Oda a los escalones de Ribera de Curtidores: cuando un simple lugar donde posar el trasero crea comunidad
En 1932 el arquitecto Javier Ferrero diseñó dos escalinatas junto al edificio de la Escuela Mayor de Danza de Madrid (antigua Tenencia de Alcaldía de La Inclusa, inaugurada en 1935) como instrumentos para salvar el desnivel del terreno existente entre la plaza General Vara del Rey y la empinada calle de Ribera de Curtidores. A la más cercana a la calle de las Amazonas le adosó un talud de tierra que, pasados los años, alguien tuvo la feliz idea de convertir en unos escalones, terrazas -entendidas estas como espacios de terreno llano- o gradas que se han convertido en unos elementos clásicos de la zona de El Rastro en torno a los cuales se crea comunidad, sirviendo de punto de encuentro para vecinos y visitantes sin más gracia ni atractivo, al menos en apariencia, que el de ser uno de los pocos lugares de este área de alto tránsito donde poderse sentar a la hora que sea, presentando distintos tipos de usuarios según el momento del día.
No hay nada verde alrededor, ni sombras, sólo piedra donde posar el trasero y, sin embargo, los escalones funcionan como espacio público a las mil maravillas. Algo más al norte, la plaza de Cascorro está repleta de sillas de hostelería (191 en total) pero sólo cuenta con un banco de madera y un pequeño asiento de piedra alrededor a una farola. En toda Ribera de Curtidores no hay más sitios donde hacer un alto en el camino.
En cualquier caso, detenerse en los citados escalones es otra cosa: su anchura da pie a que un par de personas, al menos, se sienten enfrentadas, en posición de tertulia, o a que uno pueda recostarse contra los peldaños superiores de estas gradas y ver qué pasa ante sus ojos. Bien es cierto que por la altura de las terrazas es la gente joven la que más uso hace de ellos pero el poyete que los remata, paralelo a la calle de Las Amazonas, sirve también de banco corrido a los vecinos más mayores.
Rara vez están vacíos estos escalones, que alcanzan su máximo de ocupación los domingos soleados en los que hay Rastro y que en las noches de los fines de semana de buen tiempo, especialmente, ofrecen el más que interesante espectáculo del roneo entre los miembros más jóvenes de la comunidad gitana que habita la zona, bajo la cercana presencia de sus mayores, que toman el fresco en vecindad.
Desde su humildad, desprovista de artificio alguno, estos escalones de Ribera de Curtidores -cuya fecha exacta de aparición no se conoce pero que Juan Luis Roldán, quien prepara libro sobre el Rastro para la próxima primavera, sitúa en la década de los 70 del pasado siglo- merecerían una oda de las de verdad en cuyos versos no faltaran términos como juventud, vecindad, comunidad, encuentro, Movida, música, cultura, barrio, ciudad, litronas, punk, muñidores...
También desde su humildad, desprovista de artificio alguno, estos escalones merecerían más atención por parte de los mandatarios municipales: son un ejemplo de éxito en el que un diseño simple puede hacer que un lugar destinado al mero tránsito se transforme en un espacio versátil, con vida propia.
Un anfiteatro en el Rastro
“Madrid es una ciudad llena de pendientes y un desnivel bien resuelto, que tenga en cuenta la accesibilidad, es una oportunidad”, indica la arquitecta Clara Eslava, socia de Eslava y Tejada Arquitectos, firma ganadora del lote 3 de Bosque Metropolitano y responsable, entre otros muchos proyectos, de la última remodelación de la calle Serrano.
Sobre los escalones de Ribera de Curtidores, Eslava destaca su disposición en forma de anfiteatro, lo cual no sólo convierte este espacio en un “lugar de relación social” sino que le da una “dimensión teatral”, con unas gradas desde las que se observa el espectáculo de lo que pasa calle arriba y abajo en la principal vía de El Rastro.
Para la arquitecta, apostar por la creación de espacios como el que nos ocupa “no es una decisión políticamente neutral” y en barrios densos, con pugnas por el uso del suelo de la ciudad, resultan “fundamentales”.
“Representan la idea de lo público sin consumo, de la gratuidad, de la socialización y de cómo se favorecen comportamientos autónomos al diseñar un lugar más informal que un banco, espacios que generan otras cosas”.
“Estos espacios, y el de Ribera de Curtidores es un claro ejemplo de ello, también crean identidad y dan valor a la zona en la que se sitúan. Son puntos de encuentro que favorecen una sociedad menos deshumanizada. Cuántas veces no habremos oído decir aquello de Quedamos en las escaleras del Rastro”.
¿Desde cuándo están estos escalones ahí? “Desde siempre”, responden varias personas menores de 50 años preguntadas por Somos Lavapiés. Otras, de entre 50 y 70 años, no lo tienen claro, concediéndoles con su imprecisión, sin embargo, la importancia identitaria de la que habla Eslava. Un vecino octogenario nacido en Ribera de Curtidores sí que coincide con Juan Luis Roldán en que su aparición fue a principios de los años 70 porque “antes ahí había un trozo de tierra donde de chavales jugábamos al pincho”. En los 80, la memoria del escritor Montero Glez sitúa allí el sitio de reunión de los aficionados madrileños al punk. Desde entonces jóvenes de distintas épocas acumulan horas de conversaciones y de cerveza en ellos y quien no haya hecho alguna vez una parada técnica en este lugar será porque no ha deambulado demasiado por la zona.
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