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Valeria Correa Fiz: 'Madrid es una ciudad anfetamínica, aunque ahora con la pandemia se note menos'

Valeria Correa Fiz

Somos Madrid / José David Jimeno

1 de febrero de 2022 16:24 h

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 Valeria Correa Fiz presenta este jueves 3 de febrero su nuevo y esperado libro de relatos en Cervantes y Cía (Calle Pez, 27) junto con la escritora Aroa Moreno y el editor Juan Casamayor (Páginas de Espuma). Regresa a la narrativa con Hubo un jardín (Páginas de Espuma, 2022) después de publicar su primer libro La condición animal (Páginas de Espuma, 2016), seleccionado para el IV Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez y finalista del Premio Setenil 2017, y tras publicar en ese largo intervalo dos poemarios: El invierno a deshoras (Hiperión, 2017), que recibió el premio Claudio Rodríguez, y Museo de pérdidas (Ediciones La Palma, 2020).  

 Hubo un jardín es una colección compuesta por siete relatos en el que nos volvemos a encontrar su literatura marcada por la dicotomía del dolor y el deseo. Tras ese sintagma elegante y formal, Valeria esconde entre sus textos un interés por lo oculto, lo secreto y por el deseo de desvelar ese enigma como la fuerza gravitatoria de la propia existencia. Sus personajes se encuentran en el paso anterior a la madurez, donde lo que ocurre está a punto desentrañar un destino que les dejará mancillados en aquello que se supone que era la inocencia de partida si  es que alguna vez eso personajes fueron inocentes.  

 Valeria, ¡Buenos días! Han pasado cinco años desde La condición animal, dos poemarios, una pandemia un montón de talleres, Madrid es para ti una ciudad más cercana. Presentaste en Cervantes y Compañía La condición animal y repites para Hubo un jardín. ¿Qué ha cambiado de esa Valeria que apenas casi acababa de desembarcar en Madrid y la Valeria de ahora una urbanita cuasimadrileña que recorre los cafés siempre acompañada de un libro?  

 A nivel personal, muchísimas cosas. Me siento muy cómoda en Madrid. Es una ciudad a mi medida, una ciudad anfetamínica, aunque ahora con la pandemia se note menos. Además, este es un momento personal de mucha alegría. Un nuevo libro es para mí el fruto combinado de la libertad y el deseo. Hubo un jardín llega después de un trabajo meticuloso y obsesivo con la escritura.

 Empecemos por el principio de Hubo un jardín. En este libro hay muchos personajes adolescentes, ¿Crees que la infancia es realmente un estado de inocencia?   

 No necesariamente, aunque en general suele serlo respecto de las etapas sucesivas de la vida. En el caso de Hubo un jardín, trabajé mucho con la idea de culpa y memoria. La culpa es un sentimiento muy occidental del que difícilmente podemos desprendernos por la tradición judeocristiana en la que hemos sido educados: Adán (o Eva) es la personalización universalizadora del hombre en la caída y en la pérdida; Adán somos todos.

 Es verdad que en este libro hay gran presencia de la adolescencia. Casi todas las historias de Hubo un jardín están contadas desde un presente marcado por la culpa y hacia atrás, hacia un recuerdo del pasado lo suficientemente oscuro y grave como para que no pueda ser eliminado de la memoria.

 En este libro Valeria hay un interés muy marcado por los escenarios, describes lugares que son personajes en sí. Esto puede verse en La Celestial, El invernadero de Eiffel y sobre todo en Hotel Edén, lugares llenos de potencia, apartados y que atraen a los personajes para mirar y a la vez para marcar su destino. ¿Qué nos puedes decir?

 Quise trabajar el espacio (simbólicamente aunado bajo la figura del jardín en el título: territorio racional de orden y cuidados donde la naturaleza es dirigida y el azar, abolido; sitio fronterizo entre lo salvaje y la cultura, planificado por el hombre; y también, Jardín del Edén: la posibilidad perdida de una vida en condición de beatitud y un estado de perfección al que el hombre trata desesperadamente de regresar) como un personaje más y exhibir cómo ciertas conductas humanas lo corrompen o hacen de él, un lugar propicio para la tragedia.

 Hay un relato que imagino como un corto escuchando a Charlie Parker en ese bar ruidoso mientras la populosa ciudad acompaña con sus ruidos una historia de amor y un testigo insospechado que solo mira deseando que nada cambie. Se trata de Así en tu cuerpo como en el mío. ¿En la mirada siempre hay deseo? ¿Se puede vivir sin deseo?

 No creo que en la mirada se manifieste siempre el deseo. He colocado un acento voluntario en el modo de mirar de mis personajes. A menudo se suele decir que vemos solo lo que miramos; somos, por semejanza u oposición, aquello que nos detenemos a observar y aquello que eludimos de nuestra vista. Nuestra visión es fragmentaria y sesgada y, por lo tanto, también nuestro conocimiento de la verdad. Algo de todo este pensamiento, espero, está narrado a través de las vivencias de mis personajes.

 Y en relación con la segunda pregunta, no sé si se puede vivir sin deseo. Creo que no. Lo cierto es que yo no podría.

 En Un amor imaginario, una inmigrante argentina en Madrid que pone inyecciones a domicilio y juega a ser la Celestina de sus pacientes se encuentra con una historia de malentendidos. Creo que este es un relato que nos habla del bien y de la bondad de la gente. ¿Crees que el bien se sostiene aun en la mentira?

 Como la protagonista de ese cuento, yo también me hago esa pregunta. Y al igual que ella, no tengo una respuesta absoluta.

 Y llegamos al cuento final Donde mueren las perras, vaya título. Es tu relato más político. Está concebido para hacer pensar y para golpear. ¿Cómo se te ocurrió este relato?

 El relato tiene un aspecto de no ficción, que es el tema del suicidio de los animales. Y, aunque nunca sé muy bien de dónde vienen mis ideas, podría decir que toda su trama tiene que ver con mis reflexiones en torno a los secretos: eso que callamos y nuestras omisiones nos definen casi tanto como nuestras acciones. Supongo que todos somos, antes o después, el secreto de alguien.

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