquí. No queremos perder ese tejido ni sabemos si seríamos capaces de volver a crearlo en otro sitio con todo el gasto y esfuerzo que supondría trasladarnos

Además de por la enorme inversión que supondría dar con un nuevo enclave, reformarlo e insonorizarlo o dotarlo del material necesario, es por el apego al barrio que Nydia y Patricia no se imaginan ni se plantean La Popular en otro edificio. “Hemos estado mirando precios y en Chamberí todo está por los nubes, no podemos asumirlo. Irnos a otra zona no tendría sentido, prácticamente todos nuestros alumnos son de aquí. No queremos perder ese tejido ni sabemos si seríamos capaces de volver a crearlo en otro sitio con todo el gasto y esfuerzo que supondría trasladarnos”, explica Nydia. “Encima es que no somos solo nosotras, está todo el centro de Madrid así”, remata.

“Ahora nos vemos en la tesitura de tener que marcharnos con todo lo que ello implica y cerrar de un día para otro todo un proyecto y una realidad”, dicen. Piden al menos un año de moratoria a Promociones Algara Gómez, de forma que puedan desarrollar un curso completo mientras preparan una alternativa que les ayude a organizarse personalmente, gestionar el futuro de la plantilla y plantear diferentes opciones al alumnado. A dos semanas de la clausura amenazante de aquel fatídico burofax, Nydia y Patricia todavía no han comunicado la noticia a estudiantes y a sus familias: “No nos atrevemos y todavía puede haber un milagro”.

Mientras desde La Popular denuncian la situación e intentan buscar una solución que se antoja una quimera, el material de la escuela (pianos, baterías, contrabajos, amplificadores, atriles, sillas, mesas, partituras o puertas) se ha puesto a la venta para aquellas personas interesadas. “Informaremos de un concierto de clausura para darle a la escuela un final como se merece”, anuncian con pesar ante este “triste final”. 

Un lugar hecho a sí mismo

Cuando Nydia y Patricia alquilaron por primera vez el inmueble en 1996 tomaron el testigo de una antigua droguería. De ella heredaron el nombre, ya que la tienda ya se llamaba La Popular. Pero cambiaron radicalmente el espacio con una inversión completamente personal, a través de varios préstamos, en la que no colaboró la propiedad. “Hasta pasado el año 2000 no generamos suficiente para tener un sueldo para nosotras mismas. Desde entonces hemos superado la crisis económica y la de la pandemia. Da rabia que ahora sea esto lo que pueda con nosotras a nuestro pesar y pese a las ganas de continuar”, protesta Nydia. “Jubilarnos haciendo este proyecto precioso era nuestra ilusión”, añade su compañera.

Fueron ellas quienes asumieron la rehabilitación por entero de la planta que ocupaba la antigua droguería y acondicionaron el sótano para que acogiera más aulas y distintas instalaciones, después de una ardua reforma. Convirtieron la trampilla que comunicaba ambas estancias en una escalera y colocaron un sorprendente puente suspendido en el aire que conecta el acceso a la escuela con las salas situadas al fondo de la planta superior.

“Hicimos todo eso con nuestros hijos alrededor, que tenían un añito. Y que ahora, por cierto, también son músicos y quizá hubieran podido continuar con esto”, comenta Patricia visiblemente emocionada. De fondo, los balbuceos de otros bebés se acoplan al sonido de un piano. Un ruido que parecía eterno y que ahora está a punto de convertirse en el silencio más descorazonador.

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