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Irún un año después: continúan las devoluciones en caliente y las mafias hacen negocio para ayudar a cruzar a Francia

Dos jóvenes extranjeros pasean a medianoche por Irún tras su llegada a la estación

Iker Rioja Andueza / Miguel M. Ariztegi

Cae la noche en la zona fronteriza de Irún-Hendaya. No hace mucho calor a pesar de ser verano. Ha pasado ya todo un año desde que el muro invisible que separa aquí España de Francia acaparó todos los focos. Las 'devoluciones en caliente' de migrantes africanos que pretendían acceder al Hexágono para reunirse con familiares o proseguir su viaje por Europa, realizadas por la Policía Nacional francesa, eran entonces diarias y abundantes. Estaban a la vista de todos a pesar de ser un punto de libre circulación dentro del espacio de Schengen y España las toleraba. Simplemente son “una disfunción contingente, transitoria, momentánea”, pequeños problemas que se dan “en las mejores relaciones”, ha llegado a decir el ministro Fernando Grande-Marlaska en una reciente visita a la muga. Sin embargo, decenas de jóvenes, sobre todo hombres, se vieron obligados a dormir en el cobertizo para motocicletas del aparcamiento de la estación de Renfe en Irún ante la imposibilidad de eludir los controles franceses. En Euskadi se tuvieron que habilitar albergues.

¿Cómo está la situación doce meses después? En las calles de Irún no se ve el tráfago de 2018, eso es algo evidente. Fuentes policiales y de las ONG que trabajan con extranjeros coinciden en que el tapón en Marruecos, que ha frenado las entradas a España por el Sur, ha reducido también el flujo de migrantes en tránsito que intentan pasar a Francia por esta zona. Sin embargo, sigue habiendo un pequeño goteo diario de personas que ansían 'saltar' este muro. Y sigue habiendo un férreo control fronterizo por parte de la Policía Nacional francesa. Así las cosas, algunas organizaciones han querido hacer negocio del drama humano y operan pequeñas mafias que se lucran intentando pasar -sin ofrecer ninguna garantía de éxito- a los jóvenes que contratan sus servicios, como prueban las fotografías que acompañan este reportaje.

En este verano del 2019, hay patrullas apostadas de continuo en la estación de tren de Hendaya. Así lo explica una taquillera y se puede observar a simple vista por la mañana, por la tarde y por la noche en una terminal histórica que sirvió de escenario de una reunión entre los dictadores Francisco Franco y Adolf Hitler. Las 'kangoos' se ven igualmente en el peaje de Biriatou, con un flujo de tráfico impresionante en verano. Y se revisan los autobuses de línea. En los últimos meses, incluso se han visto patrullas en el pequeño barco turístico que une los puertos de Hondarribia y Hendaya. También hay numerosos agentes de paisano que controlan estas entradas a territorio francés. A pocos metros de la muga del puente de Santiago hay una base policial.

Y, cuando los funcionarios franceses detectan una persona a la que quieren impedir el paso, su forma de proceder es la misma que el año pasado: la retienen, la meten en un vehículo y la sueltan o bien justo en el límite con España o incluso dentro de territorio español. Ha habido capturas en Burdeos, 200 kilómetros más allá de Irún. Los acuerdos hispanofranceses y la normativa de la Unión Europea exigen un procedimiento mucho más cuidado y garantista que todo eso, un proceso que incluye también la comunicación a la Policía Nacional española para gestionar la “readmisión”.

“Presiones” a los policías españoles que se rebelan

Pero la Policía francesa actúa rápido. “A nosotros no nos avisan. Directamente los cogen, les dan un papelito y de vuelta”, cuentan en la Policía Nacional. Francia actúa rápido pero no siempre de manera discreta, porque hay televisiones que ya han grabado a vehículos sin distintivos ocupados por uniformados en suelo español devolviendo migrantes. “Si nosotros hiciéramos eso mismo en el otro lado, se nos caería el pelo”, se sincera un funcionario español destinado en la comarca.

Entre algunos policías de fronteras de España se ha extendido la inquietud y el malestar por cómo se toleran las 'devoluciones en caliente' por parte de las autoridades de este lado. Hay agentes que han pedido el traslado por no estar de acuerdo con una situación que tuvo su origen en los mayores controles implementados en 2015 a partir de los atentados yihadistas de París: “¡Estamos hablando de personas, no de bolsas de basura!”. Otros no han tenido facilidades laborales en materia de horarios y permisos por mostrarse disconformes. “Plantarse tiene consecuencias: hay amenazas con los turnos y presiones”, explican las fuentes consultadas. El sindicato SUP ha levantado la voz “en múltiples ocasiones”, incluso dando entrevistas en medios extranjeros denunciando la situación de Irún-Hendaya. “Pero parece que no hay ganas de ver lo que hay”, se resignan desde el sindicato, recordando la visita de Grande-Marlaska y sus muestras de máxima lealtad hacia Francia.

El negocio de los “pasantes”

Las expulsiones, además, parecen completamente aleatorias y arbitrarias. Un taxista de la zona, francés, explica que en una ocasión se montaron en su coche cuatro personas, dos magrebíes y dos de raza negra. Nada más entrar al vehículo, les asaltó la Policía. Revisada la documentación, se comprobó que todos ellos estaban en la misma situación administrativa. Pero los agentes se llevaron solamente a dos, mientras las magrebíes pudieron seguir su ruta. Otro colega, español, expresa su temor a este tipo de carreras y a las consecuencias de ser detenidos llevando a estos migrantes. El taxista francés tiene muy claro que él no va a ejercer de gendarme y que no va a solicitar a nadie su pasaporte antes de una carrera.

La hemeroteca del último año muestra que varias personas han sido arrestadas por aprovechar la dificultad de cruzar la frontera para hacer de facilitadores y, de paso, lucrarse de manera ilegal. Se ha detenido desde taxistas que actuaban de manera individual hasta organizaciones más estructuradas. Esas pequeñas mafias siguen operativas y, por un precio variable, ofrecen vehículos para transportar a los migrantes de España a Francia. Se habla de 150 euros, de 200 euros y hasta de mucho más, aunque evidentemente no hay tabla de precios.

Cuando cae la noche, la estación de autobuses de Irún incrementa su actividad. A partir de las 22.00 horas, llegan muchos servicios de línea desde Algeciras, Madrid, Galicia o Bilbao. Irungo Harrera Sarea (Red de Acogida de Irún) es una agrupación de voluntarios que espera cada día a los extranjeros que llegan en los autocares para acompañarles a los servicios de acogida oficiales y ofrecerles a la mañana siguiente asesoramiento. Lo llamativo es que muchos de ellos rehúsan esa ayuda y recurren a otras personas que les esperan en las calles cercanas a la parada, sin mucho tráfico ni movimiento por la noche.

En la zona los llaman “pasantes”. Uno de estos facilitadores espera la llegada de los autobuses consultando a la vez sus dos móviles. Al verse observado por los periodistas se oculta a la vista. De un autocar se bajan tres personas extranjeras, dos jóvenes subsaharianos y un marroquí que habla perfecto castellano al proceder de Jaén. Rechazan deliberadamente la ayuda de los voluntarios y salen por su cuenta al encuentro de su intermediario. A los pocos minutos, después de dar alguna vuelta de más para evitar (sin éxito) la fotografía, han desparecido de la zona.

Un Dacia a toda velocidad

Pasa la medianoche y llega el último Alsa. Viene de Bilbao. Casi no trae pasajeros. Entre los que se apean se encuentran Soleil y Martin (nombres ficticios). Apenas superan la veintena. Son guineanos y su singladura para llegar a su destino en Europa -“París”- se alarga ya dos años, según explican. En un momento de la conversación suena el teléfono de él. Se aleja y habla unos pocos segundos. Al poco rato, un Dacia azul con un conductor con GPS llega a la estación, un callejón sin salida. El automóvil tiene matrícula francesa.

El chófer baja la ventanilla y llama a los jóvenes para consultarles algo en francés. Ellos recogen sus cosas y dan por acabado el encuentro con los periodistas y con los voluntarios. El Dacia gira 180 grados en una pequeña glorieta para poder salir del callejón. Al darse cuenta de que está siendo fotografiado, todo se precipita. Los migrantes suben con celeridad al coche y, nada más cerrar la puerta, el conductor acelera a fondo. Al llevar la ventanilla abierta, pierde una gorra de las Boston Red Sox de béisbol. Soleil y Martin se esfuman. ¿Llegarán a París?

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