Una mañana en el Hospital del Juguete de Madrid antes del cierre: milagros, resurrecciones y mucho trabajo
Mar llega al Hospital del Juguete con tres tesoros de su infancia. “Le traigo unas muñecas a ver si las resucita. Eran de mi madre, que las guardaba como oro en paño”. Se la nota preocupada: sabe que este lugar está a punto de cerrar sus puertas y, cuando lo haga, quizá nadie podrá reparar estas reliquias de su niñez. Antonio Martínez Rivas la atiende con la cabeza a mil cosas pero sin bajar el ritmo, y eso que a sus 70 años podría haberse retirado hace ya un tiempo. Los encargos se acumulan y las llamadas al fijo resuenan sin que ya se plantee si quiera atenderlas.
Aunque ya no acepta nuevas peticiones, es incapaz de decirle que no a Mar. En cuanto el trajín se lo permite, Antonio despliega toda su sabiduría. Reconoce al instante que uno de los muñecos es Juanín, el hermano de la icónica Mariquita Pérez. De hecho, le enseña a Mar un ejemplar a la venta, uno de los miles de juguetes que ahora tendrán que buscar un nuevo refugio ante la jubilación de este particular médico, que no ha conseguido encontrar ningún cirujano para sucederle.
Un hospital con mucha vida
El Hospital del Juguete se ha convertido más bien en un museo. Es uno de los establecimientos más especiales del barrio de Pacífico, del distrito de Retiro y de todo Madrid. Un lugar incomparable donde ver el proceso de reparación o restauración en curso de juguetes y el utillaje que se emplea en ello, además de una colección repleta de joyas por descubrir.
Detrás del mostrador que atiende Antonio, al fondo de un almacén de trastos, una presencia va moviéndose de un lado a otro. Este coleccionista rebusca las mejores joyas de un sitio en el que abundan. Pese a que el bullicio va aumentando a lo largo de la mañana, se dedica a lo suyo completamente abstraído, con mucha concentración. No nos atiende, pero eso dice mucho sobre la pasión con que se toma su tarea. Estaba cuando llegamos, se queda cuando nos vamos. Un auténtico arqueólogo del juguete.
No es el único curioso. Al poco de marcharse, Mar llega un señor acompañado de tres mujeres. Le comenta a Antonio que les gustaría darse una vuelta por el Hospital, “cotillear un poquito”. Él les dice que sin problema, aunque “está todo revuelto”. Pasan el mostrador y se adentran en el almacén. Les deja a su aire mientras sigue arreglando una figura de porcelana del Niño Jesús. Y todavía es capaz de responder algunas preguntas.
A sus 70 años, ha padecido tres cánceres. Primero superó uno de colon. Luego le diagnosticaron uno de peritoneo y recientemente, uno de pulmón. Sin embargo, estas semanas trabaja a pleno rendimiento. Abre de lunes a viernes de 8.30 a 14.30, pero su jornada laboral se va a largar mucho más allá. “Hoy me quedo hasta las nueve de la noche”, dice. Pero la edad no pasa en balde. “Cada año que pasa el suelo está más bajo”, comenta con sorna después de agacharse a recoger una factura del suelo.
Contesta a “las mismas preguntas que hacéis siempre”, bromea (aunque es una de esas personas que bromea con seriedad). Que si desde hace tiempo el cliente es básicamente adulto o incluso anciano y por tanto más que jugar busca preservar. Que si los niños de hoy en día se entretienen de otra manera. Que si los juguetes de ahora son de mala calidad, así que cuando se estropean casi nadie se preocupa en repararlos.
Cuando le planteamos cuál ha sido el mayor reto de su trayectoria, sí que tiene que pensarse unos segundos la respuesta. Hay que tener en cuenta que Antonio lleva toda una vida dedicado a esto, casi seis décadas. En 1945 sus padres comenzaron a fabricar juguetes y para 1952, cuando aterrizó el plástico, los Martínez Rivas se pasaron de la creación al arreglo. “Se asustaron de meterse con máquinas de plástico y empezaron con el servicio técnico”, recuerda este doctor de lo inanimado.
Pocos años después ya se dedicaba profesional e íntegramente a ello junto a sus padres. En 2007 trasladó el negocio de su ubicación original, cerca de la Dehesa de la Villa, a la calle Granada. Pese a haberse integrado perfectamente en el barrio de Pacífico, del que se ha convertido en un comercio emblemático, el contrato del local vence el 31 de diciembre. Dado su estado de salud, Antonio decidió que aunque lo suyo es vocación había llegado el momento de parar.
Habíamos dejado al cirujano dándole vueltas al mayor desafío de su trayectoria. Finalmente le viene uno a la mente. Quizá porque tiene un Niño Jesús entre manos, recuerda otro, en este caso de cera. Era un juguete de cuerda con un problema en el mecanismo, debido al cual no paraba de moverse. Lo trajeron unas monjas directamente del convento, por lo que la operación se convirtió en un asunto divino. Todo salió bien, milagrosamente.
Juguetes en peligro de extinción
“Para arreglarle los mecanismos había que cortar en el interior, fue una cosa muy delicada. Los autómatas antiguos en general lo son”, dice. Explica que estas tareas se han complicado todavía más con la progresiva caída de la industria del juguete. Piezas que antes podían conseguir fácilmente ahora deben elaborarlas en el propio taller.
Cuando ya nos estamos despidiendo, porque quitarle más tiempo a un hombre con tanto trabajo se siente un crimen, aparece otra clienta. En este caso, viene a recoger un pedido. No es otro que el Niño Jesús con el que Antonio lleva enfrascado toda la mañana, cuidando los últimos detalles. Además de la figura, ha arreglado y repintado la cestita de madera en la que depositarlo. La mujer queda completamente fascinada con el resultado: “Casi casi está como nuevo”. El remate final es una tela que el doctor coloca bajo la figurita a modo de manta. La operación ha sido todo un éxito.
Entonces, la clienta empieza a interesarse por algunos de los productos a la venta en la entrada de la tienda: unas figuras de James Bond, unos juguetes artesanales de origen checo y ¡hasta la propia Mariquita Pérez! Finalmente, se lleva una caja de aviones en miniatura y un juego de pequeños tiestos. “A mi nuera le encantan estas cosas”, comenta con desparpajo.
Antonio lamenta que gran parte de lo que no consigan vender de aquí al cierre acabará en la basura: “Las ONGs quieren los productos en perfecto estado, casi sin abrir, sobre todo a raíz de la pandemia”. En los últimos meses se han visto obligados a tirar más de 50 cajas por una cuestión de espacio.
Entre este sábado 3 de diciembre y el martes 6 cualquier interesado pueda pasarse por el Hospital del Juguete para hacerse con alguna de sus reliquias, o simplemente despedirse. Una ocasión ideal para encontrar, por ejemplo, un original regalo navideño. El comercio no cerrará sus puertas hasta el 31 de diciembre y continuará vinculado al mundo del juguete como organizador de mercadillos como el de Ibi, junto al Museo del Juguete Valenciano, o exposiciones de juguetes periódicas. Pero es el fin de una era.
Será el punto y final de este centro de operaciones, siempre rebosante de juguetes hasta el último resquicio. Objetos inanimados repletos de historias muy humanas que ahora buscan un nuevo acomodo para no acabar en la basura. Pero estos pacientes, por mucho que encuentren otro hogar, echarán siempre de menos su hospital y su doctor.
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