Dueños de pisos turísticos protestan en Madrid contra Almeida junto a sus empleadas y admiten no tener licencias
“Mejor pregúntale a esa mujer de ahí, que nosotras trabajamos para ella”. La mujer de ahí es Eloísa, cofundadora de una empresa que gestiona varias viviendas de uso turístico (VUT) en Madrid. “Sobre todo en el centro”, dice, sin llegar a concretar cuántas administra. Sí precisa que una de ellas es de su propiedad.
Eloísa atiende a Somos Madrid en la protesta que Madrid Aloja, asociación de gestores de alquileres vacacionales en la capital, convocó el pasado miércoles frente a la Puerta de Sol. Tres días después de que miles de personas tomaran las calles para reivindicar una legislación que garantice el acceso a la vivienda, la entidad quiere pedir a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que “ponga sentido común”.
Así lo cuenta su presidente, Adolfo Merás, que acusa a José Luis Martínez-Almeida de “un cambio de criterio que nadie entiende” por su anuncio de prohibir nuevas licencias o aumentar las inspecciones y las multas mientras el Ayuntamiento prepara una nueva regulación de estos arrendamientos temporales. “Sí regulación, no prohibición” es precisamente una de las consignas de los participantes, que en sus pancartas exhiben otros mensajes como “tourists welcome!!” o “más vivienda social, no somos el problema”. Reclaman volver a la situación previa, sin apenas sanciones ni controles, porque “así nos lo prometió Almeida, que siempre culpaba de las trabas que nos ponían a los de Ciudadanos”, afirma Merás.
“Están creando una lucha artificial entre inquilinos y pequeños propietarios mientras el alcalde cambia las normas para beneficiar a sus amigos y a las grandes empresas”, considera Manuela. Acude junto a su marido Ángel a la pequeña manifestación, que apenas llega al centenar de personas pese a la participación de las plantillas de limpieza, recepción o marketing de algunos de estos alojamientos.
“Creamos riqueza”
Este matrimonio sostiene en cambio que posee solo una VUT y ellos mismos se encargan de todas las labores. Son el prototipo que Madrid Aloja quiere ilustrar: apostaron por este tipo de alojamiento ya en 2006, lo dieron de alta en la Comunidad de Madrid aunque carezcan de la licencia que requiere el Gobierno municipal, dicen que la tramitarían si el Consistorio no hubiera anunciado que suspende su concesión y no se plantean volver al alquiler de larga duración “porque la nueva Ley de Vivienda te deja desprotegido”. Luego precisan que sufrieron un episodio de “inquiocupación” previo a la aprobación de la nueva norma, aunque el arrendatario se acabó marchando por voluntad propia.
No todos los perfiles se amoldan, eso sí, a uno de los gritos más habituales de la concentración: “No somos delincuentes, somos familias”. De hecho, mientras corean la frase un hombre enfundado en un chaleco sin mangas bromea con un colega: “Sí, sí, tenemos dos pisitos”, dice entre risas. El perfil más corporativo, como el de Eloísa, alude a otro tipo de motivos para su indignación: “Damos trabajo y creamos riqueza. Me da mucha pena ver cómo somos un país que no defiende a su gente emprendedora, en el que se pierde ese potencial. Es una lástima que no se promueva el autoempleo. En este sector ha salido mucho ingenio y muchos servicios variopintos de gente joven a través de sus startups”.
La empresaria alude además a que las sanciones afectan especialmente a aquellos que “cumplieron con el reglamento previo” porque “persiguen a quienes dieron sus pisos de alta en el registro de la Comunidad de Madrid”. Según Adolfo Merás, “Almeida no sale a cazar a la jungla, sino que se carga a los animales que están en el zoo”.
Eloísa ejemplifica esta queja aludiendo a “un conocido” que alquila su VUT sin declarar impuestos, sin apuntarla en el registro autonómico e incluso utilizando una dirección personal falsa para eludir cualquier control. “Es una pena que quines hacen las cosas así se vayan a librar de las multas y las tengamos que afrontar todos los que hemos cumplido con lo que nos pedían antes de que llegase este cambio tan injusto de las reglas del juego”, dice.
Ahora el alcalde dice que no quiere viviendas turísticas salvo en edificios completos que se dediquen a eso. ¿Dónde nos deja eso a los pequeños propietarios? Es una forma de beneficiar a sus amiguetes, a los grandes tenedores, al pez grande que como siempre se come al pequeño
Grandes tenedores y pequeños propietarios comparten una serie de argumentos. Merás asegura que “se pone la lupa en estas viviendas turísticas, que son unas 16.000 en Madrid [17.500 según la plataforma Inside Airbnb], cuando tenemos más de 300.000 viviendas vacías”. Achaca además el problema habitacional a que la demanda de vivienda crece exponencialmente “si estamos queriendo ser un país que recibe gente con total libertad y sin limitaciones”, en alusión a la inmigración.
La crítica a Almeida tiene en cambio un punto cercano a esa lucha de clases o del David contra Goliat en la que no creen quienes deslegitiman los movimientos por el acceso a la vivienda. “El alcalde nos ha traicionado. Ahora dice que no quiere viviendas turísticas salvo en edificios completos dedicados a eso. ¿Dónde nos deja eso a los pequeños propietarios? Es una forma de beneficiar a sus amiguetes, a los grandes tenedores, al pez grande que como siempre se come al pequeño”, lamentan Ángel y Manuela. Merás opina que la convivencia vecinal, una de las justificaciones del Ejecutivo municipal para apostar por bloques turísticos, no es un problema en la mayoría de pisos temporales: “Hacemos controles y seguimientos muy rigurosos”.
Eloísa, Adolfo, Ángel y Manuela muestran una enorme convicción en sus postulados, pero la falta de costumbre de los manifestantes en este tipo de acciones se deja notar. Una de las proclamas más repetidas es “Almeida, Ayuso, estamos en la lucha”. No rima, para que fuera al menos asonante deberían intercambiar el orden de los apellidos. Son precisamente las trabajadoras de compañías del sector, migrantes como esos de los que hablaba Adolfo Merás, quienes protestan con más efusividad. Quienes hacen más ruido con sus aplausos y sus gritos. Y sin perder la sonrisa, cuchicheando entre ellas lo que no se atreven a contar con una grabadora delante.
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