La fiesta nocturna no acaba a la una en el 'Madrid de la libertad': ruta por los botellones y el ruido de la desescalada
“Lo sentimos, en Centro y Chamberí no damos abasto”. Lo dice al otro lado del teléfono una de las operadoras que atiende en el número de la Policía Municipal de Madrid. Son las dos de la madrugada y las llamadas por ruidos se multiplican. Tanto que las conferencias se quedan más de diez minutos en tono de espera hasta que contesta alguien. Los bares y restaurantes llevan una hora cerrados y miles de jóvenes buscan continuar la fiesta por las calles de Madrid, mientras los vecinos de estas zonas se desvelan por el ruido nocturno.
Aunque los botellones y las molestias por las juergas a deshoras habían comenzado antes, el final del estado de alarma marcó el inicio de las fiestas generalizadas en las calles para unos y las noches de insomnio para otros. La madrugada del 8 al 9 de mayo los botellones tomaron la ciudad y desde entonces se repiten cada fin de semana e incluso se extienden a las noches de los miércoles y jueves. Solo la lluvia ha conseguido pararlos por completo alguna noche, mientras los intentos policiales de desbaratarlos solo los van llevando de un sitio a otro hasta bien entrada la madrugada.
La fiesta alternativa en el Madrid de la libertad comienza sobre la 1.00. Esa es la hora obligada para el cierre de toda la hostelería, aunque algunos locales son más remolones que otros. Justo a en punto el camarero de una terraza de la glorieta de Bilbao invita a sus clientes a marcharse, aunque estos no parecen tener prisa por apurar sus copas y aguantarán todavía un rato más. Muchos bares van cerrando pero la ausencia generalizada de policía controlando los horarios deja en la voluntad de cada hostelero la posibilidad de arañar algunos minutos o incluso algo más para el turno de noche, según casos puntuales comprobados por este periódico.
Cerrados la mayoría de los bares, entran en danza los lateros y las tiendas de alimentación. Llevan despachando cerveza a un euro desde hace un rato, pero ahora están en hora punta: muchos clientes compran una mientras valoran si pueden alargar su noche de fiesta con algún plan alternativo. Las tiendas de conveniencia, que hasta hace poco abrían de tapadillo, pueden operar ya sin ningún problema, gracias a que la Comunidad de Madrid les permite permanecer abiertas las 24 horas del día desde el pasado 31 de mayo. Dos de ellas despachan alcohol en la calle San Andrés, en Malasaña, junto a la plaza del Dos de Mayo. Aunque sobre el papel solo pueden vender bebidas espirituosas hasta las 22.00 horas, todo el barrio sabe que se pueden sacar botellas de vodka o ginebra a cualquier hora. Para más seguridad, dos de los trabajadores de estas tiendas vigilan en las esquinas por si una visita incómoda de la Policía les pudiera fastidiar el negocio.
Los clientes salen con bolsas verdes llenas de bebidas, vasos y hielos y empiezan a buscar un lugar donde plantar su botellón. La Plaza del Dos de Mayo no es un buen sitio: desde hace varias noches, uno o dos coches de la Policía Municipal de Madrid hacen guardia e impiden allí las concentraciones. Hay que encontrar otros lugares alternativos en calles cercanas o, mejor, en otras plazas de la zona donde es más fácil huir si la cosa se complica: San Ildefonso, Comendadoras y, sobre todo, la Plaza del Rastrillo son los puntos donde más se concentran.
Carteles y terrazas
La fiesta no solo se alarga en Malasaña. Es la 1.30 y la calle Ponzano está abarrotada de gente. Muchos están esperando a que un taxi o un VTC les lleve a sus casas o a alguna fiesta clandestina lejos de allí -hay momentos en que la calzada se llena de Ubers y Cabify- pero otros prefieren quedarse a ver qué pasa. Cientos de personas se concentran a esa hora en su primer tramo, armando bastante bulla y aprovechando para esparcirse mejor en los espacios que la hostelería ha ganado sobre la calzada en esta calle para sus terrazas, que ahora ocupan los sitios donde antes se aparcaba.
Toda la estampa sucede en medio de varios carteles cuya temática gira alrededor del ruido. Desde que los hosteleros de la calle decidieran hacer campaña electoral con ellos por la libertad que les prometía Díaz Ayuso, la iconografía ha pasado a cobrar gran relevancia en esta calle de Madrid. Los de los balcones rezan SOS Chamberí y Ruidos NO. Los han puesto los vecinos que hace unas semanas crearon una plataforma para protestar contra el incremento del los decibelios nocturnos en su barrio.
Abajo, los hosteleros han cambiado los carteles en apoyo de la presidenta regional por otros con el siguiente lema: Libertad de los vecinos para descansar. Una campaña firmada por la Asociación de Hosteleros de Ponzano que explica que este local continuará cerrando su terraza a las 0.00 para el descanso vecinal. En realidad el límite no lo fijan ellos sino que lo marcó de forma excepcional el Ayuntamiento de Madrid para todas las terrazas Covid (las concedidas durante la pandemia) dos días después de que lo pidieran varias asociaciones vecinales de Chamberí. Sin embargo, la intención no siempre se convierte en realidad y junto a estas palabras decenas de personas siguen de fiesta sin intención aparente de marcharse y de respetar ninguna otra libertad más allá de la suya propia.
Chamberí es el distrito con más terrazas Covid de todo Madrid: hasta mayo había 195 locales autorizados más y casi 900 mesas, la mayoría de ellas sobre la calzada. Y muchas se concentran en Ponzano, una calle donde los hosteleros no podían colocar veladores hasta que llegó la pandemia, lo que ha aumentado su ya abundante clientela. Incluso están abriendo más bares, a pesar de la amenaza de que el Ayuntamiento establezca una ZPAE para intentar frenar el ruido.
Pese a la hora, algunos de los que alargan la fiesta en la calle sujetan copas de origen incierto, otros latas de cerveza -son los menos, esto no es Malasaña- mientras buscan lugares donde estar más cómodos. Seis de ellos se han quedado de charla en el portal del número 39, otros acompañan a los trabajadores de algunos locales cercanos y aprovechan para tomar algo mientras recogen las mesas y sillas. Hay una fiesta en un primero donde suena Pastora Soler y abajo, en medio de dos coches, uno de los que se resiste a marcharse vomita parte del alcohol ingerido. Son las 2.00 de la madrugada.
El jolgorio en Chamberí no está a esa hora solo en Ponzano. Un paseo nocturno por las calles aledañas sirve para descubrir numerosas fiestas en pisos y algún que otro grupo alegrando la noche, como el que ameniza la madrugada de la calle Santísima Trinidad megáfono en mano. “Chicas, intentad convencer al dueño del bar que abra”, dicen por el altavoz a un grupo de cuatro jóvenes que se marchan poco convencidas del éxito de su demanda. Las mascarillas apenas se utilizan en este tramo de la noche y es raro encontrar grupos en el que todos la lleven puesta. Lo normal es lo contrario.
De vuelta a Malasaña, la labor de los cuatro policías que estaban en el Dos de Mayo ha ido haciendo efecto y sus pacientes multas -van grupo por grupo, sancionando a los que beben alcohol en la calle- ha despejado el entorno a su paso. Hace dos fines de semana pusieron 1.069 denuncias en toda la ciudad, récord en la serie histórica de la capital. Una charla informal con los agentes confirma que lo que se está viviendo estos días en este céntrico barrio de Madrid no había sucedido antes.
Los de la Plaza del Rastrillo se resisten con música a todo volumen, guitarra y cajón flamenco. Ha habido noches en las que superaban de largo el centenar de personas, aunque este fin de semana hay menos y la presencia policial los disuade fácilmente. Algunos se marchan vandalizando cubos de basura, portales y retrovisores de coches en su huida.
Otros buscan dónde alargar la noche un poquito más, acarreando sus bolsas de plástico verdes llenas de botellas. Intentan averiguar vía WhatsApp cuál es el mejor sitio al que acudir. Uno habla por teléfono con una amiga que busca consejo: “Mira, me acaban de multar. Aquí ya no se puede estar, al único sitio al que podemos ir ahora es al Parque de Conde Duque”. En esa zona verde de Malasaña, junto al centro cultural, quedan los últimos de la noche: unas 50 personas sentadas en sus bancos o metiéndose en las zonas infantiles -algo que también sucedió de madrugada en Malasaña o en Olavide- aunque pronto llegarán refuerzos: por la calle Palma, otro medio centenar de jóvenes se dirigen con sus botellas al punto de encuentro.
La hostelería pedirá esta semana atrasar el cierre del ocio nocturno hasta las 3.00 de la madrugada, horario del que ya disfruta el sector en otras comunidades autónomas con menor incidencia del coronavirus. ¿Servirá para evitar los botellones en la calle, los retrasará o incluso los amplificará? De momento, la desescalada hostelera solo ha servido para aumentar las protestas vecinales por el ruido. En Retiro, donde este tipo de quejas no eran comunes, este sábado decenas de personas se manifestaron por primera vez contra las nuevas terrazas.
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