Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Enrique Herreros, de niño de la Plaza del Dos de Mayo a rey de la Gran Vía

Enrique Herreros en un fotograma del documental Enrique Herreros: cuando Hollywood estaba en la Gran Vía

Luis de la Cruz

0

Enrique García-Herreros (en lo sucesivo sin García, como él decidió) nació en el número 12 de la calle de San Andrés. Según contaba en una entrevista recogida en el documental de Javier Rioyo Enrique Herreros, cuando Hollywood estaba en la Gran Vía, fue en el último piso del edificio porque la suya era una familia modesta, a lo que añadía que en la buhardilla, aún más arriba, había otra todavía más pobre. El hijo de dicha familia manifestó un día, deseando salir de la situación de hambruna por la que pasaban, el deseo de que les tocara en la lotería “dos pesetas o dos duros”, a lo que el padre respondió: “¡Imbécil!, hasta para eso eres pobre, para pedir”. Sea o no cierta la anécdota, recoge bien el costumbrismo humorístico español, antes y después de la guerra, que cultivarán Herreros y sus compañeros de generación.

El dibujante vivió también con sus padres en la glorieta de Ruiz Giménez (San Bernardo, 87) y, posteriormente, en la chamberilera calle de Alburquerque, en cuyo número 8 hay una placa que lo recuerda. En el mismo distrito hay también unos jardines que llevan su nombre, a la altura de Canal.

Herreros es uno de esos artistas totales cuya vida social, en ocasiones, ha eclipsado su talento artístico. Estudió arquitectura e ingeniería industrial pero ejerció de todo menos de ello: dirigió cine (y participó como actor en distintas películas), fue un pionero de la publicidad, pintor, ilustrador, cultivador de la técnica del collage, cartelista, humorista, montañero...y, seguramente, falte alguna línea en la enumeración.

Su vida fue un ir y venir desde el extremo del bullicio de la vida social más jaranera al de la soledad de la montaña. Practicó montañismo desde los años veinte y tiene en su haber diferentes hitos deportivos, como haber abierto vías en la sierra madrileña (hay una Senda Herreros en Siete Picos) o ser uno de los primeros en subir al Naranjo de Bulnes y pasar allí la noche. Hoy hay un museo con su nombre en Carreña de Cabrales, a los pies de las montañas donde, como veremos, dejó su vida.

Durante la República trabajó en Filmófono, donde se convirtió en el pionero de la publicidad en España, diseñaba los carteles, actuaba y dirigía películas, hecho que se prolongó después de la guerra. Como director, podemos nombrar el documental 1941: Un mundo olvidado, La Pedriza, y como actor, por ejemplo, La vida en un hilo (Edgar Neville) o Cinco lobitos (Ladislao Vadja). En publicidad hizo anuncios durante la segunda mitad de los años 20 para Harley Davidson o General Motors.

Como humorista gráfico empezó en las revistas sicalípticas de los 20 (Cosquillas o Miss) y, sobre todo, en Buen Humor, donde entró en contacto con Mihura, Enrique Jardiel Poncela o Gómez de la Serna y, a través de ellos, con Edgar NevilleTono. Herreros perteneció a esa generación, entre las vanguardias y el humor popular, que José López Rubio bautizó como la otra generación del 27.

Herreros también fue pintor. Nunca dejó de ser pintor de estudio. Pionero del collage en nuestro país y cultivador de las técnicas artísticas más adelantadas de cada momento, expuso su obra en decenas de ocasiones.

Aunque en el documental de Rioyo se recogen diversos testimonios de personas tildando políticamente a Herreros de progresista, involucrado con la República, apolítico o como un señor vagamente de derechas, lo cierto es que, al menos durante la guerra, sus inclinaciones eran más bien claras. Tras una detención por el soplo de un compañero montañero, salió a Francia en medio de la guerra para volver a entrar a España a zona nacional.

Herreros participó durante la guerra en la revista de humor La Ametralladora, publicada por la Delegación de Prensa y Propaganda franquista, donde compartió trinchera (durante los primeros números se llamó de hecho así: La Trinchera) con Edgar Neville, Miguel Mihura, Álvaro de Laiglesia, Carlos BechTono. En opinión de Guillermina Rollo-Villanova, que ha escrito sobre el personaje, “Herreros comenzaba a reírse de las viejas costumbres y a acercarse más a las izquierdas que a las derechas. Sin embargo la Guerra Civil trastocó el destino y el camino de Herreros como de tantos otros españoles”. Finalizada la guerra y afiliado a Falange, participó en la organización de las Centurias de Montañeros del Frente de Juventudes.

Tras la guerra, de la semilla de La Ametralladora germinó La Codorniz, revista para la que hizo 2.303 dibujos y 807 portadas. La publicación acompañó el humor absurdo propio de sus impulsores con ramalazos críticos y requiebros a la censura que no se hubieran tolerado a un grupo de señores perdedores de la guerra (a no ser que navegaran en barco ajeno, como fue el caso de un joven Miguel Gila). Con colaboradores como Fernández Flores o Chumi Chúmez, la publicación se mantuvo hasta 1978.

El citado documental sobre su vida se centra ampliamente en su relación con la Gran Vía durante la segunda mitad del siglo XX y tras los años más duros de la posguerra; la gran calle que no dormía, donde estaban los cines, los cafés, se paseaban los artistas de Hollywood y de cuya vida social Herreros era cicerone. Cabe destacar que Herreros fue el descubridor de artistas de éxito como Sara Montiel o Nati Mistral y organizador de los estrenos más lujosos de aquel Madrid frívolo, en el que algunos vencedores de la guerra podían permitirse no hablar de política y hasta compadrear con los perdedores.

Para hacerse una idea del dominio escénico con que Herreros afrontaba la vida y su trabajo podemos atender a una anécdota que cuenta Rollo-Villanova. Al parecer, uno de los trucos publicitarios que practicaba era “organizar apoteósicos estrenos con fans enloquecidos y entusiastas que arramplaban con todo lo que se les ponía por delante para llegar a la actriz, por supuesto estos eran extras contratados y aleccionados para romper lunas o lo que fuera tras previo acuerdo con el local del evento y con los gastos pagados de antemano por la productora”.

Durante los últimos años de su vida, Herreros alternó el bullicio madrileño con estancias en Potes, donde se reencuentra con la soledad, el lienzo y la montaña. El mes de agosto de 1977 su Range Rover se despeñó camino del Naranjo de Bulnes, poniendo fin a una vida con vivencias de sobra para rellenar varias biografías.

Etiquetas
stats