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OPINIÓN

Hasta las narices de teles: el rey está en esa pantalla del Metro y Pipi Estrada es un holograma en el dentista de mi barrio

Las pantallas del metro nos recuerdan quién es nuestro jefe de Estado

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Estoy sentado en la estación de Cuatro Caminos esperando que venga el metro. Desde el andén de enfrente me mira el rey. Al parecer, se celebran los diez años de su coronación. Llevo desde niño consiguiendo saltarme el discurso de navidad y ahora me traen la pantalla regia al transporte público.

Después de su hierática majestad, han salido en bucle anuncios de la selección española de fútbol, la nueva temporada de La Casa del Dragón, una ginebra que se anuncia con el reclamo del afterwork modernito, el clásico atrezzo lujoso para un perfume y una franquicia de tacos bajo el reclamo “Madrid, o la amas o te la comes”

Cada cierto tiempo unas obras en el Metro dejan al descubierto viejos anuncios que, como hallazgos arqueológicos, son capaces de contar un momento concreto con los gustos culturales que permeaban en los cines o los estilismos que triunfaban entonces. Los anuncios catódicos de hoy no dejarán rastro, pero también reflejan las miserias y los anhelos de los curritos que, cada día, cogen el metro para acudir al trabajo.

Cuentos de príncipes y princesas con la bandera nacional, comunión deportiva teñida de los mismos colores, alcohol para después del trabajo, comida rápida de eslogan ayusista, una serie para quedarse dormido en el sofá y soñar estar entre gente guapa vestida como para alternar en Montecarlo.

Entre la panoplia de destellos visuales, se deslizaba durante unos segundos una planilla sosa con la programación de un teatro. Programación cultural, la misma coartada con que colaron los pantallones de la plaza de Callao, nuestro particular aprendiz de Times Square que, casualidad o no, ha servido de caballo de Troya para que nuestras calles se llenen de pantallas.

Menudo susto un día de vuelta a casa. En la puerta de un dentista de mi barrio hay desde hace años un tío majísimo –el mejor relaciones públicas de acera– que te saluda con afecto, te regala un cepillo de dientes e invita a pasar a que te miren la dentadura gratis. Regresaba a casa de noche, decía, y de repente vi al otro lado del escaparate de la clínica, ya cerrada, al amigo allí encerrado. ¡Era un holograma en tres dimensiones! Ahora, ya me he acostumbrado a que en la misma pantalla aparezcan Pipi Estrada y otros famosetes de programas del corazón, de esos que no te sabes el nombre pero son como de la familia.

Ya no hay comercio sin tele. Si pasas al lado de un tatuador te enseñan la aguja horadando la piel del cliente y en la puerta de un masajista unas manos sobre la piel sudada. Al parecer, la Ordenanza Reguladora de la Publicidad Exterior regula las pantallas LED en establecimientos, pero no entra en las colocadas en los escaparates. Los anuncios de los soportes publicitarios del Ayuntamiento también están impresos en LED y se tornan cegadores cuando, literalmente, uno menos se lo espera. Parece que los de VOX no son los únicos que reniegan de la Agenda 2030 y la transición verde.

Antes de la llegada de las pantallas, el movimiento de las calles lo poníamos nosotros; ahora, con la pantillificación publicitaria, todo se mueve a nuestro alrededor menos los coches atascados en hora punta.

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